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Dos reglas desfasadas que convertirán el congreso del PP en un espectáculo 'kitsch'
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Isidoro Tapia

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Dos reglas desfasadas que convertirán el congreso del PP en un espectáculo 'kitsch'

Gran parte de lo que está ocurriendo en el PP es accidental. Las reglas del proceso de renovación estaban escritas para un escenario muy diferente

Foto: Reunión de la comisión organizadora del congreso del PP, bajo la presidencia de Luis de Grandes (c,i). (EFE)
Reunión de la comisión organizadora del congreso del PP, bajo la presidencia de Luis de Grandes (c,i). (EFE)

El congreso del Partido Popular que a partir del próximo viernes elegirá al futuro líder conservador tiene un intenso aroma 'kitsch'. Una cáscara de frescura que envuelve un corazón de alcanfor. Un intento de hacer pasar como la última tendencia un traje demasiado raído durante los últimos años.

Gran parte de lo que está ocurriendo en el PP es accidental. Las reglas del proceso de renovación estaban escritas para un escenario muy diferente (seguramente, para 'blanquear' la coronación de un candidato de consenso, evitando así que pareciese un dedazo, el guion reservado para Núñez Feijóo). Pero la marcha abrupta de Rajoy, primero, y el desmarque de Feijóo, después, cambiaron todos los planes y abrieron la caja de Pandora para los populares.

En particular son dos las reglas que, por extemporáneas y poco meditadas, han convertido estas primarias en una especie de verbena veraniega.

La primera es que, de acuerdo con los estatutos del PP, los 3.082 compromisarios con derecho a voto tendrán que elegir entre dos listas, no simplemente entre dos candidatos (Sáenz de Santamaría y Casado). Es una regla por completo anómala: en los congresos socialistas, por ejemplo, se elige primero al secretario general, y solo entonces (cuando ya ha quedado claro quién ha ganado y quién ha perdido) se confecciona el equipo de la nueva dirección. Algo parecido ocurre en las convenciones americanas, tanto demócratas como republicanas. Se elige al candidato presidencial, no el tique completo. Lo mismo ocurre en las primarias francesas o en las italianas: se elige al líder, no al equipo.

En los congresos socialistas, por ejemplo, se elige primero al secretario general, y solo entonces se confecciona el equipo de la nueva dirección

Hacer las cosas en este orden (primero el líder y luego el equipo) tiene todo el sentido: el ganador de las primarias puede confeccionar la lista (o elegir un vicepresidente) que restañe las heridas provocadas por la competición interna, integrar a los que apostaron por otro candidato y preservar así la unidad del partido de cara a las siguientes elecciones.

¿Por qué es distinto en el PP? Tirando de hemeroteca, hay que remontarse hasta febrero de 1987: la entonces Alianza Popular decidía el sustituto de Manuel Fraga entre dos listas: la encabezada por Hernández Mancha (que integraban también Alberto Ruiz-Gallardón y Mariano Rajoy, entre otros) y la liderada por Herrero de Miñón (que incluía a José María Aznar o Rodrigo Rato). Ganó la primera, que representaba el cambio frente a la continuidad, por 1.930 a 729 votos. El experimento no funcionó, y tras el fiasco de Hernández Mancha los conservadores metieron en el baúl el traje de la democracia interna. Ni siquiera en el famoso congreso de Valencia en 2008 hubo formalmente una candidatura alternativa a la de Rajoy.

Pero, antes de cerrar el baúl, los populares olvidaron un detalle: no dejar grabadas en piedra las reglas. Cuando lo han abierto 30 años después, se han encontrado que son prácticamente los únicos que eligen listas y no candidatos (ni siquiera lo siguen haciendo los británicos, de donde seguramente se copió la regla). Y aunque la dirección provisional ha tratado de corregir este desaguisado, permitiendo que la lista ganadora integre a los perdedores, el roto ya está hecho: el retrato será un partido dividido en dos mitades. Habrá ganadores y perdedores. Para entendernos, es como si en una demanda de divorcio se obligase a los amigos comunes a firmar a favor de uno de los dos cónyuges.

Foto: Soraya Sáenz de Santamaría saluda a Pablo Casado en el Congreso de los Diputados. (EFE)

La segunda regla del congreso cuyo sentido es más que discutible es la elección a dos vueltas: primero, por los afiliados y posteriormente por los compromisarios. Lo más curioso es que esta regla también forma parte de otro tiempo.

