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¿Funciona la regla de los dos metros para protegernos del covid?
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Marta García Aller

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¿Funciona la regla de los dos metros para protegernos del covid?

Llevamos disciplinadamente la mascarilla, pero al sentarnos en un bar nos la quitamos para hablar y reír distendidamente. Como si al virus le estuviera vetado el derecho de admisión

Foto: Decenas de personas disfrutan del ambiente de las terrazas de la plaza de Pedro Zerolo en Madrid. (EFE)
Decenas de personas disfrutan del ambiente de las terrazas de la plaza de Pedro Zerolo en Madrid. (EFE)
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La taumaturgia es la facultad de realizar prodigios. Fenómenos sobrenaturales que tradicionalmente se atribuyen a personas u objetos extraordinarios, como un mago o una reliquia. En España, seguramente también atribuyamos ciertos poderes mágicos a los bares en el imaginario colectivo. Eso explicaría que la mayoría llevemos disciplinadamente la mascarilla lo mismo al entrar en una tienda que por una acera desierta, pero sea precisamente al sentarnos en un local cuando nos la quitamos para hablar y reír distendidamente con otra gente. Como si pedir una cerveza fuera el ‘cruci’ —que decíamos de niños— para ponernos a salvo y al virus le estuviera vetado el derecho de admisión.

Es precisamente en un local cerrado donde se habla, y si se habla alto peor aún, uno de los lugares donde más riesgo corremos de contagiar el coronavirus, porque se esparcen más aerosoles potencialmente contagiosos de covid-19. Por eso, la norma de mantener una distancia social de entre uno y dos metros no es igual de segura en un sitio abierto que en uno cerrado, en uno ventilado que en uno que no lo esté, yendo de paso que quedándonos tres horas, llevando mascarilla que sin llevarla. Lo que sí que da igual es que la gente que nos rodea sea o no familia o compañeros de trabajo. Ese factor no reduce el riesgo de transmisión.

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Fuente: BMJ.

El investigador clínico Nicholas R. Jones ha publicado un artículo en el 'British Medical Journal' en el que critica que las reglas de distanciamiento social que tipifican una distancia segura para controlar el covid-19 sean estándar. Dice que es “una simplificación excesiva” en la que han caído la mayoría de los gobiernos, porque el peligro de contagio no tiene nada de estándar. La distancia y el contacto son o no seguros no solo dependiendo de si hay uno o dos metros de distancia, sino de los contextos. Obviamente, también son importantes la carga viral del emisor, la duración de la exposición y la susceptibilidad de un individuo a la infección. Ante la complejidad de adaptar una distancia social u otra en función de tantos factores, los protocolos oficiales han optado por simplificar. Pero no está de más recordar, como hace este artículo del 'British Medical Journal', que los ciudadanos tendríamos que ser conscientes de las situaciones de mayor riesgo para adecuar las precauciones que tomamos sin tentaciones taumatúrgicas.

No solo los bares son lugares donde habría que extremar más la precaución (ampliando la distancia o dejando la mascarilla puesta salvo en el momento de comer o beber), incluyendo las terrazas al aire libre de alta ocupación. También los pisos donde se hacen reuniones familiares con poca o nula ventilación y sin taparse la cara. Jones destaca que en aquellos lugares donde se puede cantar, exhalar con fuerza o hablar en voz alta —incluye gimnasios, 'call centers' e iglesias— aumentan el riesgo de contagio porque es mayor la distancia a la que se esparcen las gotitas de saliva potencialmente contagiosas por personas asintomáticas. Las gotitas más ligeras o aerosoles pueden volar, en el caso de los gritos, cantos o estornudos, entre seis y ocho metros.

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Un estudio realizado en Japón detectó un riesgo 18,7 veces mayor de transmisión en espacios interiores que en el exterior. Además, la ventilación también puede ser crucial. Un brote en un restaurante en China informó de 10 personas infectadas de tres familias diferentes que contrajeron el virus en tan solo una hora en el local. Guardaban entre sí una distancia de al menos 4,6 metros y sin contacto físico directo. La explicación que encontraron los expertos coincidía con el patrón del flujo del aire de ventilación localizado en interiores.

Foto: Una científica trabaja en un laboratorio de inmunología. (EFE)

En lugar de reglas únicas de distancia física fija, los protocolos serían más efectivos si reflejaran niveles escalonados de riesgo. El estudio de Jones propone graduar las recomendaciones para reflejar mejor los múltiples factores que determinan la posibilidad de contagio de covid-19. Si los lugares cerrados con escasa ventilación tienen más riesgo, requieren más distancia entre individuos y mayor uso de la mascarilla. Especialmente si van a pasar un buen rato hablando. No solo se trata de extremar la precaución en lugares cerrados para proporcionar una mayor protección en los entornos de mayor peligro, adecuar las medidas al contexto también podría ofrecer más libertad en lugares de bajo riesgo. Ante el temor de que con demasiada letra pequeña la gente se haga un lío, las normas se han adecuado al mínimo necesario, pero conocer mejor los riesgos reales ayuda a una mejor autorregulación responsable.

En resumen, da igual que sea en el salón de casa, en un restaurante o una oficina. Alto nivel de ocupación, con mala ventilación, especialmente si la gente habla alto porque hay ruido de fondo, equivale a una situación de alto riesgo. También lo es estar hablando mucho rato a poca distancia, aunque sea en una terraza al aire libre, en lugares donde haya mucha gente alrededor. ¿Tiene sentido que sea precisamente entonces cuando nos descubramos la cara? Un bar no es 'cruci'.

La taumaturgia es la facultad de realizar prodigios. Fenómenos sobrenaturales que tradicionalmente se atribuyen a personas u objetos extraordinarios, como un mago o una reliquia. En España, seguramente también atribuyamos ciertos poderes mágicos a los bares en el imaginario colectivo. Eso explicaría que la mayoría llevemos disciplinadamente la mascarilla lo mismo al entrar en una tienda que por una acera desierta, pero sea precisamente al sentarnos en un local cuando nos la quitamos para hablar y reír distendidamente con otra gente. Como si pedir una cerveza fuera el ‘cruci’ —que decíamos de niños— para ponernos a salvo y al virus le estuviera vetado el derecho de admisión.