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Con Pablo Casado, el PP busca su propio Pedro Sánchez
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Isidoro Tapia

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Con Pablo Casado, el PP busca su propio Pedro Sánchez

Con apenas un año de diferencia, los dos partidos tradicionales (PP y PSOE) han vivido sendos procesos internos con muchas semejanzas

Foto: Pablo Casado, tras ser elegido nuevo presidente del PP. (EFE)
Pablo Casado, tras ser elegido nuevo presidente del PP. (EFE)

Durante los últimos días, se bromeaba que con Pablo Casado los populares buscaban su propio clon de Albert Rivera. Desconozco si era así, pero lo cierto es que la elección de Pablo Casado como nuevo presidente del PP, a lo que de verdad se parece, es a la victoria de Pedro Sánchez en las primarias socialistas.

Con apenas un año de diferencia, los dos partidos tradicionales (PP y PSOE) han vivido sendos procesos internos con muchas semejanzas: en ambos competía una mujer con sobrada capacidad de gestión (Sáenz de Santamaría) o experiencia probada en ganar elecciones (Susana Díaz), quizás las cualidades más importantes en un líder político, lo que las convertía en claras favoritas en casi todos los escenarios imaginables. Enfrente tenían dos candidatos sin ninguna experiencia de gobierno, y que despertaban no pocos interrogantes: Pedro Sánchez, por sus magros resultados electorales en dos citas electorales consecutivas. Pablo Casado, por las sombras que se ciernen sobre un currículum a todas luces inflado aprovechando los resquicios de nuestro sistema universitario. Y, sin embargo, los afiliados tanto del PSOE como ahora del PP han preferido las dudas de “ellos” sobre las certezas de “ellas”. ¿A qué se debe este sorprendente resultado?

Foto: Alberto Núñez Feijóo, durante el XIX Congreso del partido. (EFE)

La primera lectura de la victoria de Casado, a semejanza de la de Pedro Sánchez en las primarias socialistas de hace un año, es que nace más de un estado de debilidad que de fortaleza. Un Partido Popular fuerte hubiese elegido a la ministra mejor valorada del último Gobierno conservador, tanto como un PSOE fuerte hubiese elegido a la presidenta del gobierno autonómico socialista más importante. Basta abstraernos durante un momento y plantear así la pregunta: ¿elegiría usted a una mujer, Abogado del Estado y vicepresidenta durante siete años? ¿O a un joven sin ninguna experiencia de gestión, sin otra profesión que su propia carrera política y con la sombra de una imputación judicial? Si los populares han descartado lo ya conocido (Soraya) para elegir en su lugar a Casado es porque viven con el anhelo desesperado de un cambio profundo, porque otean, como hace un año le pasaba a los socialistas, un horizonte de lenta pero inexorable pérdida de protagonismo en la escena política española. Casado, como lo fue Sánchez en su día, es sobre todo hijo de la desesperación de los militantes. Hace unos días lo comparaba con un caballo desbocado al que los militantes populares se han subido para ver dónde les lleva. O, si lo prefieren, un clavo ardiendo. Me atrevería a decir que no son los únicos puntos en común entre Casado y Sánchez: como apuntaba Víctor Lapuente hace unos días, Casado derrocha un exceso de ideología en sus planteamientos, unas convicciones que, aunque van mutando, son siempre exageradas en cada nueva manifestación que adoptan, algo que también le ocurre a Sánchez.

Foto: El candidato a la Presidencia del PP, Pablo Casado, durante su intervención hoy en el XIX Congreso del partido. (EFE)

La segunda lectura es que los populares tienen un motivo adicional para estar preocupados. Porque si las primarias de hace un año demostraron que el cuerpo socialista no era una masa inerte (votaron unos 150 mil militantes, el 80% de del total), el cuerpo popular ha dado síntomas de una rigidez mortuoria. No solo interna, que sobre todo (han votado menos de la mitad de militantes que en las primarias socialistas), sino también externa: a pesar de celebrar su primer congreso abierto en más de treinta años, y del morbo del enfrentamiento vicario que han librado Rajoy y Aznar, como dos fantasmas que se hubiesen apoderado de los cuerpos de Saénz de Santamaría y Casado para librar una batalla nunca consumada, pese a contar con todos los ingredientes para convertir su congreso en un espectáculo mediático, durante los últimos días el PP ha sido incapaz de concitar apenas un mínimo de interés, sin copar portadas y sin abrir telediarios hasta literalmente la apertura del congreso, siempre un paso por detrás de asuntos tan importantes para el bienestar de los españoles como el destino de la osamenta de quien fue un tirano sin escrúpulos durante cuarenta años, antes de convertirse en un saco de carroña política desde entonces.