Era una regla que seguían las convenciones políticas americanas en los sesenta y los setenta. Una parte de los delegados se elegían entonces por primarias. El resto eran delegados natos (como ocurre ahora en el PP). Había candidatos que participaban en las primarias, mientras otros, en cambio, se reservaban para postularse directamente durante la convención. El choque de legitimidades era evidente: a algunos candidatos los aupaban las bases, a otros los barones. El resultado era, muy frecuentemente, lo que se conoce como una 'open convention'. La convención se celebraba sin que se conociese de antemano el ganador (exactamente lo que ocurre ahora en el PP).

Lo que debería ser una ceremonia de unidad, se convierte en una batalla campal

Los aficionados a 'House of Cards' saben en qué consiste (en la cuarta temporada se recrea una) y también por qué los partidos son tan alérgicos a las mismas (y por qué los periodistas las adoran): lo que debería ser una ceremonia de unidad, se convierte en una batalla campal. El resultado es una lotería, ya que el bloqueo abre paso a candidatos inesperados. Desde los años ochenta, prácticamente no ha habido convenciones abiertas en EEUU: ante las traumáticas experiencias de los años anteriores, los partidos cambiaron las reglas y aunque formalmente mantienen el sistema de dos vueltas, en la práctica modificaron la aritmética para que sea casi imposible que la convención elija un candidato distinto al vencedor de los procesos de primarias.

Precisamente un periodista de la revista 'Time', Theodore White, escribió un inmortal relato de las primarias de aquellos años: 'The Making of the President'. Es famosa la convención demócrata de 1968, a la que en algún articulo me he referido. Mientras estudiantes y policía se enfrentaban en las calles de Chicago, dentro de la convención los delegados demócratas se batían a degüello entre al menos cinco candidatos.

La división interna, en efecto, suele ser una estrategia suicida en política

Entre los republicanos, la convención abierta más famosa fue la de 1976, en Kansas City. Gobernaba un presidente republicano, Gerald Ford, el primero que había llegado a la Casa Blanca sin haber pasado por unas elecciones (Ford había sustituido al vicepresidente de Nixon, Spiro Agnew, que dimitió por un escándalo de evasión fiscal poco antes de que el propio Nixon dimitiese por el Watergate). Quizá por ello, Ronald Reagan se atrevió a algo insólito: desafiar a un presidente en ejercicio de su propio partido. El empuje de Reagan le hizo ganar varias elecciones primarias y llevar el pulso hasta la misma convención, que se resolvió peleando delegado a delegado. El resultado fue muy ajustado: Ford obtuvo 1.187 delegados por 1.070 de Reagan. Tras su victoria, el presidente Ford invitó elegantemente a Reagan al estrado. Muchos pensaban que sería el último discurso de su carrera política, pero Reagan improvisó una de sus mejores actuaciones, el discurso sobre la 'cápsula del tiempo'.

Las reglas que metieron en el baúl hace más de 30 años, la última vez que practicaron la democracia interna, no tenían por qué seguir valiendo ahora

Tras la convención de 1968, los demócratas perdieron las elecciones. Tras la de 1976, también lo hicieron los republicanos. La división interna, en efecto, suele ser una estrategia suicida en política. Pero si la primera marcó el declive de los demócratas durante décadas (perdieron cinco de las seis siguientes elecciones), la segunda dio paso, apenas cuatro años más tarde, a lo llamada revolución conservadora. El genio de Ronald Reagan había salido de la botella.

Aunque la política tiene estos duendes imprevisibles, no creo que nada parecido salga del congreso del PP. Pero, al menos, el recuerdo de la cápsula del tiempo debería haberles servido para algo: para darse cuenta de que las reglas que metieron en el baúl hace más de 30 años, la última vez que practicaron la democracia interna, no tenían por qué seguir valiendo para ahora. Se habrían ahorrado algunos de los disgustos que han vivido durante las últimas semanas.

El congreso del Partido Popular que a partir del próximo viernes elegirá al futuro líder conservador tiene un intenso aroma 'kitsch'. Una cáscara de frescura que envuelve un corazón de alcanfor. Un intento de hacer pasar como la última tendencia un traje demasiado raído durante los últimos años.

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