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Marta García Aller

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No leas este artículo sobre el coronavirus

No es extraño que seguir la pandemia en tiempo real pueda generar ansiedad y frustración, especialmente si se atiende a la gestión política de la misma

Foto: Personal sanitario de una ambulancia en el centro de mayores Casablanca de Valdemoro. (EFE)
Personal sanitario de una ambulancia en el centro de mayores Casablanca de Valdemoro. (EFE)
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Si está usted harto de leer noticias del coronavirus, seguramente preferiría no leer este artículo. Cada vez más gente me confiesa un esfuerzo por quitarse de la información de la pandemia como se huye de los hidratos de carbono, con un férreo convencimiento mañanero que a duras penas aguanta hasta el primer café. Luego el propósito decae con esa amarga resignación que se tiene hacia las cosas que no se pueden evitar.

Un madrileño que estos días aspire a enterarse de qué es lo que puede y no puede hacer tras declararse el estado de alarma en su comunidad, necesita ir desbrozando una frondosa maleza de argumentarios políticos enfrentados hasta dar con las normas en cuestión. Y cuando cree haberse enterado de lo esencial, después de un rato esforzándose por esquivar toda la gresca política de la que hace tiempo aspira a desconectar... ¡zas! Se la vuelve a encontrar de bruces. Hay que andarse con mucho cuidado. Pueden estar agazapados al encender la cafetera, al correr la cortina o bajo una cucharilla en el cajón de los cubiertos. Últimamente los argumentarios exaltados de quienes reparten culpas en vez de soluciones están, como los webinars, por todas partes. Cada vez es más difícil evitar que te coloquen uno. Mucho cuidado en el ascensor.

En el debate político actual, lo más preocupante no es que estén aumentando las ganas de desconectar de gran parte de la población. Ese no es más que el síntoma. El verdadero problema es la ignorancia deliberada que manufacturan los retóricos de la confrontación. El debate político se ha degradado tanto que ya no gira en torno a la búsqueda de soluciones. Ni siquiera atiende a una misma realidad ahora que ni en los datos hay acuerdo. Tampoco es la utilidad de las medidas sanitarias y sociales para frenar el virus lo que más discuten los gobernantes, sino quién tiene derecho a decretarlas y, sobre todo, de quién es luego la culpa de aquello que vaya mal.

Foto: La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE)

Algo falla cuando en plena segunda ola del coronavirus, con más de 500 muertos por semana, la atención no la acaparan qué recursos sanitarios extra hacen falta para proteger a la población en las zonas más vulnerables, sino el choque de legitimidades entre bandos aparentemente enfrentados. Y digo aparentemente porque, en realidad, los argumentos polarizados nunca son realmente opuestos. Bien mirados, se parecen enormemente. En su incesante búsqueda de la confrontación, esos bandos siempre acaban estando de un mismo lado. El de la polarización que no entiende de matices y alimenta un sectarismo impermeable a cualquier crítica que contradiga su versión.

No es extraño que seguir la pandemia en tiempo real pueda generar ansiedad y frustración, especialmente si se atiende a la gestión política de la misma. Por no hablar del peligro de caer en la infodemia, la abundante circulación de bulos y desinformaciones sobre la Covid-19. Si será evidente este riesgo que hasta la OMS, que no para de llegar tarde en sus advertencias, lleva advirtiendo de ello desde febrero. Lo malo es que vivir desinformado puede ser peor, porque le deja a uno indefenso ante las versiones más sesgadas.

Por eso, a ratos, envidio a quienes de verdad logran desconectar del disparate político que vivimos

Pero la fábrica más poderosa de desinformación es esta polarización política, porque entierra los matices, anula los puntos de acuerdo y huye de las soluciones que necesariamente pasan por el entendimiento. Y encima desvía el foco de la atención de lo verdaderamente importante para contener esta pandemia. Por eso, a ratos, envidio a quienes de verdad logran desconectar del disparate político que vivimos. Más que alejarse de la realidad, tal vez aspiran a protegerla antes de que la crispación salpique su vida cotidiana. ¿Veis? Otra vez la crispación. Ya está aquí otra vez poniéndolo todo perdido. Os avisé de que era mejor no leer este artículo.

Si está usted harto de leer noticias del coronavirus, seguramente preferiría no leer este artículo. Cada vez más gente me confiesa un esfuerzo por quitarse de la información de la pandemia como se huye de los hidratos de carbono, con un férreo convencimiento mañanero que a duras penas aguanta hasta el primer café. Luego el propósito decae con esa amarga resignación que se tiene hacia las cosas que no se pueden evitar.

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