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Inés Arrimadas y el techo de cristal
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Isidoro Tapia

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Inés Arrimadas y el techo de cristal

Si entre los votantes el elemento femenino apenas se nota, entre los candidatos es un factor fundamental

Foto: La candidata a la presidencia de la Generalitat por Ciudadanos, Inés Arrimadas. (EFE)
La candidata a la presidencia de la Generalitat por Ciudadanos, Inés Arrimadas. (EFE)

Es probable que Inés Arrimadas no sea presidenta tras las elecciones del 21-D: la dinámica de bloques de la política catalana no le favorece. En ausencia de mayorías absolutas (la constitucionalista está prácticamente descartada, mientras la soberanista se jugará en el margen de unos pocos escaños), la única salida política en Cataluña es la formación de un gobierno transversal. Y en esta partida las cartas de Arrimadas son complicadas: por un lado, Ciudadanos compite con Podemos entre los partidos “nuevos”, cuya competencia electoral es mayor de lo que parece. Por antagónica que sea la inclinación ideológica de Ciudadanos y Podemos, sigue existiendo un puente que une a sus votantes, un mar de fondo de insatisfacción que los lleva de un partido a otro sin atender a sus etiquetas ideológicas, sino atraídos por una aspiración de cambio político profundo.

Y, por otro lado, se encuentra la competencia entre Ciudadanos y los socialistas, que tiene varias manifestaciones. Pelean por el mismo votante. Que el mitin central de Arrimadas fuese en Hospitalet y contase con una chirigota gaditana para amenizar, dibuja claramente a por qué votantes se ha lanzado Arrimadas, los tradicionales abstencionistas del cinturón rojo de Barcelona (lo que hace unos meses llamábamos en esta columna los 500.000 votantes que decidirían la suerte de Cataluña). Entre socialistas y naranjas hay también una competencia política mas soterrada: la de liderar un gobierno de cambio, la de constituir la alternativa, hoy en Cataluña frente al independentismo, tal vez mañana en Madrid frente a Rajoy.

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Una y otra rivalidad, con los morados y con los socialistas, hacen casi imposible un eventual apoyo de Domènech o Iceta a Inés Arrimadas. Ambos esperan que una carambola los convierta en presidentes. Cómo piensan gobernar a partir de entonces (con qué mayorías, con qué presupuestos) es una preocupación secundaria. Pero, de momento, esta mera expectativa es suficiente para cerrar el camino a Arrimadas. No será presidenta ahora. Su turno, probablemente, llegue dentro de cuatro años, si antes consigue abrir un boquete en el bloque soberanista, bajarle al votante nacionalista un par de grados la fiebre independentista y hacerlo permeable al discurso económico de Ciudadanos.

¿Significa esto que la campaña de Arrimadas no habrá servido para nada? Más bien lo contrario. Creo que ha sido una de las campañas electorales más eficaces de los últimos veinte años. No la convertirá en presidenta, pero habrá roto un techo de cristal. Para abordarlo, es necesario tocar un tema que hasta ahora ha sido tabú en esta campaña: el factor femenino.

Arrimadas no será presidenta ahora. Su turno, probablemente, llegue dentro de cuatro años

No es necesario hacer un compendio histórico, del sufragismo a las más recientes leyes a favor de la igualdad de oportunidades, para reconocer que las mujeres han tenido históricamente más obstáculos para acceder a puestos de responsabilidad política que los hombres. Es cierto que siempre ha habido excepciones (Golda Meir, Margaret Thatcher o ahora Angela Merkel) pero también que han sido precisamente excepciones más que la regla. En algunos países, como España, no es que no hayamos tenido una Presidenta de Gobierno, es que ni siquiera hemos tenido una candidata por los principales partidos en las doce legislaturas democráticas. En EE.UU., en 58 elecciones presidenciales ha habido una sola candidata en uno de los principales partidos. Si no somos capaces de reconocer que existe una anomalía cuando un colectivo que representa el 50% de la población solo presenta un candidato en 116 oportunidades, es que tenemos un problema con los números.

¿Cuál es este techo de cristal para las mujeres? De manera resumida es el siguiente: ser mujer en política no tiene un efecto electoral positivo, por el mero hecho de serlo. Y, sin embargo, limita notablemente la capacidad de maniobra de la propia candidata. Es, para entendernos, un hándicap, una dificultad añadida. Simplemente ser mujer y política exige más que ser un hombre.

Foto: La ex candidata presidencial demócrata Hillary Clinton. (Reuters) Opinión
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Empecemos por la primera parte. ¿Existe un voto femenino? El voto de las mujeres tiene una serie de patrones que se repiten de manera sistemática (también, lógicamente, existen patrones en el voto masculino): en general, suele ser un voto más moderado. En el referéndum del Brexit, por ejemplo, las mujeres votaron en mayor proporción a favor de permanecer en la UE (en realidad, la principal diferencia no fue tanto el sentido del voto, sino la participación: las mujeres se abstuvieron en mayor medida). En EE.UU., las mujeres prefirieron a Clinton en lugar de a Trump por una diferencia de 12 puntos (curiosamente esta diferencia fue prácticamente la misma que había obtenido Obama frente Romney en 2012 y McCain en 2008; es decir, no se registró variación alguna por el hecho de que la candidata fuese una mujer).

En otros países, los partidos más extremistas como el Frente Nacional en Francia, han tenido históricamente un déficit de apoyo entre las mujeres (pese a ser el único partido con una candidata mujer). En España, algo parecido le ocurre a Podemos. De acuerdo con el último CIS, el partido preferido por las mujeres era el PSOE (21.8% de voto más simpatía, 4 puntos más que su apoyo entre los hombres), PP y Ciudadanos estaban equilibrados mientras Podemos tenía un déficit en el voto femenino de casi 4 puntos. En resumen, las mujeres suelen preferir opciones políticas más templadas, normalmente en el espectro político del centro izquierda. Y que el candidato sea hombre o mujer apenas tiene ninguna incidencia.

