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Marta García Aller

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Ahora nos piden que nos callemos

Callarse reduce la cantidad de aerosoles y, por tanto, el riesgo de contagio. Para frenar el coronavirus, toca ahora aplanar las conversaciones

Foto: Varios pasajeros, en un vagón del metro de Madrid. (Reuters)
Varios pasajeros, en un vagón del metro de Madrid. (Reuters)
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Cuando la pandemia nos iba acostumbrando a olvidarnos de los apretones de manos, los abrazos y los besos, ahora nos piden que nos callemos. Este maldito coronavirus ataca todo lo más sagrado. Hasta la palabra. Para atajar la transmisión de aerosoles potencialmente contagiosos de covid-19, no basta con llevar mascarilla, especialmente en espacios cerrados. Es preferible callarse. Lo piden científicos del CSIC y cada vez más gobiernos para reducir el riesgo de contagio. Están pidiendo guardar silencio en el bus y el tranvía de Zaragoza. También se ruega estos días a viajeros vascos, valencianos y madrileños que permanezcan callados al subirse al transporte público. Lo mismo ocurre en el metro de Sevilla y en los autobuses de Santander. Silencio, por favor. Para frenar el coronavirus, toca ahora aplanar las conversaciones.

A mayor volumen, más partículas se expulsan. La transmisión de covid-19 bajaría si habláramos menos, o más bajo, en espacios públicos. En estos ocho meses, se ha insistido mucho en las mascarillas, la distancia y el gel. Y, cada vez más, en la necesidad de estar al aire libre y en lugares ventilados. Sin embargo, el silencio como táctica antiviral es más desconocido. Hay que hablar más de la importancia de callarse en esta segunda ola, cuando la transmisión por aerosoles va estando cada vez más probada. Lo dice el Ministerio de Ciencia en un informe científico que recomienda silencio y, sobre todo, nada de cantar y gritar, especialmente en espacios cerrados. No es un hecho científicamente controvertido. Son cada vez más expertos los que coinciden en que callarse reduce la cantidad de aerosoles y, por tanto, el riesgo.

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Reuters.

Este informe español también pone énfasis en la mejora de los sistemas de filtrado y ventilación. Pide sobre todo a trenes y autocares de larga distancia, donde más horas se pasa con no convivientes, que tomen como referencia los diseños optimizados de ventilación de los aviones y mejoren sus sistemas de filtrado. Pero, claro, de momento es mucho más rápido y barato pedirnos que nos callemos. Las autoridades madrileñas, que inauguraron un dispensador de gel en el metro de Madrid siete meses después de que empezara la pandemia, deberían ahora convocar a la prensa en algún andén y quedarse allí media horita frente a las cámaras sin decirse nada para concienciarnos. Lo suyo es que fuera en Callao, claro.

El problema no es solo, sin embargo, del transporte público. Las recomendaciones de hablar poco y lo más bajo posible se extienden al resto de lugares cerrados con mala ventilación. Se emiten 50 veces más aerosoles al gritar y 10 veces más al hablar que al respirar (esto último parece altamente improbable que vayan a prohibirlo). No es descabellado que pronto se recomiende también silencio en oficinas, tiendas y restaurantes, porque invertir en un cambio de los sistemas de circulación de aire es mucho más caro. En Alemania, el Gobierno está invirtiendo 450 millones de euros en mejorar los sistemas de ventilación en edificios públicos, incluidas escuelas y universidades, y la instalación de purificación de aires móviles. Aquí, todavía no se ha hecho ninguna intervención a esa escala y los locales privados se resisten al desembolso que supondría algo así, pero ya sé de ejecutivos que se llevan a las reuniones su purificador de aire con filtro Hepa bajo el brazo.

Cuanto peor sea la ventilación, más importante será guardar silencio. Conviene, por tanto, callarse en los ascensores, que algo bueno tendríamos que sacar de todo esto, además de ahorrarnos los pesados del móvil en el AVE. Pero donde resulta más difícil imaginar la aplicación de la ley del silencio es en la hostelería y las reuniones familiares. Callarse sería más disuasorio aún que el toque de queda, porque una cosa es acostumbrarnos a cenar como europeos y otra como los trapenses.

