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¿Crisis de Podemos o de Pablo Iglesias?
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Isidoro Tapia

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¿Crisis de Podemos o de Pablo Iglesias?

Por primera vez en dos años, Podemos ha caído por debajo del 20% de apoyo y el CIS apunta a un divorcio entre el votante más fiel de Podemos y el liderazgo de Pablo Iglesias

Foto: El líder de Podemos, Pablo Iglesias, en la sesión de control al Gobierno. (EFE)
El líder de Podemos, Pablo Iglesias, en la sesión de control al Gobierno. (EFE)

¿Se ha adentrado Podemos por una senda irreversible de retroceso electoral? ¿O refleja el CIS de octubre una caída puntual, explicada por el huracán de Cataluña? ¿Cuáles son sus causas? ¿Es, a día de hoy, Pablo Iglesias un activo para la formación morada o un lastre, un liderazgo tóxico que compromete las expectativas electorales de Podemos?

Empecemos por una autocrítica. Casi todos los opinadores políticos, incluido quien firma, han infravalorado sistemáticamente el fenómeno Podemos. Desde que Pedro Arriola los calificase de “friquis”, hasta las explicaciones de copia y pega utilizadas desde entonces (“el voto protesta del 15-M”, “la expresión del populismo en España”, “un fenómeno pasajero fruto de la crisis económica"), casi todos los diagnósticos han atribuido a Podemos una importancia menor de la que después ha tenido: sorprendiendo en las europeas de 2014, remontando durante la campaña de 2015, o manteniendo su apoyo por encima del 20% desde entonces.

¿Por qué ahora debería ser diferente? Básicamente por dos motivos: uno, porque por primera vez en dos años, Podemos ha caído por debajo del 20% de apoyo (18,5% según el último CIS), el umbral que en nuestro sistema multipartidista actual marca la diferencia entre aspirar a ganar la liga (liderar una mayoría) y ser un mero partido 'bisagra'. El segundo motivo es que el desafecto del votante de Podemos ha tocado su tuétano: el CIS apunta a un divorcio entre el votante más fiel de Podemos y el liderazgo de Pablo Iglesias. Quizá convenga hacer una breve excursión para entender cómo hemos llegado hasta aquí.

Foto: Pablo Iglesias, junto a Irene Montero y Ione Belarra, este 7 de noviembre en el pleno del Congreso. (EFE)

Han sido muchos los intentos de caracterizar el fenómeno de Podemos: a través de la edad de sus votantes (Podemos fue el partido más votado en las últimas elecciones en todas las franjas de edad más jóvenes —de 18 a 24, de 25 a 34 y de 35 a 44 años—), su apoyo en los núcleos urbanos (especialmente Madrid, Barcelona y Valencia) o entre los votantes con estudios superiores (lo que se ha relacionado con el origen universitario de sus fundadores). En la definición de Belén Barreiro en su último libro ('La sociedad que seremos'), Podemos es el partido de los “digitales empobrecidos”, frente a los “digitales acomodados” (Ciudadanos), los “analógicos empobrecidos” (PSOE) y los “analógicos acomodados” (PP).

Pero incluso las definiciones más afortunadas, como la de Barreiro, pasan por alto un elemento que forma parte del ADN podemita desde su nacimiento: su vocación hegemónica. Podemos es un partido de todo o nada. Su programa político no es regeneracionista sino fundacional: busca construir un nuevo sistema político, lo que lo diferencia de Ciudadanos, que ha asumido con naturalidad su papel de 'partido bisagra' precisamente porque persigue reformas concretas, aquellas que se pueden negociar en un acuerdo de investidura (de los que Ciudadanos ya ha firmado dos).

Podemos es un partido de todo o nada. Su programa no es regeneracionista sino fundacional: busca construir un nuevo sistema político

En mi opinión, este rasgo fundacional fue una de las razones del éxito de Podemos en las elecciones de diciembre de 2015. Dice el constitucionalista norteamericano Ackerman (incluido en la lista de intelectuales más influyentes por 'Foreign Policy' y a quien cita a menudo, por cierto, Íñigo Errejón) que hay épocas 'calientes' y 'frías'. Del mismo modo, hay elecciones 'calientes' y otras 'frías'. Las elecciones de 2015 fueron 'calientes': al ser las primeras de los partidos 'nuevos', tuvieron una naturaleza cuasi-constituyente. Era como repartir la baraja desde cero. Como les dice Don Draper a los ejecutivos de Lucky Strike en un capítulo de Mad Men, “una oportunidad única: podéis elegir qué queréis ser” (“It’s toasted”, le propondría ser Draper a Lucky Strike).