¿Y en Cataluña? De acuerdo con el CIS preelectoral, el partido que menos apoyo tiene entre las mujeres es ERC (su apoyo entre los hombres es del 22.2% y entre las mujeres un 18%, un saldo negativo de 4.2 puntos), seguido por la CUP (con una saldo negativo de 2.2 puntos). Y el partido que mejor desempeño tiene entre las mujeres es.. ¡JxCat! (la lista de Puigdemont., con un saldo positivo de 1.6 puntos). Por su parte, Ciudadanos, el único partido entre los siete principales que tiene como cabeza de lista a una mujer, tiene un saldo positivo de apenas 1 punto en el voto femenino. No deja de ser curioso que en una época identitaria como la actual, donde cada grupo de interés tiene su propia plataforma política, presentar a una mujer no se traduzca en un incremento del voto entre el colectivo femenino.

Foto: Votaciones en el colegio electoral Infant Jesús de Barcelona. (EFE)

No tendría por qué ser una mala noticia. A fin de cuentas, tampoco genera ningún efecto entre los votantes “castaños” que un candidato sea también “castaño”. La ausencia de un voto femenino podría simplemente significar que las cuestiones de género están normalizadas, que han sido asimiladas como propias por todos los partidos. El problema viene en la segunda parte, la que se refiere no a los votantes, sino a los propios candidatos.

Porque si entre los votantes el elemento femenino apenas se nota, entre los candidatos es un factor fundamental. En su reciente libro (“What Happened”), Hillary Clinton repasa las razones de su derrota electoral ante Trump. Lo hace con una candidez y transparencia muy alejada del estereotipo de la candidata demócrata (hay que decir que el libro es, para mi sorpresa, bastante entretenido, muy poco encorsetado). Clinton recuerda, con un punto de resignación y otro de amargura, las horas que pasó sentada mientras la maquillaban, se arreglaba el pelo o elegía vestimenta, no para conseguir nada, sino simplemente para que no la despellejasen los medios conservadores, superando pruebas en las que su rival republicano no tenía que participar (esas mismas horas, por cierto, que Donald Trump dedicaba a tuitear sin descanso o aparecer en la Fox para marcar cada nuevo ciclo de noticias). Clinton reflexiona, con lucidez, sobre cómo ser mujer ha condicionado toda su carrera política. Ella sabe, y así lo dice, que su marido era inigualable conectando emocionalmente con el electorado. Más que compararse con Bill, el argumento de Hillary es el del huevo y la gallina. Hillary reconoce su frialdad, pero justifica que era su única opción política, porque como mujer le estaba vedado mostrar debilidad en público. De hecho, lo hizo solo una vez, en las primarias de New Hampshire en 2008, y la imagen de su llanto la persiguió durante años. Son incontables, en cambio, las veces que Bill Clinton se emocionó en público, algo que solo jugó en su propio beneficio.

Porque si entre los votantes el elemento femenino apenas se nota, entre los candidatos es un factor fundamental

Un político masculino tiene muchos registros: puede bailar como Iceta, gritar como Albiol, delirar como Puigdemont o santificar como Junqueras. A una mujer política solo se le permite un registro político: la profesionalidad, la frialdad, la perfección. No es casualidad que todas las mujeres que han conseguido llegar a lo más alto (Meir, Thatcher, Merkel, la propia Clinton) respondan a este mismo patrón. Con el añadido de que, en ocasiones, como le sucedió a Hillary, se les reproche su exceso de profesionalismo.

Una campaña electoral se le puede hacer larga incluso al político más experimentado, y si no que se lo pregunten a Iceta y su patinazo con los indultos. Pero durante las últimas dos semanas Inés Arrimadas ni siquiera ha pestañeado. Como un boxeador experimentado, ha castigado sin tregua el mismo riñón del independentismo: la incertidumbre generada, las empresas que se han ido, el camino hacia ninguna parte. Ha perseguido una única estrategia electoral, la mezcla de salmorejo y butifarra. Cuando Arrimadas tomó las riendas de Ciudadanos en Cataluña, este partido tenía 9 escaños y 275.000 votos. Es posible que el próximo jueves supere los 30 escaños y el millón de votos, convirtiéndose en la primera fuerza del Parlament. Habrá quien diga que se encontró el trabajo hecho, que tuvo fortuna o azar. El 22-D empieza otra historia. Pero la que termina el 21-D tiene otro nombre. En EE.UU. lo llamarían “shellacking”. En español lo podríamos traducir como “paliza” o “lección”. Decía JFK que la victoria tiene cien padres. También, a veces, le faltó decir, tiene nombre de mujer.

Es probable que Inés Arrimadas no sea presidenta tras las elecciones del 21-D: la dinámica de bloques de la política catalana no le favorece. En ausencia de mayorías absolutas (la constitucionalista está prácticamente descartada, mientras la soberanista se jugará en el margen de unos pocos escaños), la única salida política en Cataluña es la formación de un gobierno transversal. Y en esta partida las cartas de Arrimadas son complicadas: por un lado, Ciudadanos compite con Podemos entre los partidos “nuevos”, cuya competencia electoral es mayor de lo que parece. Por antagónica que sea la inclinación ideológica de Ciudadanos y Podemos, sigue existiendo un puente que une a sus votantes, un mar de fondo de insatisfacción que los lleva de un partido a otro sin atender a sus etiquetas ideológicas, sino atraídos por una aspiración de cambio político profundo.

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