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Presidente 'underdog': por qué una oposición dura puede salvar a Sánchez
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Isidoro Tapia

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Presidente 'underdog': por qué una oposición dura puede salvar a Sánchez

Una oposición sin tregua, que no deje un solo centímetro de respiración para el Gobierno, puede despertar los instintos de supervivencia de la izquierda

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE)

Provoca asombro escuchar los lamentos del Gobierno denunciando la "dureza" de la oposición. Basta hacer un poco de memoria: fue el propio Pedro Sánchez quien le espetó a Mariano Rajoy en un debate electoral que no era "una persona decente", y también quien tras las elecciones de 2015, se negó a hablar con Rajoy más de cinco minutos, negándole hasta el café como si se tratase de un apestado. ¿Acaso puede hablar de oposición dura quien bloqueó cualquier salida política y provocó un Gobierno en funciones durante más de nueve meses, porque no tenía "nada que negociar con el PP", porque "no era no"?

De dureza opositora también podría impartir clases Pablo Iglesias, ahora domesticado socio del Gobierno: votó no a la investidura de Sánchez en 2016 porque, según denunció, los escaños socialistas "estaban manchados de restos de cal viva". Quizás haya que agradecer a los servicios de limpieza del Congreso su pulcra de desinfección de la bancada socialista, que ha permitido que ahora podamos tener un Gobierno.

Foto: La ministra de Justicia, Dolores Delgado, durante su intervención en el pleno del Congreso de los Diputados. (EFE)

Seguramente sea innecesario seguir rebuscando en la hemeroteca, pero para no albergar dudas de que hay ejemplos en todas las latitudes políticas: Rajoy le reprochó a Zapatero "haber traicionado a los muertos", Aznar dijo que los españoles se manifestaban "contra el Gobierno" en una concentración de repulsa por el asesinato de un amigo de González, Tomás y Valiente, y Alfonso Guerra se preguntaba en 1979 si, en caso de que entrase "el general Pavía a caballo en el Parlamento", "el actual presidente del Gobierno no se subiría a la grupa de ese caballo" (por cierto, que igual se llevó una sorpresa cuando poco más de un año más tarde entró un tricornio en el Congreso y Suárez no se movió de su escaño).

¿Son entonces todos iguales? No exactamente: todos, los políticos de uno y otro color han hecho una oposición dura en algún momento; la diferencia es que para unos ha sido rentable políticamente y para otros no. Vaya aquí una hipótesis sobre la dinámica política en nuestro país: la "oposición dura" le funciona a la izquierda y en cambio es un negocio ruinoso para el centro-derecha.

Una hipótesis sobre la dinámica política en nuestro país: la "oposición dura" le funciona a la izquierda y es un negocio ruinoso para el centro-derecha

¿Por qué es así? Mi intuición (no pasa de eso) es la siguiente: los votantes de izquierdas muestran sistemáticamente en las encuestas una mayor preocupación por los problemas de índole colectiva y también por las soluciones colectivas a estos problemas. Esta mayor dimensión grupal de sus planteamientos, hace que los votantes de izquierda, cuando se sienten atacados, se reagrupen como colectivo; en cambio, la mayor individualidad de los votantes de derechas les hace más vulnerables cuando se enfrentan a un ataque despiadado.

¿Les parece demasiado abstracta esta hipótesis? Vayan algunos ejemplos para los que, como Santo Tomás, prefieren tocar la llaga. Empecemos por aquellas veces que una estrategia dura no le funcionó a la derecha: Aznar no dio tregua en la legislatura de 1993 (un período que guarda no pocas semejanzas con el que ahora estamos viviendo) pero González se quedó a un suspiro de ganar las elecciones de 1996, pese a los muchos escándalos de corrupción y el desgaste acumulado, al conseguir presentarse como víctima de una cacería del doberman de la derecha. A Rajoy le pasó algo parecido. Zapatero sobrellevó mucho mejor la oposición dura de su primera legislatura (con manifestaciones en la calle contra el matrimonio homosexual, el Estatut catalán o la política antiterrorista): los socialistas revalidaron su victoria en 2008, incluso ampliando su ventaja. En cambio, la oposición más sosegada de la segunda legislatura acabó siendo letal contra Zapatero. Es cierto que en esta última se cruzó la crisis económica, pero esto apunta en la misma dirección: la izquierda pierde el Gobierno cuando gestiona mal los asuntos públicos. La derecha lo hace por arrebatos emocionales del electorado. A la izquierda le pierde la gestión, a la derecha la empatía (curiosamente, existe la leyenda de que los votantes de izquierda son más exigentes con la moralidad de sus líderes; en realidad son más exigentes, pero con los líderes ajenos).

