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Marta García Aller

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Cómo en pandemia han ido desapareciendo el tiempo y el espacio

Cuando cada día es igual al anterior y sigue siendo imposible hacer planes a medio plazo, en la agenda solo hay reuniones que transcurren sin moverse de la misma silla

Foto: Un hombre teletrabaja desde su domicilio. (EFE)
Un hombre teletrabaja desde su domicilio. (EFE)

De pronto, los compañeros de trabajo de un amigo que hace unos meses ha cambiado de empresa, tras compartir cientos de reuniones, descubrieron que medía 1,87. “¿En serio? ¡No sabíamos que eras tan alto! No te imaginaba así para nada”, le dijo una compañera por Zoom. Y continuaron la reunión contándose cuánto medía cada uno. Solo tres personas del departamento se conocían personalmente, porque el resto, incluida la jefa, lleva menos de un año trabajando ahí y no han vuelto a la oficina en toda la pandemia.

En los tiempos del covid y el teletrabajo forzoso, cuando los compañeros de trabajo se limitan a ser bustos parlantes sin piernas tras la pantalla, la altura ha pasado a convertirse en un misterio más. El cuerpo que no aparece en pantalla cada uno se lo imagina como le parece, igual que el resto del rostro de los desconocidos con mascarilla. Así que no solo guardan sorpresas las reuniones virtuales. Descubrir después de un rato charlando con alguien cómo es realmente su cara tras una FFP2 se está convirtiendo en una de las decepciones recurrentes de la pandemia.

Foto: teletrabajo-tecnologia-pandemia-bra

Suprimir las alturas no es el único ejemplo en que el espacio va desapareciendo en los tiempos del covid. Asomarnos al salón de gente que nunca nos habría invitado a su casa desdibuja la división de lo público y lo privado. A medida que nos hemos ido acostumbrando a la telepresencia, ya ni siquiera hace falta tener el despacho o el salón ordenados, basta con encontrar una pared blanca con enchufe cerca y, a ser posible, luz natural. Una planta ayudará a que parezca más acogedor. La estantería Billy llena de libros de fondo, según los entendidos, ya está pasada. Es muy de 2020. En el 21, se llevan más los fondos neutros o virtuales.

Qué mala señal epidemiológica que la pandemia dure lo suficiente para ir creando tendencias, tanto físicas como digitales. Igual que ahora se lleva la doble mascarilla y las de tela cubren los maniquíes sin boca de los escaparates, Ikea ofrece desde hace tiempo su propia línea de decorados virtuales para poder fingir que se está en la casa más bonita de toda la reunión. Ofrece también para descarga ambientes con velas y mantitas si se tercia una ‘vinollamada’. De un lugar a otro, sin moverse de la silla.

El hartazgo del teletrabajo es más evidente que nunca en el aumento de la demanda de fondos de videollamada con oficinas falsas. Transmiten la ilusión de que quitarse la parte de arriba del pijama esa mañana no solo sirve para conectarse a esa reunión, sino que uno tiene un lugar donde ir por las mañanas. En realidad, las reuniones ya no se tienen en ningún lugar. Y los bancos de imágenes están perfeccionando tanto esta demanda de no-lugares de diseño que venden incluso fondos de oficinas ya difuminadas. Pixelar la intimidad de un lugar inexistente consagra la confusión total del espacio para quienes pasamos tanto tiempo en casa que ya no distinguimos dónde acaba nuestro cuerpo y empieza el mobiliario.

Pixelar la intimidad de un lugar inexistente consagra la confusión total del espacio para quienes pasamos tanto tiempo en casa

Sin embargo, el teletrabajo está perdiendo fuerza. No hay tanta gente que lleve teletrabajando como en lo peor de la pandemia. Durante lo más duro del confinamiento, llegaron a teletrabajar más de tres millones de personas, que representaban el 16,2% de los ocupados. Ahora, la cifra de quienes trabajan desde casa ha bajado a unos dos millones, el 10% del total. Teniendo en cuenta que acabamos de vivir la peor semana de la tercera ola, con más de 3.000 muertes por covid-19, no parece buena idea en términos de pandemia relajar la necesidad de que teletrabaje todo aquel que pueda evitar un desplazamiento. Será que muchas empresas ya no son tan flexibles como debieran, pero también que mucha gente no aguanta más encerrada en casa. El teletrabajo se anhelaba cuando era una excepción. Y cuando se podía compensar la falta de interacción social de la mañana con una entretenida agenda de tarde.

Uno de los extrañísimos efectos secundarios que está teniendo la pandemia es la cantidad de gente que echa más de menos los atascos y la máquina de café del trabajo. Tal vez añoramos cosas molestas, porque su ausencia ha probado ser más molesta todavía. El café del curro puede que fuera espantoso, pero no tener nadie con quien tomárselo resulta a menudo peor. Sentarse en la oficina junto a alguien que te cae mal siempre había sido una jodienda. Pero tener alguien a mano a quien criticar por gilipolleces en el trabajo evitaba concentrar todas las quejas en la familia. La falta de desplazamientos ha eliminado muchos ratos de lectura y paseos, arruina las excusas por llegar tarde (ahora, lo suyo es decir que se estaba reiniciando el Zoom) y estropea el valor terapéutico de encontrar todas las mañanas a algún desconocido con quien desahogarse en un semáforo.

placeholder Una terraza vacía, en la plaza Mayor de Madrid. Sin turistas ni apenas madrileños. (EFE)
Una terraza vacía, en la plaza Mayor de Madrid. Sin turistas ni apenas madrileños. (EFE)

Cuenta Paul J. Kosmin, un profesor de Historia Antigua de Harvard, que en la antigua Mesopotamia, los años aún no estaban numerados. Solían designarse por un evento destacado de los 12 meses anteriores, o por los años que llevaba el monarca en el trono. Algo se fechaba, por ejemplo, en el año en que el rey Naram-Sin llegó a las fuentes del río Tigris o en el año 40 del rey Nabucodonosor II. Los imperios creaban su propia manera de medir el tiempo. Destruir una dinastía era también destruir su manera de ordenar el mundo.

Como si fuera un poderoso rey babilonio, la pandemia está difuminando el espacio y el tiempo en este año de vida confinada. Para terminar de confundirnos, cada vez hay más gente en los restaurantes a las 17:30 de la tarde que bien podrían estar cenando. Con el toque de queda, Madrid a las 21:30 de la noche parece las tantas de la madrugada. Cada día es igual al anterior y sigue siendo imposible hacer planes a medio plazo, porque en la agenda solo hay reuniones que transcurren sin moverse de la misma silla. Hay empresas que han empezado a programar citas semanales con la plantilla cuya única misión es darle a la gente la oportunidad de charlar de cualquier cosa y conocerse un poco mejor. Muchos siguen sin tener ni idea de cuánto mide el otro.

De pronto, los compañeros de trabajo de un amigo que hace unos meses ha cambiado de empresa, tras compartir cientos de reuniones, descubrieron que medía 1,87. “¿En serio? ¡No sabíamos que eras tan alto! No te imaginaba así para nada”, le dijo una compañera por Zoom. Y continuaron la reunión contándose cuánto medía cada uno. Solo tres personas del departamento se conocían personalmente, porque el resto, incluida la jefa, lleva menos de un año trabajando ahí y no han vuelto a la oficina en toda la pandemia.

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