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Nixon, Yom Kippur y Pompidou: el origen del cambio de hora y por qué debe terminarse
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Isidoro Tapia

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Nixon, Yom Kippur y Pompidou: el origen del cambio de hora y por qué debe terminarse

En los países nórdicos, el ahorro de electricidad por el cambio de hora se cifra en hasta el 10%. En España, en cambio, el IDAE lo ha estimado en un 5% y algunas asociaciones en un 1%

Foto: Varios relojes con las horas de las principales ciudades del mundo en Düsseldorf, Alemania.
Varios relojes con las horas de las principales ciudades del mundo en Düsseldorf, Alemania.

En 1973, Egipto y Siria atacaron por sorpresa Israel en lo que se conoció como la guerra del Yom Kippur. Al contrario que en la guerra de 1967 (“la guerra de los seis días”), el ataque pilló por sorpresa a Israel, que durante unos días estuvo al borde del colapso. Golda Meir escribió en sus memorias que estuvo implorando durante días la ayuda de EEUU y que rompió en lágrimas cuando esta finalmente se produjo. Bajo la dirección de su Secretario de Estado, Henry Kissinger (Nixon estaba entonces tratando de capear el temporal de Watergate), EEUU decidió reabastecer de armamento y material al maltrecho ejército israelí a través de una operación aérea. En respuesta, los países árabes decretaron un embargo petrolero. El precio del barril se multiplicó por cuatro de la noche a la mañana. Había empezado la primera crisis petrolera.

[¿Cuándo es el cambio de hora y por qué no será el último?]

Incluso cuando las operaciones militares se detuvieron (de hecho, acabaron desembocando en los primeros acuerdos de paz de Israel con dos países árabes), el embargo petrolero se mantuvo. EEUU respondió organizando a los países consumidores en un foro de discusión, donde analizar las medidas a adoptar para responder al bloqueo de los países árabes. El Presidente francés, George Pompidou y su Ministro de Exteriores Michel Jobert (de quien Kissinger escribió que era un “idiota”), pusieron todas las trabas posibles a este foro de discusión. Tenían sus propios intereses geopolíticos en Oriente Medio y habían estado en contra de la intervención americana en el conflicto armado a favor de Israel. Pocos meses después, a finales de 1974, el foro de discusión se convertiría en un organismo permanente: la Agencia Internacional de la Energía. Su sede, por supuesto, se ubicó en Paris.

La finales de 1974 el foro de discusión se convertiría en un organismo permanente: la Agencia Internacional de la Energía

El primer cometido de la Agencia fue elaborar un catálogo de medidas para que los países redujesen su consumo energético y la dependencia del suministro de petróleo árabe. Entre las medidas que la Agencia propuso estaba el cambio de hora en verano. La idea era muy simple: aprovechar la luz solar que se produce mientras estamos durmiendo. El número de horas de luz solar es distinto en verano que en invierno. La diferencia es mayor cuanto más al norte se encuentra un país (mejor dicho, cuanto más lejos del ecuador). Aunque de manera natural, los horarios y la vida cotidiana se adaptan, existe un desajuste entre las necesidades de iluminación (la demanda) y la luz natural (la oferta). Cambiando la hora “artificialmente”, es posible corregir este desajuste.

¿Cómo se ahorra con el cambio de hora? Pongamos un ejemplo práctico: imaginemos que estamos en un país del norte de Europa. En invierno, amanece a las 7 de la mañana y anochece a las 6 de la tarde. En verano, fácilmente puede amanecer a las 5 de la madrugada y ponerse el sol a las 9 de la noche. Es decir, que hay cinco horas más de sol durante el verano. Aunque el horario se adapta durante el verano (se empieza a trabajar más temprano), las costumbres no cambian tanto como para aprovechar por completo estas cinco horas adicionales. Digamos que los muy trabajadores nórdicos, durante el verano, se despiertan a las 6 de la mañana y se van a la cama a las 10 de la noche. Así que hay una hora de luz natural (entre las 5 y las 6 de la mañana) que malgastan, mientras que en cambio de 9 a 10 de la noche utilizan luz artificial. Con el cambio de hora, aprovechan la “hora extra” de por la mañana para cubrir la demanda de luz durante la noche. Esa es la hora que mágicamente ahorramos cada año cuando se produce el cambio de hora.