La izquierda pierde el Gobierno cuando gestiona mal los asuntos públicos. La derecha lo hace por arrebatos emocionales del electorado

Vayamos ahora con los ejemplos de la segunda parte del enunciado: aquellas veces que a la izquierda le funcionó de maravilla una oposición sin cuartel. González consiguió en 1982 la mayoría más absoluta que hemos conocido gracias a no dar respiro al Gobierno de UCD; algunos dirán que Zapatero fue una excepción a la regla, y que llegó al Gobierno haciendo una oposición suave. Pero es que en realidad Zapatero hizo dos tipos de oposición: una blanda en el Congreso y otra dura en la calle (movilizaciones universitarias, Prestige, Irak, etc.). El primer Zapatero fracasó en su estrategia, si congelamos la foto electoral en el 10 de marzo de 2004. El segundo Zapatero, el de la oposición sin tregua, aprovechó la pésima gestión del atentado por parte de Aznar para lanzar un zarpazo de oposición dura durante la jornada de reflexión electoral ("Los españoles merecen un Gobierno que no les mienta") y hacerse con el Gobierno.

Hasta puede defenderse que la oposición dura le ha funcionado a Pedro Sánchez. Una oposición más responsable (digamos, encabezada por Susana Díaz) nunca hubiese formado a su alrededor una mayoría parlamentaria para una moción de censura contra Rajoy, por mucha sentencia de la Gürtel que se cruzase. La "autenticidad" del relato de Sánchez fue fundamental para decidir el voto de la censura.

placeholder Mariano Rajoy, saluda tras intervenir ante el pleno del hemiciclo del Congreso en el debate de la moción de censura. (EFE)
Mariano Rajoy, saluda tras intervenir ante el pleno del hemiciclo del Congreso en el debate de la moción de censura. (EFE)

¿Significa esto que PP y Ciudadanos deberían volver a sus cuarteles, al "arriolismo" político de formas suaves, y alejarse del enfrentamiento directo con el Gobierno? No exactamente, pero yo les recomendaría una forma de "arriolismo" selectivo o inteligente: elegir temas donde no dar ni tregua, como Cataluña o la falta de regeneración en las instituciones de un Gobierno que prometía lo contrario (nunca será excesiva la denuncia del daño sobre el prestigio del CIS, por ejemplo, del burdo intento de manipulación que hemos vivido estos días). Esta estrategia la está siguiendo con bastante solidez Ciudadanos (el PP, como es obvio, tiene más dificultades para construir un discurso solvente en estos dos ejes, tanto en el territorial como en la regeneración institucional).

Pero al mismo tiempo, yo les recomendaría a los partidos de oposición bajar el pistón en algunos temas (de ahí lo del "arriolismo" inteligente): por ejemplo, en la tramitación presupuestaria. En primer lugar, porque hay razones para pensar que el Gobierno se puede dejar más jirones de credibilidad (insisto, la debilidad que tradicionalmente más daña a los socialistas) si se arremangan en una negociación presupuestaria a varias bandas con Podemos, nacionalistas vascos y catalanes, que si directamente no tienen la oportunidad de hacerlo. Los seis mil millones de margen que ofrece Bruselas se pueden quedar cortos para satisfacer la voracidad de los socios parlamentarios del Gobierno. Y el carrusel de propuestas y contraofertas de cualquier negociación agigantaría esa imagen de Gobierno voluble e inconsistente que se está ganando a pulso el Ejecutivo de Sánchez.

Si el foco en las próximas elecciones se sitúa sobre el traje político de 'underdog' del presidente del Gobierno, le auguro posibilidades de éxito

Pero, sobre todo, porque una oposición sin tregua, que no deje un solo centímetro de respiración para el Gobierno, puede despertar los instintos de supervivencia de la izquierda. Ese espíritu comunitario, de resistencia ante las dificultades, que puede convencer a sus votantes para votar con las manos en los ojos o tapándose la nariz, queriendo creer que los errores del Gobierno de Sánchez son insignificantes ante la conspiración entre las cloacas del Estado y la derecha más reaccionaria, que habría atenazado al Gobierno de Sánchez hasta impedirle siquiera echar a andar. Una reacción de los votantes de izquierda que ya vivimos en 1996 o en 2008. En definitiva, si el foco en las próximas elecciones se sitúa sobre el traje político de 'underdog' del presidente del Gobierno, le auguro posibilidades de éxito. En cambio, si el escrutinio es sobre su capacidad de gestión, de formar equipos o de gestionar los asuntos públicos, por mucho que diga el CIS, sus posibilidades se están evaporando rápidamente.

Provoca asombro escuchar los lamentos del Gobierno denunciando la "dureza" de la oposición. Basta hacer un poco de memoria: fue el propio Pedro Sánchez quien le espetó a Mariano Rajoy en un debate electoral que no era "una persona decente", y también quien tras las elecciones de 2015, se negó a hablar con Rajoy más de cinco minutos, negándole hasta el café como si se tratase de un apestado. ¿Acaso puede hablar de oposición dura quien bloqueó cualquier salida política y provocó un Gobierno en funciones durante más de nueve meses, porque no tenía "nada que negociar con el PP", porque "no era no"?

Pedro Sánchez Barómetro del CIS Comisario Villarejo Estado del bienestar