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Lo que hemos aprendido estos seis meses de pandemia (y lo que no)
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Marta García Aller

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Lo que hemos aprendido estos seis meses de pandemia (y lo que no)

En estos seis meses, estamos aprendiendo a sabernos vulnerables y que la vida sigue, patas arriba, pero sigue. Nos hemos ido acostumbrando a salir siempre con gel y mascarilla

Foto: Pruebas PCR en Jumilla (Murcia). (EFE)
Pruebas PCR en Jumilla (Murcia). (EFE)
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Hoy hace seis meses que el Gobierno decretó el estado de alarma por la pandemia. El virus ya había llegado unas semanas antes, pero fue ese día cuando dejamos de poder hacer como si el covid-19 no fuera con nosotros, cuando hasta salir de casa empezó a estar prohibido. No sabíamos entonces que por este coronavirus morirían en España decenas de miles de personas a las que iba a enterrarse sin abrazarse. Ahora sabemos también que esta pandemia no solo amenaza a quienes contagia, también a muchos de los que han dejado de recibir el tratamiento que necesitarían en la que ya nadie se atreve a llamar la mejor sanidad del mundo.

En estos seis meses, estamos aprendiendo a sabernos vulnerables y que la vida sigue, patas arriba, pero sigue. Nos hemos ido acostumbrando a salir siempre con gel y mascarilla, que el teletrabajo no era tan bueno como lo pintaban, ni la mayoría de las reuniones presenciales, eso ya lo sospechábamos, imprescindibles. Hay quien, de tanto tiempo que ha pasado en casa, ha aprendido a cocinar, cómo se llaman sus vecinos y hasta a hacer yoga en Instagram.

En un ansia por ingerir y quemar calorías, no necesariamente en los mismos hogares, durante el confinamiento se agotaron simultáneamente la harina y las bicis estáticas. Y ahora que aumentan los rebrotes, la que no da abasto es la industria del mueble. Prepararse para la segunda ola incluye redecorar el salón por si tocara encerrarse de nuevo. ¿Eso es anticipación o resignación?

placeholder El ministro de Consumo, Alberto Garzón. (EFE)
El ministro de Consumo, Alberto Garzón. (EFE)

Tras medio año de pandemia, seguimos sin saber para qué sirve un ministro de Consumo ni uno de Universidades. Eso sí, nada más empezar el estado de alarma aprendimos que, pese a tener tantas competencias transferidas, el de Sanidad no era ese cargo de cartón piedra que parecía. Durante el mando único, Salvador Illa dirigió el país con ayuda de comités de expertos tan plenipotenciarios como los dioses, que para mandar ni siquiera necesitan existir.

Con la desescalada, también hemos aprendido que las comunidades autónomas pueden quejarse porque les quiten competencias con la misma soltura que porque se las devuelvan, y que en España se legisla antes pensando en cómo hacer que los guiris vuelvan a las playas que los niños a la escuela.

Al empezar el estado de alarma, aprendimos que, pese a tener tantas competencias transferidas, el de Sanidad no era un cargo de cartón piedra

Además de irnos acostumbrando a la incertidumbre de convivir con un virus que los científicos aún no conocen bien del todo, hemos aprendido que la OMS se toma su tiempo. De ahí que algunas de las cosas que habíamos aprendido las tengamos que desaprender. Lo último de lo que hay que olvidarse es de saludarnos con el codo. Medio año acostumbrándonos a ello y ahora resulta que, según la OMS, tampoco esta es buena idea para reducir el riesgo de contagio. Teniendo en cuenta que desde el principio nos pedían toser en la manga, ya podíamos haber caído en que irlas rozando por ahí podía ser un peligro. Así que como, en vez de un codazo, ahora lo recomendable es llevarse la mano al corazón como saludo, los encuentros oficiales van a parecer de lo más sentidos.

Pero saludarse sin riesgo de contagio no es lo más importante que deberían aprender nuestros políticos. Urgiría más que dejasen de ir prometiéndonos que todo va a salir bien como si lo tuvieran bajo control. Dando buenas noticias inexistentes no se combate una pandemia. Ya la ministra Celaá dio su palabra tras la Semana Santa de que los niños volverían a la escuela antes de final de curso. Y Sánchez nos dijo en mayo que habíamos vencido al virus y que saldríamos más fuertes. Eso era antes, claro, de saber que España sería líder en destrucción de empleo y caída del PIB. Ahora Illa nos promete, con la misma solvencia, que tendremos vacuna antes de Navidad.

Saludarse sin riesgo no es lo más importante que deberían aprender nuestros políticos. Urgiría que dejasen de prometer que todo va bien

Qué manía con edulcorar la obstinada realidad. Es difícil de entender qué hace el ministro de Sanidad dando su palabra de que tendremos la vacuna contra el covid-19 antes de final de año, al tiempo que nos pide no bajar la guardia frente al coronavirus. Cuanto más cale la sensación de que la pandemia es un mal sueño pasajero a la espera de que llegue el antídoto, más costará concienciarnos de que el cambio de hábitos va en serio hasta nueva orden. Y no, nadie puede garantizarnos que vayamos a pasar una Navidad tranquilos y en familia gracias a una vacuna que ni siquiera existe todavía. Tres meses es un plazo que muchos expertos, de los que sí que existen, no consideran realista. La industria farmacéutica pide a los políticos más prudencia y menos promesas. No solo hace falta aprobar la vacuna con todas las garantías, también fabricarla y distribuirla entre millones de personas. Difundir falsas esperanzas puede generar una peligrosa desconfianza en los avances científicos.

La tentación de sedar a la opinión pública con promesas en vez de gestionar las expectativas con políticas realistas no entiende de ideologías. Trump repite que la vacuna llegará antes de las elecciones de noviembre, Putin defiende que la rusa ya está aquí y el Gobierno de Sánchez insiste en que en España la tendremos disponible en diciembre. ¿No sería más prudente decirnos que desde el Gobierno están haciendo todos los preparativos para que sea posible distribuir la vacuna en cuanto esté disponible? Eso no es lo mismo que prometer que estará lista en tres meses.

Escenificar anuncios de futuribles optimistas ante la opinión pública la infantiliza en el momento en que más madurez debería exigírsele. Mientras tanto, las tasas de contagios de la segunda ola se desbocan. En Madrid, los hospitalizados por el nuevo coronavirus se han triplicado en un mes y siguen al alza. Faltan rastreadores y el personal sanitario vuelve a verse desbordado. No, no hemos aprendido lo suficiente.

Hoy hace seis meses que el Gobierno decretó el estado de alarma por la pandemia. El virus ya había llegado unas semanas antes, pero fue ese día cuando dejamos de poder hacer como si el covid-19 no fuera con nosotros, cuando hasta salir de casa empezó a estar prohibido. No sabíamos entonces que por este coronavirus morirían en España decenas de miles de personas a las que iba a enterrarse sin abrazarse. Ahora sabemos también que esta pandemia no solo amenaza a quienes contagia, también a muchos de los que han dejado de recibir el tratamiento que necesitarían en la que ya nadie se atreve a llamar la mejor sanidad del mundo.

Salvador Illa OMS Vacunación