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¿A qué está esperando España para decretar el confinamiento?
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Marta García Aller

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¿A qué está esperando España para decretar el confinamiento?

El Gobierno sigue insistiendo en que para frenar el coronavirus, lo importante es la responsabilidad individual, mientras curiosamente el presidente se inhibe de la suya

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE)
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Anda insistiendo el Gobierno en que hará todo lo posible por evitar un confinamiento por el coronavirus como el de marzo. Esa es la coletilla que los ministros repiten en sus entrevistas: como el de marzo. Así que basta con que además de al perro esta vez nos dejen pasear los niños y dejen abiertas las ferreterías para alegar que tan duro no será. Se va notando en el ambiente una resignación colectiva como de cuenta atrás. De preparación inconsciente, cada uno a su manera. Unos adelantan su cita en la peluquería y otros compran levadura. También los hay que peregrinan de terraza en terraza, aprovechando donde aún siguen abiertas, mientras protestan de que por culpa de toda esa gente en la calle se las van a acabar cerrando. Yo, de momento, ya me he hecho con un foco para iluminar mejor las videollamadas desde el salón, que la luz del otoño es muy traicionera.

En España, llevamos días malversando la palabra 'confinamiento' para discutir de simples cierres perimetrales durante el puente de noviembre, fingiendo no solo que el virus tiene fronteras sino que además justo van a coincidir, ya es casualidad, con Pajares, Despeñaperros y el túnel de Guadarrama. Con prácticamente todo el país en riesgo extremo o alto, no es extraño que los casos sigan creciendo mientras no se reduzcan los contactos. Por eso, en el resto de Europa hace días que han empezado los reconfinamientos de verdad por la pandemia. Los de quedarse en casa salvo para ir a clase o a trabajar quien no pueda hacerlo a distancia. Ya hay restricciones sociales estrictas en Francia, Reino Unido, Grecia, Bélgica, Portugal y Alemania. Italia está a punto de sumarse ante el aumento vertiginoso de los casos de covid-19.

Foto: Un hombre pasea durante la pandemia de covid en Londres. (Reuters)

La presencia del virus sigue siendo mucho mayor en unos países que en otros, aunque la contundencia de las prohibiciones no siempre coincide con los niveles de contagios. Algunos gobiernos europeos han esperado para confinar a que sus hospitales estuvieran prácticamente colapsados, como Bélgica, y los hay, como Alemania, que con la mitad de contagios promedio que España y una décima parte de las muertes en la segunda ola han preferido adelantarse. Merkel ha explicado que así no solo protege a sus ciudadanos, también la economía del país.

Aquí, el Gobierno sigue insistiendo en que para frenar el coronavirus lo importante es la responsabilidad individual, mientras curiosamente el presidente se inhibe de la suya renunciando a explicar a los ciudadanos en el Parlamento por qué seis meses sin control parlamentario efectivo ayudan a frenar el virus. Para lo que sí sabemos que esta prórroga del estado de alarma recién aprobada no servirá es para aplicar los confinamientos domiciliarios que comunidades como Castilla y León y Cataluña ya consideran necesarios por miedo al colapso sanitario. Andalucía y Asturias también se plantean medidas más duras. Apelan al autoconfinamiento inteligente. Para el forzoso, tendría que aprobarse un nuevo marco jurídico que oficialmente, de momento, no hace falta, pero que extraoficialmente se está preparando por si acaso.

No está claro que el Gobierno pueda permitirse ponerse de perfil mucho más tiempo. Se acaba el margen para los experimentos normativos

Si al final acabamos confinados, dirá el Gobierno que las comunidades no tomaron las medidas lo suficientemente contundentes y que los ciudadanos no tuvimos todo el cuidado que debíamos. Y aunque ambas cosas pueden ser ciertas y en absoluto excluyentes, tiene algo de inaudito que sigamos sin saber qué medidas, del amplio y a veces contradictorio abanico autonómico, le parecen al Ministerio de Sanidad más efectivas. Bajo el mismo estado de alarma, hay autonomías que pasan de cerrar los bares, como Madrid, que ha aplicado el toque de queda y los cierres perimetrales a regañadientes. Otras, como Cataluña, además de toda la hostelería han cerrado centros comerciales, cines y teatros. La Generalitat también restringe la movilidad de todos sus municipios en fin de semana, pero Murcia y País Vasco los cierran de lunes a domingo. Las reuniones con personas no convivientes se han decretado únicamente en Navarra y la Xunta solo en las principales ciudades gallegas. Si alguna de estas medidas fuera especialmente efectiva, ¿se extendería al resto del país aunque sus gobernantes autonómicos se negaran? ¿Cómo van a corregirse las ineficaces?

Foto: Imagen de un grafiti realizado en Valencia sobre el toque de queda decretado por el Gobierno. (EFE)

La delegación autonómica que ha hecho el Gobierno es un 'sí es no' jurídico, porque la decisión última sigue dependiendo del Gobierno de la nación. A la velocidad que los contagios siguen aumentando, no está claro que pueda permitirse ponerse de perfil mucho más tiempo. Se acaba el margen para los experimentos normativos. La necesidad de un confinamiento generalizado más severo se va viendo cada vez más cerca, con otros 42.000 positivos en las últimas 48 horas. España es el tercer país de Europa con más mortalidad por el virus desde julio (más de 7.000) y ha superado esta semana la media de 150 muertes diarias oficiales por covid-19. Antes de final de año se sumarían 8.000 más, aunque ese cálculo se quedaría corto si la velocidad se acelerase. El indicador que determina si volveremos a encerrarnos o no forzosamente en casa, sin embargo, no parece que vaya a ser la mortalidad. Que por la pandemia fallezcan 150 personas al día, aunque equivalgan a 4.500 al mes, da escalofríos, pero ya nos hemos acostumbrado.

Es el riesgo cada vez más próximo de la saturación hospitalaria lo que vuelve la actual convivencia con el virus social y políticamente intolerable. De ahí que sean las autonomías que más cerca ven ese colapso las que antes estén pidiendo volver a confinarse. De ahí que, poco a poco, nos vayamos haciendo a la idea de que estamos abocados a otro confinamiento. No es que el Gobierno no lo vea venir, simplemente, está esperando a que esta vez no parezca idea suya.

Anda insistiendo el Gobierno en que hará todo lo posible por evitar un confinamiento por el coronavirus como el de marzo. Esa es la coletilla que los ministros repiten en sus entrevistas: como el de marzo. Así que basta con que además de al perro esta vez nos dejen pasear los niños y dejen abiertas las ferreterías para alegar que tan duro no será. Se va notando en el ambiente una resignación colectiva como de cuenta atrás. De preparación inconsciente, cada uno a su manera. Unos adelantan su cita en la peluquería y otros compran levadura. También los hay que peregrinan de terraza en terraza, aprovechando donde aún siguen abiertas, mientras protestan de que por culpa de toda esa gente en la calle se las van a acabar cerrando. Yo, de momento, ya me he hecho con un foco para iluminar mejor las videollamadas desde el salón, que la luz del otoño es muy traicionera.

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