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¿Quién mató a ETA?
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Isidoro Tapia

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¿Quién mató a ETA?

A ETA la matamos todos, españoles y vascos, porque resistimos el mordisco de la serpiente, porque nunca nos convertimos en ellos, porque respondimos con entereza

Foto: (Ilustración: Raúl Arias)
(Ilustración: Raúl Arias)

El terrorismo de inspiración marxista-leninista no fue una excepción española. En los años setenta, el numero de muertes por atentados terroristas en Europa occidental alcanzaba aproximadamente los 2.5 por cada millón de habitantes. Desde principios de los noventa, y a pesar de los sangrientos atentados del terrorismo islamista que han ocurrido desde entonces, esta cifra se ha situado siempre por debajo de uno por millón (los datos proceden de la base de datos de Naciones Unidas y aparecen en el último libro de Steven Pinker).

Lo que sí fue una excepción española es que ETA no corriese la misma suerte que otros grupos terroristas que redujeron drásticamente su actividad armada y fueron desapareciendo en los años ochenta, como las Brigadas Rojas en Italia, Baader-Meinhof en Alemania (y su sangrienta escisión, la Fracción del Ejército Rojo -RAF-) o, con algo de retraso, el IRA en Irlanda.

¿Por qué ETA no desapareció antes? Sin duda, la mezcla entre secesionismo y marxismo-leninismo alargó su vida, como también ocurrió con el IRA en Irlanda (que mantuvo una intensa actividad terrorista hasta entrados los noventa). El secesionismo implica la lucha por el control del territorio, y por definición sus reivindicaciones son más difíciles de incorporar al debate democrático, como sí lo son en cambio las reivindicaciones sociales y políticas (aunque sean de inspiración marxistas-leninista), susceptibles de modulación y de negociación y, en consecuencia, de acabar diluidas en un partido político.

Foto: Fotografía de archivo tomada en el Parlamento vasco en Vitoria el 25 de octubre de 2001 de José Antonio Urruticoechea Bengoechea, 'Josu Ternera'. (EFE)

Creo, sin embargo, que también existe una explicación coyuntural: la transición política a finales de los setenta, tan positiva para España en tantos otros aspectos, provocó sin embargo un fortalecimiento de la actividad terrorista. El Estado era entonces demasiado débil para oponerse de manera frontal a ETA, las fuerzas y cuerpos de seguridad vivían la propia transición en sus mandos y métodos, y existía una amenaza siempre latente (a veces patente) de una asonada militar. La lucha antiterrorista durante esta época fue desigual, desarbolada y relativamente poco eficaz. La desconfianza de otros países europeos hacia nuestro proceso de consolidación democrática y en particular hacia los métodos de nuestras fuerzas policiales (en especial, por parte de nuestros vecinos franceses) limitaba la capacidad de maniobra de nuestros cuerpos de seguridad. Gracias a estos factores, ETA vivió durante la primera parte de los ochenta, para dolor y sufrimiento de todos los españoles, una especie de época dorada.

ETA: memoria, relato, reconciliación

A ETA no la mató la disposición adicional primera de la Constitución Española (la que "ampara y respeta los derechos históricos de los territorios forales"), introducida a propuesta del PNV en el debate constituyente, pero que ni siquiera fue suficiente para lograr el apoyo de los nacionalistas vascos al texto constitucional. Por cierto, que como en tantas otras cosas, lo que la Constitución española recogía como una opción entre varias, la práctica política lo convirtió en una verdad absoluta. Siempre me ha sorprendido que el debate político ignore el segundo párrafo de la DA 1ª: "La actualización general de dicho régimen foral se llevará a cabo, en su caso, en el marco de la Constitución y de los Estatutos de Autonomía". 'En su caso' es una expresión inequívocamente leguleya. Puede parecer superflua, pero no lo es: en mi humilde interpretación, significa que el régimen competencial que hoy existe (incluido, por ejemplo, el concierto económico) es solo una opción entre varias, cuya concreción corresponde al legislador y por tanto al debate político. Por cierto, es también la interpretación del Tribunal Constitucional, al menos en sus primeras sentencias la 123/1984, de 18 de diciembre, o la 76/1988, de 26 de abril, cuando afirmaba que tal disposición garantizaría "la existencia de un régimen foral propio de cada territorio, pero no todos y cada uno de los derechos que históricamente hubieran integrado la foralidad".

