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Arguiñano, los franceses y la cuarta ola
Más que quejarnos de que los alemanes puedan ir a Mallorca y Arguiñano se quede sin viajar de Guipuzcoa a La Rioja, lo que debiera preocuparnos más es que tal vez no estemos para que pase ni lo uno ni lo otro
Arguiñano está indignado porque, debido a las restricciones de la pandemia para Semana Santa, él no puede irse de Guipuzcoa a La Rioja, pero los franceses sí pueden venir a Madrid o a Mallorca, según denunciaba, a mamarse como osos. ¿El enfado es porque nosotros no podamos salir a ningún sitio o por lo bien que se lo pasan los que vienen de fuera? No es lo mismo pedir más PCR en las fronteras que lamentarse de que no nos dejen ir al pueblo a ver a los abuelos. Lo primero tiene más sentido epidemiológico que lo segundo.
Es normal que España entera se haya volcado con la indignación del cocinero, porque las declaraciones que se hacen mientras se está cortando un puerro en juliana siempre van a resultar mucho más convincentes que los discursos cocinados por los políticos en sus sosas salas de prensa. Si a estos todavía les prestásemos atención cuando hablan del coronavirus, más que dónde no podremos pasar las vacaciones, estaríamos preocupándonos por cómo está evolucionando la pandemia.
Ya puede la ministra Carolina Darias intentar explicar tras el Consejo Interterritorial que cualquier ciudadano español también puede ir a otra ciudad europea sin ninguna restricción y que al revés, exactamente igual. Ya puede esforzarse en aclarar que España no es una excepción en la apertura de fronteras, sino la norma en el espacio Schengen. O que tampoco es excepcional que en España tengamos cerrada la movilidad interna a los nacionales por el coronavirus. Un milanés no puede irse a Nápoles ni un berlinés a Turingia, pero pueden volar a Bilbao o a Madrid (previa PCR). Y, en teoría, viceversa. Tiene razón la ministra en que hay reciprocidad. Pero solo en teoría. Sí, es verdad. Los madrileños podríamos volar a Berlín. Pero para qué, si allí solo van a estar abiertas las gasolineras.
Ahí está la verdadera asimetría. El desequilibrio no está en que nuestras fronteras internacionales estén abiertas. Sino que también está abierto casi todo lo demás. Somos la excepción europea porque en la mayoría de países vecinos están siendo mucho más cautos por temor a una cuarta ola de covid. Otros países no han tenido que prepararse para el problema que podría suponer llenarse de turistas en Semana Santa mientras prohíben la movilidad de sus nacionales, porque, como andan confinados, nadie querría viajar a ellos. A diferencia de Francia, Alemania e Italia, en buena parte de España los bares y restaurantes ya se han ido reabriendo (en estos tres países solo sirven comida para llevar) y además aquí tenemos abiertas las actividades culturales con aforos restringidos (en los países vecinos no). Es más, en Madrid ni siquiera han llegado a cerrarse desde la segunda ola. Y, claro, se ha corrido la voz.
El desequilibrio no está en que nuestras fronteras internacionales estén abiertas. Sino que también está abierto casi todo lo demás
En Alemania, que por cierto tiene la mitad de incidencia media de coronavirus que Madrid, no se puede viajar entre 'länder', los hoteles no aceptan huéspedes por turismo y Merkel ha dado una consigna muy clara y tajante para Semana Santa: quedarse en casa. En Italia, no solo está prohibido salir del propio municipio, también se ha restringido prácticamente toda actividad social para la Pascua. En Francia el toque de queda es a las 19 h en todo el país.
También Grecia, un país en el que un 30% del PIB depende del turismo, siguen con casi todo cerrado desde hace cuatro meses, incluidos los museos, y están atravesando un pico de la pandemia. Sin embargo, han volcado toda su estrategia en salvar el verano. El país mediterráneo hace semanas que dio por perdida la Semana Santa y ya ha anunciado la apertura a partir del 14 de mayo a los viajeros que hayan sido vacunados o den negativo en las pruebas de covid-19.
