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La jugada maestra de Errejón, el próximo líder de "Los Socialdemócratas"
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Isidoro Tapia

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La jugada maestra de Errejón, el próximo líder de "Los Socialdemócratas"

Errejón puede intentar el asalto a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, un trofeo mayor que añadiría la atalaya del poder a su contrastado predicamento interno

Foto: Íñigo Errejón en el Congreso de los Diputados. (EFE)
Íñigo Errejón en el Congreso de los Diputados. (EFE)

Una lectura apresurada de Vistalegre II sugiere que Pablo Iglesias se ha reforzado en Podemos, en detrimento de su ex-número dos, Íñigo Errejón. La realidad, en cambio, es algo más compleja. Lo que Vistalegre II ha abierto es el comienzo del declive de una estrella tan fulgurante como efímera en nuestro firmamento político, Pablo Iglesias, y la hibernación táctica del futuro líder del partido que, sobre los escombros del PSOE y Podemos, ocupará el espacio político de centro-izquierda en nuestro país durante los próximos años, un partido de nuevo cuño que perfectamente podría llamarse "Los Socialdemócratas". Vayamos por partes.

Íñigo Errejón ha conseguido algo tan 'shakesperiano' como poco frecuente en los dramas políticos. Ha lanzado un pulso en toda regla sin que lo pareciera del todo. Lo más frecuente, en cambio, es lo contrario. En los estertores del 'blairismo', fueron tantas las veces que Gordon Brown blandió el puñal sin llegar a utilizarlo, que la prensa británica acabó haciendo burla de cada nuevo conato de crisis. Formalmente, aunque Errejón presentase una lista propia al consejo ejecutivo de Podemos, defendió el voto para la candidatura de Iglesias a la Secretaría General, algo que siempre podrá esgrimir como prueba de su lealtad.

Sumario

Aunque las reglas de votación en Podemos son endiabladamente complejas de descifrar, el apoyo cosechado por la lista de Errejón asciende al 40%, un colchón nada despreciable para abrigarse durante su destierro. Errejón, además ha sido suficientemente inteligente como para poner públicamente su mejor cara a los cambios ejecutados tras el congreso, incluido su propio relevo como portavoz en la cámara baja. Mientras, Pablo Iglesias ha entrado al capote, otorgando a los partidarios de Errejón una participación por debajo del 20% en la nueva ejecutiva, y quitándole a su ex-número dos la mayor parte de sus funciones políticas.

Quizás Pablo Iglesias, ebrio por un resultado ligeramente por encima de sus propias expectativas, no ha advertido lo que para cualquier otro espectador político es evidente: que el nombramiento de su pareja sentimental, Irene Montero, como portavoz y número dos de Podemos, es un grave error político. Además de la sobrexposición mediática a la que a partir de ahora se someterá a la recién coronada pareja, nuestro país ha tolerado históricamente muy mal la mezcla de amor y política, presa de un cierto complejo latino que sospecha de estas contubernios, como si cualquier nudo en las telarañas del poder constituyese un caso de nepotismo. Si no, basta recordar el cariño popular que se le dispensaba al ministro Godoy, presunto amante de la reina Maria Luisa, de quien se escribió:

De la Madre, del Padre y del Marido

Arrastraste el honor, y has profanado,

Polígamo brutal, aquel sagrado

Que indigno tú jamás has merecido.

A ello se añade que el ciclo político que ahora se abre es objetivamente desfavorable para Podemos, partido que ha vivido en un permanente estado de agitación electoral (o pre-congresual, que viene a ser lo mismo) desde su éxito en las europeas de 2014. Podemos se mueve como pez en el agua en los estanques agitados, donde los mensajes directos y la habilidad para copar las portadas son las claves del éxito. En la terminología clásica de Elías Canetti, Podemos es una masa rítmica, que necesita moverse para no desfallecer. Sus habilidades, en cambio, son mucho más discutibles en la farragosa y lenta vida parlamentaria, donde sus muchas derrotas (a tener varios grupos parlamentarios, a su candidato a presidir la cámara o incluso a capitalizar la polémica sobre la pobreza energetica, por poner varios ejemplos) ganan hasta ahora por goleada a sus pírricas victorias.

Foto: Cables de alta tensión frente a una central térmica. (Reuters) Opinión

Las condiciones, pues, serán más adversas para Podemos, donde su líder, ya investido del control absoluto, tendrá mayores dificultades para colocar unos mensajes que se están apolillando a una velocidad de vértigo, sometidos al desgaste de su propia ubicuidad, con un equipo que ya no es tal, sino una camarilla de acólitos, una pandilla de conspiradores, como los ha calificado Luís Alegre, uno de los fundadores de Podemos. Mientras Pablo Iglesias intenta navegar entre estas turbulencias, Errejón dispone de dos años para rearmar su ejército y acumular fuerzas, como hiciese Margaret Thatcher a principios de los ochenta, para almacenar toneladas de carbón en las proximidades de las centrales eléctricas, después de perder la primera batalla en su pulso con los sindicatos mineros, y decidir acumular fuerzas con paciencia para la segunda y decisiva ronda. Y si para 2019 aún no se ha apagado la estrella menguante de Pablo Iglesias, Errejón puede intentar, como se le ha ofrecido, el asalto a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, un trofeo mayor que añadiría la atalaya del poder a su contrastado predicamento interno.

