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Cuando la fragilidad del Gobierno debilita al Estado
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Isidoro Tapia

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Cuando la fragilidad del Gobierno debilita al Estado

La fragilidad del Gobierno ha hecho metástasis y se ha convertido en debilidad del Estado, que es ahora quien recibe los ataques

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE)

Dice el refranero español que a perro flaco todo se vuelven pulgas. Lo que no aclara el refranero es que las malas rachas no responden a un designio de la providencia, sino que tienen, déjenme decirlo así, un carácter endógeno. Cuanto más flaco un perro, cuanto más desnutrido, más fácil es que una familia de pulgas colonice su pelaje. Cada una de las diez plagas bíblicas (las ranas, los piojos, las moscas, las úlceras) era más probable una vez que las anteriores habían diezmado a la población egipcia. La mala suerte tiene forma de espiral porque en cada ronda nuestras debilidades se acrecientan, mientras mengua nuestra fortaleza.

Algo parecido le está ocurriendo al Gobierno de Pedro Sánchez. No se trata de una racha de mala suerte: su soledad de origen fue una decisión política. Algo que, como debía saber el presidente (como él mismo le reprochó a su ministra de Defensa), “acarrea consecuencias”. Empecemos por el principio. La fragilidad parlamentaria del Gobierno la decretó el propio presidente cuando, tras ser elegido, tomó una doble decisión: ni convocar elecciones ni formar un Gobierno de amplia base parlamentaria. Decidió en cambio formar un Gobierno monocolor apoyado por un grupo de tan solo 84 parlamentarios y tratar de gobernar con ellos.

Foto: Pedro Sánchez, tras ser elegido presidente. (EFE)

¿Por qué lo hizo? Aún no lo sabemos, porque desde entonces las explicaciones han sido tan confusas como mutables: se dijo que había que “regenerar las instituciones”. Después que era urgente “reconstruir el Estado del bienestar”. Y ahora (lean la entrevista a la vicepresidenta en 'La Vanguardia' el pasado fin de semana) parece que la reconstrucción puede esperar: según Calvo, ya no importa si el techo de gasto aumenta en 6.000 millones, en 1.000 o en ninguno. Ahora, la prioridad del Gobierno es aguantar hasta 2020.

Algunos pensamos (y lo llevamos diciendo desde el mismo momento de la investidura) que no se puede gobernar con 84 diputados, que el heterogéneo grupo que apoyó la censura nunca formaría la argamasa de una mayoría de Gobierno. Son demasiadas las contradicciones internas entre Podemos y sus confluencias, los nacionalistas vascos, los independentistas catalanes de uno y otro perfil y hasta la propia Bildu. Tan obvio es que con estos compañeros no iba a ningún destino, que no cabe sino concluir que el propio Sánchez lo sabía desde el primer momento. Nunca lo ha reconocido, pero sus decisiones lo han hecho evidente: su plan nunca ha sido gobernar, era presentar un Gobierno “bonito”, recibir un empujón electoral, aguantar unos meses con un par de iniciativas sin demasiadas complicaciones (jugadas “win-win” el estilo de la exhumación de Franco) y convocar elecciones cuando se sintiese en la cresta de la ola.

Su plan era aguantar unos meses con un par de iniciativas sin muchas complicaciones y convocar elecciones cuando se sintiese en la cresta de la ola

El problema es que los planes no siempre salen como estaba previstos. Y que solo puedes decir con seguridad que estabas en la cresta de la ola cuando empiezas a perder altura. El Gobierno ha perdido el control de los temas, en realidad un control que apenas sostuvo durante unas semanas. La vicepresidenta se quejaba amargamente el día de la convalidación del decreto-ley que abría paso a la exhumación de Franco, que los periodistas le preguntasen por la tesis del presidente. Pero lo cierto es que en la silla de al lado tenía la constatación de que la realidad pesa más que los deseos: el propio presidente se ausentaba aquel día de la sesión parlamentaria, mientras valoraba con sus asesores áulicos si hacer pública o no su tesis doctoral.

¿Qué ha ocurrido, deben preguntarse los socialistas? Ha ocurrido que la deliberada soledad del Gobierno es una debilidad irresistible para los ataques de los adversarios. De los ataques legítimos de otros partidos políticos y de los sectores que asisten con perplejidad e incertidumbre a su amalgama de propuestas; también, de los ataques ilegítimos de todo tipo de personajes.