Ni siquiera partiendo puerros como Arguiñano tendría fácil la ministra Darias convencernos de que dejar que Baleares y Canarias se llenen de turistas europeos mientras los nacionales tenemos prohibido ir a las islas tiene mucho sentido epidemiológico. O que un francés con su segunda residencia en Málaga pueda a volar a ella, pero un vallisoletano no. La explicación oficial es que el tráfico aéreo facilita que se establezcan controles con PCR, pero eso valdría tanto para el viajero nacional como para el internacional. Otro motivo más plausible es que hay muchos más nacionales que extranjeros dispuestos a viajar por España y el volumen de los primeros es asumible, el otro no.
Tendría más sentido reconocer que esta laxitud con el turista extranjero tiene un criterio económico. Pero tampoco esta es la explicación oficial. La ministra de Industria, Reyes Maroto, niega incluso que la llegada de turistas europeos sea un elemento de riesgo sanitario, porque la movilidad internacional dice que es “prácticamente inexistente”. No descartemos que esté subestimando la cantidad de europeos queriendo venir tras cuatro meses sin tomarse una caña al sol.
Pese a lo a menudo que salen en el telediario, es verdad que de momento los extranjeros siguen siendo pocos. Si esta Semana Santa en Madrid no se cabe es porque va a estar llena de madrileños. Eso no quiere decir que recibir unos cuantos miles de guiris no vaya a tener coste sanitario. Es probable que lo tenga, sobre todo, por el desgaste que la percepción de arbitrariedad de esta norma está teniendo en la opinión pública. Las prohibiciones se cumplen mejor cuando son fáciles de entender y se perciben como coherentes y proporcionales. Y esta de momento no parece ni lo uno ni lo otro.
Aunque más que quejarnos de que los alemanes puedan ir a Mallorca y Arguiñano se quede sin viajar de Guipuzcoa a La Rioja, lo que debiera preocuparnos más es que tal vez no estemos para que pase ni lo uno ni lo otro. A las puertas de Semana Santa la incidencia en España sigue aumentando. Ayer mismo Sanidad sumaba 201 fallecidos por covid y una incidencia de 129,55 casos. En Alemania, con una incidencia acumulada de 107 casos por 100.000 habitantes y 50 muertos por covid en un día, han decretado un confinamiento estricto por temor a que la tendencia al alza traiga una nueva ola. Uno de los dos países se equivoca.
Ojalá las ministras españolas tengan razón y recibir turismo internacional no sea un problema. Ojalá la presidenta madrileña tampoco se equivoque cuando dice que la capital puede controlar la pandemia al tiempo que atrae turismo europeo gracias a tenerlo todo abierto. Eso no nos quitaría la envidia esta Semana Santa de ver tanto guiri que, a diferencia de los que vivimos aquí, sí tienen un lugar mejor al que escaparse. Supongo que la mayor envidia se la damos nosotros a ellos que vivimos aquí.
Al final todo dependerá de si esta vez, para variar, las autoridades españolas han calculado bien el riesgo. Si es así, la visita de extranjeros y el turismo local ayudará a reavivar algo la economía y demostraremos al resto de Europa que con medidas más laxas también se puede controlar la pandemia. Ahora bien, si el cálculo es erróneo, una cuarta ola costará muchas vidas y lastrará la temporada veraniega.
Muchos epidemiólogos ya están advirtiendo de que el riesgo de una cuarta ola aumenta y deberíamos revisar las medidas anticovid para hacerlas más restrictivas en la Semana Santa. Si tenerlo todo abierto acelera los contagios, luego no vengan a decirnos, como pasó en Navidad, que la culpa es nuestra porque nos lo hemos estado pasando demasiado bien. Esta vez, la culpa se la vamos a echar a los franceses. La tengan o no.
Arguiñano está indignado porque, debido a las restricciones de la pandemia para Semana Santa, él no puede irse de Guipuzcoa a La Rioja, pero los franceses sí pueden venir a Madrid o a Mallorca, según denunciaba, a mamarse como osos. ¿El enfado es porque nosotros no podamos salir a ningún sitio o por lo bien que se lo pasan los que vienen de fuera? No es lo mismo pedir más PCR en las fronteras que lamentarse de que no nos dejen ir al pueblo a ver a los abuelos. Lo primero tiene más sentido epidemiológico que lo segundo.
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