A ETA tampoco la mató la chapucera "guerra sucia", actuaciones aisladas provenientes de las cloacas del Estado que no mermaron la capacidad operativa de ETA y en cambio provocaron una espiral de acción y reacción que favoreció su legitimación social entre los vascos. A ETA, en cambio, lo que le hizo daño fue que los gobiernos de Felipe González, a partir de mediados de los ochenta, consiguieran poner fin a la actividad de estos grupos paramilitares, y embridar la lucha antiterrorista dentro de los cauces del Estado de derecho.

El empeño de Zapatero, hasta ingenuo, acabó por desenmascarar a ETA, que comprendió que sus intenciones eran tan mezquinas como sus acciones

A ETA la mataron las organizaciones civiles, primero Gesto por la Paz, y más adelante otras como el Foro Ermua y Basta ya, que de manera heroica y anónima, soportando el 'txirimiri' vasco y la incomprensión de sus vecinos (¿para qué os metéis en problemas?), empezaron a concentrarse después de cada atentado terrorista, demostrando a la patriotera banda de asesinos que existía una conciencia cívica que no iba a silenciar el ruido de las pistolas.

A ETA la mató Jose María Aznar (sí, Aznar) cuando se despojó del complejo que había atenazado a la joven democracia española durante años, para hacer algo que, a día de hoy, resulta tan obvio como controvertido lo era entonces: que las organizaciones terroristas no tienen "brazos políticos". Que todo forma parte de un mismo entramado. Que no se puede hacer política por las mañanas y secuestrar rivales por las tardes. Y que quien no condena el terrorismo no tiene derecho a participar en el juego democrático.

A ETA la mataron los socialistas cuando decidieron apoyar la ilegalización de Batasuna, y no hacer carnaza electoral con una estrategia decidida por el Gobierno, algo que lamentablemente no siempre ha ocurrido así con los partidos de la oposición a lo largo de los últimos 30 años.

Foto: Un joven pasa junto a una pintada de ETA en la ciudad de Guernica. (Reuters)

Y a ETA la terminó de matar Zapatero, seguramente porque un error se convirtió en un gran acierto. Zapatero se empeñó, sin duda de forma bienintencionada, en seguir adelante con un proceso de paz pese al rechazo, fiero y montaraz, de un PP que por entonces seguía noqueado por la derrota electoral de 2004, y pese a las muchas señales que llegaban de la falta de voluntad de ETA por deponer definitivamente las armas. Pero este empeño de Zapatero, hasta cierto punto ingenuo, acabó por desenmascarar definitivamente a ETA a ojos de la ciudadanía vasca, que entendió para siempre que las intenciones de ETA eran tan mezquinas como sus acciones, que sus proclamas eran tan falsas como reales eran sus bombas-lapa. A ETA la mató que el Ministro de Interior durante aquellos años fuera Alfredo Pérez Rubalcaba, que siempre desconfió de la llamada tregua, que nunca bajó la guardia, sino que al contrario, mantuvo la tensión policial que permitió desmantelar operativamente a los terroristas, después de que la tregua explotase una mañana en el aparcamiento de la T4.

A ETA la matamos todos, españoles y vascos, porque resistimos el mordisco de la serpiente, porque nunca nos convertimos en ellos, porque respondimos con entereza, lágrimas y lazos azules a sus zarpazos miserables. Agur ETA, hasta nunca.

El terrorismo de inspiración marxista-leninista no fue una excepción española. En los años setenta, el numero de muertes por atentados terroristas en Europa occidental alcanzaba aproximadamente los 2.5 por cada millón de habitantes. Desde principios de los noventa, y a pesar de los sangrientos atentados del terrorismo islamista que han ocurrido desde entonces, esta cifra se ha situado siempre por debajo de uno por millón (los datos proceden de la base de datos de Naciones Unidas y aparecen en el último libro de Steven Pinker).

Terrorismo José María Aznar Alfredo Pérez Rubalcaba