La deliberada soledad del Gobierno es una debilidad irresistible para los ataques de los adversario

Y aquí es donde está lo más grave: no en el porvenir de Sánchez, ni el de los ministros, ni las perspectivas electorales de unos y otros partidos. Lo grave es que la fragilidad del Gobierno ha hecho metástasis y se ha convertido en debilidad del Estado, que es ahora quien recibe los ataques. Si algo sabe oler el comisario Villarejo (o quien quiera que esté manejando su armario de grabaciones) es la sangre: un Gobierno que “no se puede permitir una tercera dimisión” es una bendición para los extorsionadores. Un Gobierno débil y magullado, no es solo un problema gubernamental: es un problema de Estado. Porque no se engañen: el zarpazo de Villarejo es solo el primero. Vendrán otros. O ya están viniendo. Del independentismo catalán del nacionalismo vasco. Del lobby de los taxis, del eléctrico, o del bancario.

Para no hablar siempre del monotema catalán, vayamos a otros sectores. Lleva semanas el Gobierno dando señales de agachar la cerviz, algo más propio de un Ejecutivo exánime que de otro recién estrenado. En el conflicto del taxi, busca la manera de dar satisfacción a las demandas de los taxistas, hasta el punto de que las movilizaciones han cambiado de bando, hacia las empresas de VTC (por cierto, hasta el momento, mucho menos agresivas contra los consumidores que las organizadas por los taxistas antes del verano).

En el sector eléctrico, el Ejecutivo ha presentado un conjunto de medidas descafeinadas, básicamente la “suspensión” del impuesto sobre la generación, recibido con una cerrada satisfacción por las empresas eléctricas, que pedían su eliminación desde hace años. Las reformas estructurales, ha dicho la ministra, quedan para dentro de seis meses (es decir, les traduzco, para nunca, según corren los tiempos políticos).

Foto: El presidente del Ejecutivo, Pedro Sánchez, junto a la vicepresidenta, Carmen Calvo. (EFE) Opinión

Algo parecido ocurre en el sector bancario. En el mes de enero, el PSOE propuso la creación de un “impuesto extraordinario sobre los beneficios bancarios” con el objetivo de recaudar unos 1.500 millones de euros y sostener el sistema público de pensiones. De nuevo, esta propuesta me resulta más que discutible, por diversas razones que ya expuse en su momento. Pero lo llamativo es que el Gobierno, antes incluso de formalizarla, la haya enterrado, sustituyéndola por un difuso “impuesto a las transacciones financieras” que el propio Gobierno sabe que está en el limbo de la discusión europea desde hace años, de donde con toda probabilidad no salga en el medio plazo.

Para que quede claro: no pretendo asimilar las legítimas posiciones de los sectores empresariales con las podridas artimañas de un presunto delincuente. Pero si en el anverso de la moneda hay churras y merinas, en el reverso la cara es la misma: un Gobierno exánime después de apenas cien días, castrado políticamente, atenazado de pies y manos, sin capital político para toserle ni a su propia sombra. Sin fuerza, déjenme decirlo, para defender el interés general de los ciudadanos. Un Gobierno que es pasto fértil para los intereses privados.

¿Por qué entonces el presidente no convoca elecciones? Ahora mismo, su actitud se parece a la de un jugador de ruleta que, después de haber dilapidado sus cuantiosas ganancias, insiste en seguir apostando a doble o nada, con la vana esperanza de que un golpe de suerte le devuelva su capital perdido, el tesoro político que ya solo el CIS de Tezanos mantiene con lumbre. O, viéndole sonreír mientras comparte instantáneas con los calcetines del primer ministro canadiense Trudeau, o estrenando chaleco para saludar al Presidente Trump, con el director de la orquesta del Titanic: empeñado en seguir tocando un vals mientras se hunde irremediablemente el barco.

Dice el refranero español que a perro flaco todo se vuelven pulgas. Lo que no aclara el refranero es que las malas rachas no responden a un designio de la providencia, sino que tienen, déjenme decirlo así, un carácter endógeno. Cuanto más flaco un perro, cuanto más desnutrido, más fácil es que una familia de pulgas colonice su pelaje. Cada una de las diez plagas bíblicas (las ranas, los piojos, las moscas, las úlceras) era más probable una vez que las anteriores habían diezmado a la población egipcia. La mala suerte tiene forma de espiral porque en cada ronda nuestras debilidades se acrecientan, mientras mengua nuestra fortaleza.

Pedro Sánchez