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Entre la primera y la última vacuna
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Marta García Aller

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Entre la primera y la última vacuna

A quienes han visto salir tantos furgones cargados de féretros de sus residencias durante toda la pandemia no hace falta insistirles en que se vacunen

Foto: Mónica y Araceli, las dos primeras españolas en vacunarse del covid-19. (EFE)
Mónica y Araceli, las dos primeras españolas en vacunarse del covid-19. (EFE)
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Antes de recibir la primera dosis de la vacuna de Pfizer en España contra el covid-19 en su residencia de Guadalajara, Araceli se santiguó delante de las cámaras. Como llevaba puesta la mascarilla, no sabemos si sonrió ante los aplausos nada más recibir el pinchazo. Pero sí que esta nonagenaria de pelo blanco, que lucía su mejor traje de domingo, se fue a celebrarlo desayunando un chocolate con churros. Sin duda, una de las mejores formas de saborear la vida a los 96 años.

Solo en la residencia de Araceli murieron al menos 13 residentes en la primera ola del coronavirus y se contagiaron una veintena de trabajadores del centro. A quienes han visto salir tantos furgones cargados de féretros durante toda la pandemia, no hace falta insistirles en que se vacunen. Este escepticismo solo se lo pueden permitir quienes no han vivido, o no han querido ver, la letalidad del coronavirus tan de cerca como ellos. De ahí que sea de justicia que sean los sanitarios y los mayores de 70, los que más de cerca han visto y temido la muerte en estos 10 meses de pandemia, los primeros en recibir el antídoto.

Este escepticismo solo se lo pueden permitir quienes no han vivido, o no han querido ver, la letalidad del coronavirus tan de cerca como ellos

Algunos de los elegidos aplaudían contentos tras sentir el pinchazo, otros, como Antonio, no pudieron evitar unas lágrimas al recibirlo. Hace un mes que este granadino de 83 años perdió a su esposa por coronavirus. Para él, era inevitable acordarse de las vidas que esta vacuna, por rápido que haya sido su desarrollo, no ha llegado a tiempo de salvar. En Gijón, la primera en vacunarse fue Pepita, de 80 años, que ante las cámaras confesó tenerle "terror" al coronavirus. No era el único miedo entre quienes recibían las primeras dosis. Los había que más que al virus reconocían que lo que temían era que los volvieran a encerrar. Por eso, tras recibir el primer pinchazo, la asturiana dijo tener muchas ganas de vacunarse para retomar sus paseos.

Lo mismo sentía Áureo, el primer palentino en recibir la vacuna, que añoraba las caminatas de siete kilómetros que se daba antes de la pandemia. El 12 de marzo, restringieron las salidas de su residencia para evitar contagios y desde entonces lo más lejos que puede salir es al patio. De ahí que este agricultor jubilado de 88 años estuviera tan impaciente por que llegara este día, el de lo que él llama “el picotazo”. Tras la primera dosis de la vacuna, ya está deseando que dentro de tres semanas le pongan la segunda para que, por primera vez desde marzo, le vuelvan a dejar salir a “pisar el asfalto” fuera de la residencia. La vacuna para él es sinónimo de libertad. ¿Acaso no lo es para todos?

Cerca de 25.000 personas han muerto por el coronavirus en las residencias de ancianos españolas en los primeros nueve meses de pandemia. Es decir, casi la mitad de las muertes notificadas oficialmente por el Ministerio de Sanidad por covid-19 han sido de mayores que vivían en residencias. Según una investigación de Amnistía Internacional, las medidas adoptadas para proteger a los mayores durante la pandemia en España fueron insuficientes y se han vulnerado repetidamente sus derechos humanos, al negarles en ocasiones la hospitalización y privarlos del contacto con sus familiares. Así que el principio del fin de esta pandemia es también el principio del fin del horror que ha supuesto vivir cada día encerrados temiendo un contagio. No debería servir, sin embargo, para olvidar lo sucedido, cuyas responsabilidades siguen pendientes de aclararse.

