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Por qué la culpa del coronavirus la tiene Bill Gates y otras conspiraciones sin teoría
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Marta García Aller

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Por qué la culpa del coronavirus la tiene Bill Gates y otras conspiraciones sin teoría

En lugar de evidencias, ahora las teorías de la conspiración solo buscan la mera repetición para confirmarse a sí mismas

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Si hubiera habido redes sociales cuando Kennedy fue asesinado, en vez de aquella sofisticada teoría trigonométrica sobre la bala mágica que trataba de probar la existencia de más de un tirador, el magnicidio a lo mejor se habría achacado a la llegada de la tele a color. ¿Acaso no benefició a Telefunken retransmitir un magnicidio de esas características? Un momento, ¿y no sería la muerte de Kennedy cosa de Jacques Cousteau? Ojo, porque el oceanógrafo francés por entonces probaba su sumergible en el mar Rojo. ¡Y justo ese mismo año el presidente de EEUU es asesinado en Dallas! ¿Casualidad? ¡Ajá!

Bastaría que miles de personas empezaran a comentar estas sospechas infundadas hasta que la falta de sentido fuera compensada por su popularidad. En lugar de evidencias, ahora las teorías de la conspiración solo buscan la mera repetición para confirmarse a sí mismas. Siempre ha habido conspiranoicos, pero ya no son lo que eran. Antes se curraban un exhaustivo trabajo detectivesco en busca de pistas retorcidas que alimentaran su verosimilitud. Ahora basta con inventarse una cosa muy loca y que se vuelva viral. No hay más que ver lo que está pasando con el coronavirus, el 5G y la excéntrica teoría azuzada por los antivacunas que acusa a Bill Gates de estar detrás del covid-19 porque, entre otras cosas, lleva más de una década alertando de que si no se invertía más en ciencia, si los gobiernos no tomaban más en serio el riesgo de pandemias, podríamos enfrentarnos a una situación como la que finalmente ha puesto el mundo patas arriba. ¿Y qué puede haber más incriminatorio que tratar de prevenir de algo?

Foto: (Foto: Reuters)

En 'A lot of people are saying', un título que se traduciría como 'Hay mucha gente que dice', los profesores de Harvard Russel Muirhead y Nancy L. Rosenblum explican las características de lo que llaman el nuevo conspiracionismo. Se diferencia del tradicional por su falta de sentido. Así que más que teorías de la conspiración ahora lo que hay son conspiraciones sin sentido. Ya no buscan cuidadosamente hechos ocultos para probar su tesis, les basta una mera insinuación escandalosa precedida por un 'mucha gente dice que…'. Y luego su repetición. Sobre todo la repetición. Porque si mucha gente lo anda diciendo, será por algo.

Ya no buscan cuidadosamente hechos ocultos para probar su tesis, les basta una mera insinuación escandalosa precedida por un 'mucha gente dice…'

Es improbable que José Luis Mendoza, el presidente de la Universidad Católica de Murcia, haya leído el libro de Muirhead y Rosenblum, pero verlo este lunes acusando a Bill Gates de ser “un servidor de Satanás” y de querernos instalar un microchip con la vacuna del coronavirus es un ejemplo perfecto del nuevo conspiracionismo. Parece hecho aposta para dar la razón a los de Harvard. Alumnos aventajados son también Enrique Bunbury, Miguel Bosé y miles de tuiteros anónimos que si leen este artículo sin duda pensarán que estoy a sueldo de los magnates que dominan el mundo. Y qué más quisiera yo.

Otra gran ventaja de las teorías conspiranoicas actuales es que de lo difusas que son resultan irrefutables. La trayectoria de la bala de Oswald se puede discutir. ¿Pero cómo se desmiente que cubrirse la cabeza con un embudo de papel de aluminio evita que nos lean la mente los extraterrestres? ¿O que Bill Gates y George Soros sean “esclavos de Satanás” que están escondiendo nanochips en las vacunas para controlarnos? Son dislates tan extravagantes que si alguien decide creérselo será impermeable a todo desmentido racional. El asunto deja de sonar a chiste cuando lo da pábulo el máximo dirigente de una institución académica, como Mendoza, que fue condecorado hace no mucho con la Orden Civil de Alfonso X el Sabio por “los méritos que ha reportado para la sociedad en el ámbito de la docencia, la investigación, la cultura y el deporte”. Los títulos no inmunizan contra los bulos, a veces simplemente sirven para desarrollar argumentos más sofisticados que los justifiquen.

Foto: José Luis Mendoza, a la izquierda, en una foto de archivo durante un acto relacionado con el club de baloncesto de la UCAM. (Foto: EFE)

El conspiracionismo tradicional buscaba explicaciones. Al nuevo le vale con remover las emociones, preferiblemente negativas. Más allá de los riesgos obvios para la salud que tiene desacreditar la vacunación que puede salvar la vida de cientos de millones de personas, hay otros peligros ocultos detrás de la teoría de la conspiración o las conspiraciones sin teoría. Como lo que buscan es transmitir desconfianza en las élites, los expertos y las instituciones, sostienen Muirhead y Rosenblum que pueden suponer un riesgo muy serio para la democracia. Cómo no van ellos a defender a las élites si son de Harvard, pensará el lector conspiracionista.

De Oswald a Bunbury, las teorías de la conspiración han evolucionado mucho. Involucionado tal vez sería más correcto. Pero la incertidumbre produce monstruos y desata la búsqueda urgente de explicaciones sencillas que reordenen el mundo. Así que a veces yo también me veo tentada de creer en alguna fuerza sobrenatural para explicar de forma simple una catástrofe como la pandemia. ¿Un culpable? Lo veo claro. Elijo, sin duda, la fuerza invisible más poderosa detrás de todo lo que nos pasa. La incompetencia. Vale, no puedo demostrarlo, pero seguramente sea cierto. Lo dice mucha gente.

Si hubiera habido redes sociales cuando Kennedy fue asesinado, en vez de aquella sofisticada teoría trigonométrica sobre la bala mágica que trataba de probar la existencia de más de un tirador, el magnicidio a lo mejor se habría achacado a la llegada de la tele a color. ¿Acaso no benefició a Telefunken retransmitir un magnicidio de esas características? Un momento, ¿y no sería la muerte de Kennedy cosa de Jacques Cousteau? Ojo, porque el oceanógrafo francés por entonces probaba su sumergible en el mar Rojo. ¡Y justo ese mismo año el presidente de EEUU es asesinado en Dallas! ¿Casualidad? ¡Ajá!

Bill Gates George Soros