Foto: Escultura con relojes en una estación de París (Reuters)

Varios matices hay que hacer a este ejemplo: en primer lugar, como indicaba, el efecto es mayor cuanto más lejos del ecuador nos encontremos, porque la diferencia entre las horas de sol en verano y en invierno es mayor, y consecuentemente el desajuste entre la vida cotidiana (la demanda de iluminación) y la luz del sol (la oferta) es mayor. En algunos países nórdicos, el ahorro de electricidad se cifra en hasta el 10%. En España, en cambio, el IDAE lo ha estimado en un 5%, y algunas asociaciones lo reducen hasta el 1%.

El segundo matiz es que estamos hablando de ahorro en iluminación, no en consumo energético. Con el cambio aprovechamos una hora de luz solar extra para iluminarnos, pero esto no modifica el resto de nuestras necesidades: seguimos utilizando lo mismo el coche, la televisión o el resto de electrodomésticos. Y, lo más importante, en agregado el peso de la iluminación es cada vez menos importante. Cuando la Agencia Internacional de la Energía recomendó por primera vez esta medida en los años setenta, la iluminación representaba más del 10% del consumo energético de los hogares. Ahora, gracias a que las bombillas son mucho más eficientes y por culpa de una serie de consumos (móviles, ordenadores, electrodomésticos) que entonces no existían, el peso de la iluminación es menor al 5% del total de consumo energético (en España, el IDAE lo ha estimado en un 4.1% para el hogar medio español).

Esta medida tenía una naturaleza provisional y de emergencia cuando se adoptó en los setenta. Desde entonces, los factores positivos se han reducido

Y en tercer lugar, hay que tener en cuenta los costes de esta medida: adelantar y retrasar la hora dos veces al año provoca desajustes y alteraciones en los patrones de sueño, que aunque más difíciles de cuantificar, existen y están contrastados. También, es oportuno decirlo, hay otros factores difíciles de cuantificar en el lado positivo de la balanza: los dos cambios de hora al año constituyen una impagable campaña de comunicación sobre la importancia del ahorro energético y la concienciación de los consumidores.

¿Qué pesan más, los factores positivos del cambio de hora o los negativos? Es difícil decirlo, pero basta señalar que esta medida tenía una naturaleza provisional y de emergencia cuando se adoptó en los años setenta. Desde entonces, los factores positivos se han reducido (debido al menor peso de la iluminación) mientras los negativos seguramente se han incrementado, o se han hecho más evidentes (debido a la mayor importancia que ahora se otorga a unos patrones de sueño saludables). Además, está el hecho de que en los países del sur de Europa los elementos positivos son mucho menores, como ya se ha explicado. Curiosamente, ha sido en los países del sur donde menor ha sido la participación en la consulta organizada por la Comisión (por cierto, un procedimiento bastante curioso para decidir sobre esta cuestión). La conclusión es que seguramente es un acierto abandonar el cambio de hora, siempre que se sustituya por campañas de comunicación equivalentes sobre la importancia del ahorro energético.

¿Qué tiene que ver la discusión sobre el cambio de hora en verano con el debate en torno al huso horario de España? Desgraciadamente, nada. Digo desgraciadamente porque debo decir que es uno de mis temas favoritos. Pero lo cierto es que el debate sobre el huso horario tiene más que ver con la conciliación de los horarios que con el ahorro energético. Salvo, claro está, que aprovechemos la ventana que la Comisión ha abierto para retomar este debate. En las últimas elecciones, PSOE, Ciudadanos y PP se mostraron a favor del cambio del huso horario. Por una vez, podríamos aprovechar para tener un debate sereno sobre algo tan cotidiano como la hora en la que vivimos.

En 1973, Egipto y Siria atacaron por sorpresa Israel en lo que se conoció como la guerra del Yom Kippur. Al contrario que en la guerra de 1967 (“la guerra de los seis días”), el ataque pilló por sorpresa a Israel, que durante unos días estuvo al borde del colapso. Golda Meir escribió en sus memorias que estuvo implorando durante días la ayuda de EEUU y que rompió en lágrimas cuando esta finalmente se produjo. Bajo la dirección de su Secretario de Estado, Henry Kissinger (Nixon estaba entonces tratando de capear el temporal de Watergate), EEUU decidió reabastecer de armamento y material al maltrecho ejército israelí a través de una operación aérea. En respuesta, los países árabes decretaron un embargo petrolero. El precio del barril se multiplicó por cuatro de la noche a la mañana. Había empezado la primera crisis petrolera.

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