Mientras tanto, el Partido Socialista va camino de su autodestrucción. Ninguna de las terceras vías que tímidamente han asomado la cabeza parece haberse consolidado, ni siquiera la vía vacía que representa Patxi Lopez. Así que los socialistas parecen condenados a una elección entre susto o muerte, unas primarias a cara de perro que muy probablemente acabarán con la práctica desaparición de un partido centenario. Si gana Sánchez, una muerte a cámara rápida, quizás tras una ruleta rusa suicida, una moción de censura con el apoyo de Podemos y los independentistas, que daría lugar a un gobierno de coalición durante algunos meses, quizás un año, hasta que el dedo justiciero de Iglesias, la deriva soberanista, o el bloqueo interno obligase a la convocatoria anticipada de elecciones. Un gobierno débil, provisional, con más sombras de poder fuera que dentro, tan parecido al gobierno de Kerensky que se formó tras la caída del zar ruso, en febrero de 1917, que abriría el paso para la toma del poder absoluto por los bolcheviques en el mes de octubre.

Si por el contrario gana Susana Díaz, la caída de los socialistas será a cámara lenta, asfixiados por el proyecto político que representa la candidata peor posicionada para que los socialistas recuperen su pulso político. Su discurso territorial o su falta de credibilidad para liderar un proyecto de reformas institucionales o de lucha contra la corrupción son lastres, sencillamente, demasiado pesados para que el proyecto socialista se pueda mantener a flote. Unas primarias pasadas a cuchillo debilitarán aún más el perfil de Susana Diaz. Durante las mismas, saldrán a la superficie todos los tics de la vieja política, todos los fantasmas que asomaron en el comité federal del pasado 1 de octubre, las fallas que han agrietado el suelo socialista.

La única fórmula de salvación del PSOE pasa por aplazar la batalla interna, y encontrar una figura de consenso que dirija el partido al ralentí

Quienes defienden que Díaz es una especie de neo-populista y que por ende bebe los vientos de los nuevos tiempos, cometen el mismo error que aquellos otros que piensan que todos los populismos (Trump, Brexit, Le Pen) son iguales. Porque de populismo del interior de Jaén anda el PSOE sobrado. De lo que anda escaso es de populismo urbano, ilustrado, cosmopolita, como queramos llamarlo. Una dosis de Macron, para entendernos. O de Tierno Galván, que seguro lo entienden los más veteranos. Por cierto, que el PSOE tenía un hándicap electoral parecido se hizo evidente tras las elecciones de 1979. Y la respuesta de Felipe González fue abandonar la definición ideológica marxista y fichar a Boyer y Solchaga, no profundizar en las raíces industriales y obreras del partido. Pero claro, estamos comparando huevos y castañas.

placeholder Pablo Iglesias en Vistalegre II. (EFE)
Pablo Iglesias en Vistalegre II. (EFE)

En mi opinión, la única fórmula de salvación del PSOE pasa por aplazar la batalla interna, y encontrar una figura de consenso que dirija el partido al ralentí hasta la convocatoria de unas primarias abiertas a los simpatizantes, como pronto a finales de 2018. Una figura que podría perfectamente representar el actual presidente de la gestora. Esta operación, claro está, debería haberse lanzado hace semanas, antes de que saltase la liebre de Patxi López y el galgo de Pedro Sánchez. Pero todavía quizás estén los socialistas a tiempo. Quién sabe si Javier Fernández estaría dispuesto a prestar un último servicio a su partido, concurriendo a las elecciones primarias para frenar a Sánchez, pero evitando la escabechina que se avecina. Por cierto, que números en la mano, le otorgo más posibilidades de victoria a Fernández que a Díaz. No creo que ni uno solo de los apoyos de la segunda negasen su voto al primero, mientras al contrario forman legión. Si no, que pregunten en Cataluña.

Como lo anterior parece rocambolesco, el resultado más probable a día de hoy es que el PSOE inicie en los próximos meses el irreversible camino que lo lleve a la irrelevancia política, con su más reciente suelo electoral convertido en su nuevo techo, y una expectativa de voto por debajo del 20%, tras nuevas hemorragias de apoyo hacia Ciudadanos (si se impone Sánchez) o Podemos (si lo hace Díaz). Los rescoldos del viejo PSOE, sin embargo, no los llegará a utilizar Pablo Iglesias, igual que Julio Anguita nunca estuvo en condiciones de suceder al felipismo, aunque él nunca lo entendiese. Antes o después, lo que quede del PSOE y lo que quede de Podemos confluirán, amalgamados en el rechazo a un nuevo mandato de Rajoy o de quien le suceda. Será no antes de 2019. El nuevo partido político no será un partido (es lo que tienen estos tiempo) sino un movimiento, una marcha. Su nombre, me atrevo a aventurar, será "Los Socialdemócratas". Y el candidato mejor posicionado para liderarlo será un muchacho barbilampiño al que muchos dieron por enterrado en Vistalegre-II.

*Isidoro Tapia es economista y MBA por Wharton Business School

Una lectura apresurada de Vistalegre II sugiere que Pablo Iglesias se ha reforzado en Podemos, en detrimento de su ex-número dos, Íñigo Errejón. La realidad, en cambio, es algo más compleja. Lo que Vistalegre II ha abierto es el comienzo del declive de una estrella tan fulgurante como efímera en nuestro firmamento político, Pablo Iglesias, y la hibernación táctica del futuro líder del partido que, sobre los escombros del PSOE y Podemos, ocupará el espacio político de centro-izquierda en nuestro país durante los próximos años, un partido de nuevo cuño que perfectamente podría llamarse "Los Socialdemócratas". Vayamos por partes.

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