Es noticia
La ovación a Cifuentes
  1. España
  2. Desde fuera
Isidoro Tapia

Desde fuera

Por

La ovación a Cifuentes

Hacía mucho tiempo que no veía un divorcio tan grande entre la realidad que ven unos y la que vemos el resto de ciudadanos

Foto: Cifuentes, en la convención nacional en Sevilla. (EFE)
Cifuentes, en la convención nacional en Sevilla. (EFE)

El 8 de agosto de 1974, Richard Nixon se convertía en el primer presidente americano en renunciar a su cargo. Durante los meses anteriores, los americanos habían asistido con creciente perplejidad a un serial que se llevó por delante a un presidente que tan solo dos años antes había obtenido una de las mayores victorias electorales de la historia (ganó en 49 de 50 estados). Lo que al principio parecía el vulgar robo de unos ladrones de poca monta en el cuartel general del Partido Demócrata en el edificio Watergate de Washington, había dejado una madeja que conducía directamente a la Casa Blanca.

Salvando el paso del tiempo y las muchas diferencias, hay varias similitudes entre el caso Watergate y el escándalo que desde hace semanas acecha a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes. Veamos cuáles.

La primera coincidencia es una constante que se repite en la mayoría de escándalos políticos: lo que provoca la caída no es el hecho de fondo, sino los torpes intentos por taparlo. En Watergate, la pistola humeante no fue el intento de espionaje al Partido Demócrata (algo que según la mayoría de historiadores ni siquiera está claro que fuese ordenado directamente por el propio Nixon), sino el intento de encubrir algo que era políticamente inconfesable: que los rateros de Watergate habían recibido dinero de un fondo de reptiles con el que el Comité para la Reelección de Nixon (administrado por varios de sus colaboradores más cercanos) encargaba tropelías de todo tipo. Es posible también que el pecado de Cifuentes fuese de naturaleza venial: recibir un máster sin asistir a las clases ni presentarse a los exámenes (algo que deja en muy mal lugar, sobre todo, a la universidad que expide el título). O que si de verdad hubo una manipulación de sus notas dos años después de finalizar el máster, ella fuese ajena a la misma. A estas alturas da igual: ha habido un intento de encubrimiento con el objetivo evidente de ofrecer a Cifuentes una coartada que fuese potable políticamente, y este montaje se ha ejecutado además con tal torpeza que, en comparación, los rateros de Watergate parecen verdaderos artistas del despiste.

placeholder Mariano Rajoy saluda Cristina Cifuentes en la convención. (EFE)
Mariano Rajoy saluda Cristina Cifuentes en la convención. (EFE)

La segunda similitud es el papel de la investigación periodística. Se puede escribir con orgullo que han sido dos medios digitales los que han impedido el burdo intento de manipulación de un acta inexistente de un tribunal fantasma. Del mismo modo, el caso Watergate nunca hubiese existido sin la labor del 'Washington Post'. Pero señalando lo fundamental de la labor periodística, es oportuno también reconocer sus límites. No corresponde, en mi opinión, a los medios determinar la verdad judicial (algo que solo compete a un tribunal con las debidas garantías), pero tampoco lo que podemos llamar la 'verdad política'. Es cierto que las comisiones de investigación en nuestro país han funcionado históricamente entre mal y muy mal, pero al menos desde un punto de vista conceptual, existe un espacio intermedio entre la realidad periodística y la judicial. Ese espacio es justamente el que deberían ocupar las comisiones de investigación: el de determinar las responsabilidades políticas. En cambio, una moción de censura es un instrumento que, aunque de mayor envergadura, tiene menos flexibilidad debido a su carácter binario (se elige entre el presidente en ejercicio y el candidato) para determinar las responsabilidades.