Algo parecido ocurrió en las primeras elecciones democráticas en 1977 (otra época 'caliente', por cierto): los partidos se presentaban por primera vez a las urnas, y podían elegir qué querían ser a ojos de los ciudadanos. El Partido Comunista de Santiago Carrillo, hegemónico durante la dictadura, decidió presentarse como el guardián de las esencias democráticas. El PSOE de Felipe González, un partido menor durante la oposición franquista, presentó un programa más abierto (más vaporoso, dirían sus críticos). Les ganó la mano a los comunistas y se convirtió en el principal partido de la izquierda, poniendo las bases para su posterior victoria electoral.

Tras las épocas calientes, vienen las frías. Los ciudadanos se forman una imagen de las diferentes opciones políticas, y los cambios de rostro político se hacen mucho más difíciles. La inercia es más pesada. Así ocurrió durante las siguientes décadas: el Partido Comunista (más tarde refundado en IU) nunca dejó de ser un partido secundario. El PSOE, en cambio, se convirtió en el partido que durante más tiempo ha gobernado España en la etapa democrática. Así de accidental es a veces la política: una simple campaña electoral te puede mandar a los cielos o al purgatorio político.

En 2015 hizo una campaña brillante y conectó con las ansias de cambio de una parte del electorado. Desde entonces, ha cometido un error tras otro

Como decía, algo parecido ocurrió con Podemos y Ciudadanos en las elecciones de 2015. Podemos hizo una campaña brillante y conectó mejor con las ansias de cambios profundos de una parte importante del electorado (tanto como el PSOE de González había conectado con las esperanzas de cambio tranquilo de los españoles durante la Transición). Desde entonces, sin embargo, Podemos ha cometido un error político detrás de otro. Sin ánimo de ser exhaustivos, señalemos algunos de ellos:

-Su voto negativo en la investidura fallida de Pedro Sánchez, un error no solo estratégico (ha restado credibilidad a cualquier iniciativa de Podemos contraria al Gobierno de Rajoy; a fin de cuentas, Podemos 'indultó' a Rajoy antes de que lo hiciesen los españoles en las elecciones de 2016, y posteriormente el PSOE absteniéndose en su investidura), sino también táctico (un Gobierno de Sánchez, apoyado por una precaria mayoría mientras Podemos ocupaba el espacio político a su izquierda y podía decidir su final a su antojo, hubiese sido un chollo para los morados).

-La coalición electoral con IU en las elecciones de junio de 2016, que no solo fue un fracaso objetivo (la coalición perdió más de un millón de votos en comparación con los obtenidos por separado, sin conseguir culminar el sorpaso al PSOE), sino también subjetivo (la imagen de IU se ha reforzado desde entonces, hasta el punto de que no cabe descartar que en la próxima convocatoria electoral se presente por separado).

Foto: Pablo Iglesias, junto a Irene Montero, Íñigo Errejón, Carolina Bescansa, Ada Colau o Rafa Mayoral en el acto central de la campaña del 26-J. (EFE)

-El enfrentamiento entre sus principales dirigentes, con la salida de la primera línea de algunos de ellos (Errejón, Bescansa, Luis Alegre, Tania Sánchez). Estos enfrentamientos suceden en Podemos como en todas las formaciones políticas. Lo característico de Podemos es que la pérdida de una batalla interna te condena al ostracismo político. Una de las mejores medidas del liderazgo es la capacidad para hacer crecer la estatura política no solo de tus colaboradores, sino de tus rivales. Cuando Obama le ganó las primarias a Hillary Clinton, no la envió al desierto de Nevada (ni a hibernarla políticamente en la Brookings Institution). La hizo secretaria de Estado.

-El pacto con los anticapitalistas. Precisamente para asegurar su victoria frente a Errejón en Vistalegre II, Pablo Iglesias alcanzó un acuerdo con la corriente de Anticapitalistas. Al hacerlo, renunció a ser un vector político transversal. Los anticapitalistas guardaban en el armario todos los viejos cadáveres de la izquierda (antiglobalización, antieuropeísmo, agrarismo). Al irlos sacando, a Podemos se le ha puesto la cara no ya de IU, sino del viejo PCE.