El principio del fin de esta pandemia es también el principio del fin del horror que ha supuesto vivir cada día encerrados temiendo un contagio

Las primeras vacunas, que empezaron a ponerse simultáneamente en toda la Unión Europea, tienen en cada provincia la foto de portada de sus héroes locales. Suyas son las primeras dosis y, suyas también, las cámaras y los micrófonos. De las residencias de Vallecas a las de Hondarribia, de L’Hospitalet a Santiago de Compostela, la noticia más repetida entre los primeros vacunados ha sido que con el pinchazo apenas sentían nada. Esta es la mejor noticia que se puede dar de las vacunas en los próximos meses, mientras toque esperar a la inmunidad de grupo. Ojalá estos pinchazos se vuelvan un mero trámite en el que la única historia que puedan contar los reporteros sea la de quienes las reciben.

Tras tantos meses contando las vidas de los fallecidos, por fin toca recordar las vidas de los que más cerca están de salvarse. Como Vicente, que presumía de ser “el primero del cartel” al recibir la vacuna en Mérida. Este extremeño de 72 años fue durante más de 40 años maestro en la comarca de Miajadas y, como un educador no termina nunca de jubilarse, cuando salió ante la prensa, a las puertas de su residencia, aprovechó la ocasión para pedir a los jóvenes “que no hagan tantos botellones”. Tras Vicente fue Petra la que se vacunó, una octogenaria compañera de residencia que presumía de buena salud. Según sus cálculos, haciendo memoria, la última vez que tuvo fiebre debió de ser hace unos 37 años.

placeholder La primera vacunada en Baleares, Avelina Serrano, nacida en 1926. (EFE)
La primera vacunada en Baleares, Avelina Serrano, nacida en 1926. (EFE)

El primer día de la vacuna en España se administraron 10.000 dosis. Son 10.000 historias que desafían a la muerte. Mi favorita es la de Emilia, la aragonesa de 80 años que recibía la primera vacuna en Zaragoza, convencida de que los abuelos tenían que ser los primeros en inmunizarse frente al virus: “¿Qué haría el mundo sin abuelos? ¿Qué harían los nietos, pobrecitos, qué harían sin sus abuelos para que los saquen a pasear y los lleven al colegio y los cuiden?”. Con la sombra de ojos bien pintada tras las gafas y un elegante chal blanco, Emilia bromeaba al recibir la vacuna con que a lo mejor “el bicho” no la quería porque ella es “bastante bicho ya”, aunque si se ha mantenido a salvo del covid-19, aseguraba que ha sido por llevar a rajatabla las recomendaciones, tanto la mascarilla como el lavado de manos. Lo que más echa de menos no son los paseos sino los abrazos: “El día que coja a mis hijas, no las soltaré no sé en cuánto tiempo, hasta que nos cansemos de darnos besos y abrazos”.

Si al acabar la Segunda Guerra Mundial la imagen que aquel verano del 45 se convirtió en icono del júbilo fue la del marinero que besaba a una joven en Times Square, la foto del final de la pandemia debería ser la de los abuelos que, como Emilia y Araceli, por fin puedan besar a sus hijos y nietos, tras tantos meses aislados y echándolos de menos. Sin embargo, la pandemia exige paciencia todavía. La inmunidad deseada no llegará, si va todo según lo previsto, hasta después del próximo verano. Así que la verdadera fiesta no es la que empieza con estas primeras vacunas, sino la que celebraremos cuando por fin se hayan puesto las últimas.

Antes de recibir la primera dosis de la vacuna de Pfizer en España contra el covid-19 en su residencia de Guadalajara, Araceli se santiguó delante de las cámaras. Como llevaba puesta la mascarilla, no sabemos si sonrió ante los aplausos nada más recibir el pinchazo. Pero sí que esta nonagenaria de pelo blanco, que lucía su mejor traje de domingo, se fue a celebrarlo desayunando un chocolate con churros. Sin duda, una de las mejores formas de saborear la vida a los 96 años.

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