Para entendernos: en mi opinión, con los hechos que hay sobre la mesa, Cristina Cifuentes debería dejar de ser presidenta de la Comunidad de Madrid. Pero veo menos claro que los mismos hechos hagan merecedor de la confianza parlamentaria al candidato socialista, Ángel Gabilondo, antes por ejemplo que a otro candidato del Partido Popular (al fin y al cabo, lo que se le reprocha a Cifuentes son hechos de naturaleza personal, que poco tienen que ver con la acción política de su partido). ¿Cómo superar esta contradicción? En mi opinión, la exigencia de una comisión de investigación de Ciudadanos está bien enfocada, pero le ha faltado un pequeño pero decisivo matiz: Cristina Cifuentes debería comprometerse a aceptar las conclusiones de esta comisión de investigación, de forma que si la misma concluye que existen responsabilidades políticas de la actual presidenta, esta debería someterse inmediatamente después a una cuestión de confianza ante la asamblea autonómica. Por cierto, que la dimisión de Nixon no se produjo a resultas directamente de las informaciones publicadas por el 'Washington Post', sino precisamente de la labor de la comisión de investigación que a tal efecto se constituyó en el Senado americano, en cuyas comparecencias un asesor presidencial soltó, como de paso, la bomba nuclear de que Nixon grababa todas las conversaciones que tenían lugar en el Despacho Oval.

La tercera coincidencia sugiere el largo camino que todavía les queda por recorrer a nuestros políticos en materia de gestión de crisis de comunicación

La tercera coincidencia sugiere el largo camino que todavía les queda por recorrer a nuestros políticos en materia de gestión de crisis de comunicación. Hace unos años, tuvo bastante éxito un libro publicado por un lingüista americano, George Lakoff ('No pienses en un elefante'), que hacía hincapié en la importancia de la presentación y formulación de las ideas ('framing'). Uno de los ejemplos clásicos (aparte del que da título al libro) data precisamente de la crisis de Watergate: al principio de la misma, Nixon compareció ante los americanos y declaró con solemnidad: “No soy un maleante” (“I’m not a crook”). Lo que inmediatamente produjo la asociación entre Nixon y un maleante, una pareja de ideas que ya nunca se disolvería en el imaginario colectivo de los americanos. No sé quién aconsejo a Cifuentes que grabase un vídeo blandiendo un acta (que ya entonces debía saber que era falsa o como mucho 'reconstruida'), pero le hizo un flaco favor a su carrera política.

Y la cuarta y definitiva similitud es la ovación a Cifuentes en la convención del Partido Popular. El 8 de agosto de 1974, el día de la dimisión de Nixon, se produjo una de las escenas más surrealistas de la historia política. Un helicóptero llegó a la Casa Blanca para recoger al recién dimitido presidente y trasladarlo a su retiro en California. La imagen fue retransmitida en directo por la televisión. Para los americanos, Nixon era un político mentiroso, tramposo y malhablado, exento de cualquier escrúpulo. Pero Nixon debía tener un concepto diferente de sí mismo, porque en el trayecto hacia el helicóptero decidió pararse a saludar personalmente a todos y cada uno de los empleados de la Casa Blanca, que lo miraban con cara cada vez mayor de asombro, estirando al máximo el momento de la despedida. Cuando finalmente su familia consiguió que se subiese a la escalerilla, Nixon no se resistió a girarse por última vez, y saludar con la palma abierta a los americanos como si se tratase de una estrella del rock, y no del escombro político en que se había convertido. Cifuentes se llevó este sábado una ovación cerrada de la convención del PP: hacía mucho tiempo (tal vez desde la escena reseñada del adiós de Nixon) que no veía un divorcio tan grande entre la realidad que ven unos (la propia Cifuentes, pero también sus compañeros de partido que rabiosamente la aplaudían) y la que vemos el resto de ciudadanos.

El 8 de agosto de 1974, Richard Nixon se convertía en el primer presidente americano en renunciar a su cargo. Durante los meses anteriores, los americanos habían asistido con creciente perplejidad a un serial que se llevó por delante a un presidente que tan solo dos años antes había obtenido una de las mayores victorias electorales de la historia (ganó en 49 de 50 estados). Lo que al principio parecía el vulgar robo de unos ladrones de poca monta en el cuartel general del Partido Demócrata en el edificio Watergate de Washington, había dejado una madeja que conducía directamente a la Casa Blanca.

Cristina Cifuentes Mariano Rajoy