No es descabellado que pronto se recomiende también silencio en oficinas, tiendas y restaurantes; un cambio de los sistemas de aire es más caro

¿Qué mayor estímulo hay para encontrarse alrededor de una mesa que una buena conversación? Las charlas más enriquecedoras no solo requieren mirar a los ojos al interlocutor, que más o menos eso también se puede hacer en Zoom, sino poder escucharse y, sobre todo, interrumpirse con fluidez. Ay, el arte de la interrupción. Eso sí que no funciona en las videollamadas, en las que cada uno espera ortopédicamente la vez. Para las reuniones de trabajo tiene un pase, pero en las videollamadas familiares no funciona. Demasiadas generaciones de Aller hablándonos todos a la vez para que ahora nos convenza este sucedáneo, aunque por precaución toque conformarse con él.

Este fin de semana he estado en un par de bares. Fingiría si digo que fue por vocación periodística más que por salud mental. Lo echaba de menos. Hasta me sentí un poco culpable por aprovechar esta ocasión cada vez más extraña en Europa que aún tenemos los madrileños. Todo legal. En la Comunidad de Madrid, algunas veces nos piden que salgamos de casa solo lo imprescindible y otras que consumamos para ayudar a los locales del barrio. Tanta contradicción debe de estar confundiendo también al virus, porque los contagios y las hospitalizaciones siguen bajando en la capital ante la incredulidad general. No sé si servirá de consuelo en aquellas regiones donde la restauración lleva semanas cerrada, pero he podido comprobar que gran parte de las conversaciones en los bares madrileños giran en torno a si estos deberían o no estar abiertos. Y muchos de los que opinan que es una vergüenza que no tengamos restricciones más severas luego piden otra ronda. No van a ser los gobernantes los únicos que tienen derecho a la incoherencia.

El hábito de conversar sí que es una necesidad humana, y este déficit de charletas acumulado se nos nota más a los que teletrabajamos

La conclusión principal de este oportunista trabajo de campo es que a tomar cerveza en las terrazas pelándonos de frío ya nos vamos acostumbrando. Y compensa. Tal vez sea mejor no prohibir la opción al aire libre de las terrazas, con las prevenciones oportunas, y desincentivar así las reuniones en las casas, donde se corre más peligro por la falta de espacio y ventilación. Pero, por si quedaba alguna duda, es la conversación lo que realmente hace que merezca la pena verse. Lo de los dos besos solo los cursis lo echan de menos. El hábito de conversar sí que es una necesidad humana, y este déficit de charletas acumulado se nos nota más a los que teletrabajamos. Así que puede que el incentivo definitivo que necesita la gente para acostumbrarse a quedar al aire libre es que en el interior de los locales nos pidan, como en el metro, guardar silencio. Los científicos ya están insistiendo en que los interiores mal ventilados son los que más mascarillas, más distancia y más silencio necesitan. Aún parece inverosímil que se generalice algo así, pero también las mascarillas empezaron siendo solo para el transporte público. Vale. Mejor me callo.

Cuando la pandemia nos iba acostumbrando a olvidarnos de los apretones de manos, los abrazos y los besos, ahora nos piden que nos callemos. Este maldito coronavirus ataca todo lo más sagrado. Hasta la palabra. Para atajar la transmisión de aerosoles potencialmente contagiosos de covid-19, no basta con llevar mascarilla, especialmente en espacios cerrados. Es preferible callarse. Lo piden científicos del CSIC y cada vez más gobiernos para reducir el riesgo de contagio. Están pidiendo guardar silencio en el bus y el tranvía de Zaragoza. También se ruega estos días a viajeros vascos, valencianos y madrileños que permanezcan callados al subirse al transporte público. Lo mismo ocurre en el metro de Sevilla y en los autobuses de Santander. Silencio, por favor. Para frenar el coronavirus, toca ahora aplanar las conversaciones.

Ministerio de Ciencia Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Transporte