"Durante los últimos días el PP ha sido incapaz de concitar apenas un mínimo de interés, sin copar portadas y sin abrir telediarios"

Y hay un tercer elemento preocupante para el PP y que está pasando relativamente inadvertido: una de las consecuencias de la eclosión multipartidista es que PSOE y PP han dejado de competir por el mismo espacio político. Prácticamente ya no hay votantes que pasen del PSOE al PP o viceversa. Resultó paradigmático hace unos días cuando, en una entrevista de radio, Pablo Casado respondió a la pregunta de a qué votantes le gustaría dirigirse en caso de ser nuevo presidente popular: dijo que a los votantes populares, por supuesto, pero también a los votantes “que se han ido a Ciudadanos, a partidos a regionalistas, o a Vox”. En esta lista se olvidó mencionar a los socialistas.

La consecuencia de la falta de solape entre PP y PSOE es que ambos partidos han reducido al mínimo sus enfrentamientos “cuerpo a cuerpo”. El PSOE forcejea a veces con Podemos y otras con Ciudadanos, mientras el PP lo hace sobre todo con Ciudadanos. Cuando dirigía el gobierno, la falta de competencia directa con el PSOE era inocua para el PP, pero ahora, con Pedro Sánchez en la Moncloa, puede ser letal para los populares. Porque mientras tanto la oposición al gobierno socialista la va forjando Ciudadanos, el partido que más beligerante ha sido en asuntos como la renovación de RTVE (asunto sobre el que el PP ha incluso buscado espacios de colaboración con el Gobierno), o la catarata de gestos para “desinflamar” el conflicto en Cataluña. Mientras tanto el PP, al buscar sobre todo la réplica a Ciudadanos, se convierte en una especie de “oposición a la oposición”, es decir, en el hermano pequeño dentro del espacio del centro-derecha. La elección de Casado agudiza esta tendencia, frente a una Sáenz de Santamaría mejor situada para hacer oposición al Gobierno.

¿Puede salir bien, pese a todo, la elección de Pablo Casado? Sin duda. Todo es posible en política. De hecho, a algunos les parecerá que la analogía con la elección de Pedro Sánchez es una virtud, a la vista de donde pernocta el líder socialista. En mi opinión, sin embargo, la alineación de astros que ha llevado a Sánchez al Gobierno es difícilmente reproducible. Pero, al mismo tiempo, Casado es un rostro nuevo, algo que política y demoscópicamente tiene premio, al menos durante unos meses. Si las elecciones fuesen a la vuelta de la esquina (digamos en otoño de este mismo año), Casado sería probablemente un competidor a tener en cuenta. Si en cambio la legislatura se alarga, entre el arrinconamiento político al que el PP parece condenado, y las citas judiciales que todavía aguardan al partido y posiblemente al propio Casado, me inclino por pensar que hemos asistido al nacimiento de una estrella fugaz en nuestro firmamento político. En su discurso (algo deshilvanado y sin un mensaje claro), Pablo Casado quiso mostrar su reconocimiento a “todos los presidentes del Partido Popular” y citó a “Manuel Fraga, José Maria Aznar y Mariano Rajoy”. Se olvidó de mencionar al que, seguramente, debería tener más presente: el de Antonio Hernández Mancha.

Durante los últimos días, se bromeaba que con Pablo Casado los populares buscaban su propio clon de Albert Rivera. Desconozco si era así, pero lo cierto es que la elección de Pablo Casado como nuevo presidente del PP, a lo que de verdad se parece, es a la victoria de Pedro Sánchez en las primarias socialistas.

Pablo Casado Pedro Sánchez Soraya Sáenz de Santamaría
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