-Crisis en Cataluña. Entre estos fantasmas, estaba el de la independencia de Cataluña. Anticapitalistas es una de las pocas formaciones políticas del planeta, junto con algún ministro de Osetia del Norte, que han reconocido la declaración-susurro de independencia del Parlament catalán. Pero la confusión de Podemos ha ido aquí más allá de sus sectores más radicales. La calculada ambigüedad del partido de Iglesias (llevada al paroxismo por Ada Colau) ha tenido un efecto bumerán: su imagen ha caído tanto en Cataluña (la valoración de Iglesias entre los votantes de En Comú ha pasado del 6,86 en el mes de julio al 6,17 en octubre) como en el resto de España (donde, también entre sus votantes, ha pasado del 6,56 al 5,75).

Foto: Pablo iglesias, en la jornada 'Conectar España: plurinacionalidad, solidaridad, fraternidad'. (EFE)

Y lo peor en Cataluña para Podemos puede estar todavía por llegar: sigo pensando, como escribía hace unas semanas, que en condiciones objetivas Podemos tiene la mejor mano para sacar rédito de la situación catalana. Por los 'comunes' pasan casi todas las combinaciones de gobierno posteriores al 21-D. El problema es que un mal jugador puede convertir una buena mano de cartas en su propia ruina. Si no, que se lo pregunten al PSOE del primer Pedro Sánchez, por quien también pasaban todas las combinaciones de gobierno después de las elecciones de 2015.

¿Cómo de delicada es la hemorragia electoral de Podemos? En el CIS de julio, Podemos era el partido que más conseguía fidelizar a sus votantes: un 78,6% de los votantes de Podemos manifestaba su intención de volver a votarlos (en comparación, este porcentaje era del 71,6% entre los votantes de Ciudadanos). En el CIS de octubre, la fidelización de Podemos ha caído casi 20 puntos, hasta el 60,1%, y es ahora la más baja entre los principales partidos (la de Ciudadanos es del 75,8%). Por ponerlo en perspectiva, la fidelización del voto del PSOE cayó la mitad, apenas 10 puntos, tras el nombramiento de la gestora y la abstención en la investidura de Mariano Rajoy. En el CIS de octubre se observan transferencias de votos desde Podemos no solo hacia el PSOE (7%) sino también a Ciudadanos (4,2%), un vaso comunicante entre partidos nuevos que se ha reabierto después de estar varios barómetros completamente cegado.

¿Cuál es el principal motivo de la caída de Podemos? El CIS no pregunta al respecto, pero existen señales inequívocas de que Podemos tiene un serio problema de liderazgo: Pablo Iglesias es el líder con la peor valoración entre sus propios votantes. Pero, además, su imagen está también por los suelos entre su 'potencial' electorado: entre los votantes del PSOE (teóricamente, el espacio donde Podemos podría crecer), Iglesias obtiene una puntuación de 2,59 (Alberto Garzón, por ejemplo, obtiene un 4,34). De hecho, entre los votantes socialistas, Iglesias está mucho más cerca de Rajoy (que recibe un 1,94) que de ningún otro líder.

Foto: El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias. (EFE) Opinión
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Hay un motivo evidente para esta caída en la valoración de Iglesias: prácticamente todos los errores políticos de Podemos señalados tienen la firma inconfundible de Pablo Iglesias (o al menos así se ha entendido). Iglesias consiguió una victoria incontestable en Vistalegre II e imprimió en Podemos una dirección política a su medida. Los resultados, un año después, están a la vista. Suyos serían los éxitos, y lo lógico es que los votantes le atribuyan también los errores.

¿Qué puede hacer Iglesias para frenar esta hemorragia? Es mucho suponer que Iglesias controle a los comunes en Cataluña, aunque alguna influencia debe tener. Tiene una prueba de fuego después del 21-D. La jugada más maquiavélica sería formar un tripartito con ERC y PSC para negociar un referéndum pactado que podría reventar las costuras territoriales de los socialistas. Pero ello exigiría a Podemos adoptar un papel secundario; quizás a Iglesias le tiente más, si dan los números, un mayor protagonismo en un pacto con ERC y la CUP. Si apuesta por lo segundo, la caída de Podemos a nivel nacional podría agudizarse. Porque seguramente Iglesias no tenga capacidad de imponer a Colau la única solución que le daría réditos inmediatos en el resto del país: pactar con los socialistas y Ciudadanos y hacer presidenta de la Generalitat a Inés Arrimadas.

¿Se ha adentrado Podemos por una senda irreversible de retroceso electoral? ¿O refleja el CIS de octubre una caída puntual, explicada por el huracán de Cataluña? ¿Cuáles son sus causas? ¿Es, a día de hoy, Pablo Iglesias un activo para la formación morada o un lastre, un liderazgo tóxico que compromete las expectativas electorales de Podemos?