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Sánchez o Iglesias: ¿quién se está llevando el agua a su molino?
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Isidoro Tapia

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Sánchez o Iglesias: ¿quién se está llevando el agua a su molino?

El Ejecutivo de Sánchez ha aparcado sus pretensiones de presentarse como buen gestor y se ha tirado sin disimulo al monte del populismo

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias. (EFE)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias. (EFE)

Hay indicios de que la pecera electoral se ha dividido en dos estanques. A un lado, los votantes de PSOE y Podemos. Al otro, los de PP y Ciudadanos. Los vasos comunicantes entre uno y otro se están reduciendo al mínimo. Las próximas elecciones pueden jugarse en dos escenarios paralelos, como si se tratase de las semifinales de un torneo deportivo.

Antes de analizar las consecuencias de este nuevo formato de competición política, pongamos en duda la premisa mayor. ¿De verdad se ha partido el electorado en dos mitades? Vayan aquí algunos indicios de que efectivamente así está siendo:

- Desde el mes de julio, el apoyo de cada bloque se ha mantenido aproximadamente constante. Ha habido, eso sí, movimientos internos: el PP repuntó ligeramente tras la elección de Casado (a costa de Ciudadanos), aunque recientemente ha perdido la mayor parte de esa subida (de nuevo, a favor de los naranjas) conforme el 'efecto Casado' ha perdido fuelle. Por su parte, el PSOE, tras el subidón inicial tras la llegada de Pedro Sánchez a La Moncloa, ha caído en intención de voto, con mayor o menor intensidad según la encuesta, pero en todas (salvo el CIS) mostrando una clara tendencia a la baja desde el mes de julio. En paralelo, se ha registrado un repunte de Podemos de magnitud parecida. Pero, debemos insistir, a pesar de estos movimientos internos, el peso agregado de cada bloque sigue siendo prácticamente el mismo desde el mes de julio.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE)

- Los electores de cada bloque ven cada vez más lejos ideológicamente las opciones políticas del bloque contrario. El caso más acusado es el de Ciudadanos, que según los votantes de PSOE y Podemos (no según sus propios votantes) se ha escorado a la derecha en los últimos meses, como recientemente señalaba Lluís Orriols en un interesante artículo. Pero parecidas conclusiones se extraen si analizamos cómo perciben los votantes de centro derecha al PSOE: según los últimos datos del CIS (que aunque ya no para estimar el voto, sigue sirviendo para algunas cosas), los votantes situados en el 6 de la escala ideológica (es decir, la zona más templada de centro derecha) cada vez ubican al PSOE más lejos de sus propias posiciones, situándolo en la actualidad en el 3,89.

Así que, efectivamente, parece que el electorado se ha dividido en dos mitades prácticamente iguales (en realidad, la mitad de centro derecha es ligeramente más grande).

Este hecho tiene interesantes consecuencias sobre nuestra dinámica política. Hace unos días, comentaba por qué un sistema multipartidista parece más tenso: la competencia política tiene lugar en torno a dos polos en lugar de uno. La percepción general es que hay más división y desacuerdos. En realidad, no hay más crispación; lo que hay es más competencia política.

Así que, efectivamente, parece que el electorado se ha dividido en dos mitades prácticamente iguales (la mitad de centro derecha es más grande)

Otra interesante derivada es que las próximas elecciones consistirán, en la práctica, en un sistema a dos vueltas: en la primera (las elecciones propiamente dichas), el objetivo dentro de cada bloque será quedar delante del adversario. En la segunda ronda (la negociación poselectoral), el objetivo será articular una mayoría parlamentaria suficiente para gobernar.

Los sistemas políticos con dos rondas son muy distintos a aquellos que tienen solo una. Aparte de sus indudables méritos políticos, fueron las dos rondas del sistema electoral francés las que llevaron a Emmanuel Macron a la presidencia en 2017. El discurso político de Macron (liberal, reformista y proeuropeo) seguramente nunca lo hubiese llevado a la victoria en un sistema a una sola vuelta. Era un discurso casi por definición minoritario, si se quiere demasiado elitista, dirigido a solo unas determinadas capas de la sociedad francesa. De hecho, en la primera vuelta Macron apenas logró el 24% de los votos. Pero gracias a ellos pasó a la segunda ronda, lo que le permitió enfrentarse a Marine Le Pen y ofrecer a los franceses una disyuntiva imposible de la que salió vencedor por una airosa mayoría.

placeholder El presidente del PP, Pablo Casado. (EFE)
El presidente del PP, Pablo Casado. (EFE)

La dinámica en la España de las dos vueltas podría ser parecida. Para liderar el próximo Gobierno no será necesario (ni seguramente posible) alcanzar una mayoría cercana al 40%; no será necesario subirse a una ola de cambio como la que llevó a los socialistas al Gobierno en 1982 o 2004, o a las mayorías absolutas de los populares en 2000 y 2011. El objetivo para los partidos en liza no debería ser concitar un apoyo social masivo, sino el de una minoría suficiente. La cifra mágica podría estar alrededor del 25% (muy parecida a la de Macron en la primera vuelta francesa). Este apoyo podría ser bastante para el próximo presidente del Gobierno.
Analizar este nuevo escenario político da para tres artículos (las dos semifinales —PSOE vs. Podemos y Ciudadanos vs. PP— y la posterior final —la negociación poselectoral—. Empecemos esta miniserie analizando el tablero de la izquierda: ¿quién se está llevando el gato al agua, Pedro Sánchez o Pablo Iglesias?

La respuesta instintiva es que los socialistas ganan por goleada. Gobiernan en solitario, lideran casi todas las encuestas y afrontan en unas condiciones envidiables el próximo ciclo electoral. Reconozco que este fue mi juicio apresurado tras la moción de censura: para un Pablo Iglesias entonces enredado en la polémica sobre su chalé, la desaparición de su némesis político (M. Rajoy) representaba el principio del fin de su fulgurante carrera. Y, sin embargo, el camaleónico líder de Podemos parece haber encontrado una nueva vida, una rendija por la que reinventarse.

El camaleónico líder de Podemos parece haber encontrado una nueva vida, una rendija por la que reinventarse. Va camino de ser vicepresidente

Hace unos días comentaba que el Pablo Iglesias que negoció la investidura de Sánchez en 2016 nunca hubiese firmado el acuerdo presupuestario ahora rubricado. Pero pasé por alto una segunda apreciación: que el Pablo Iglesias de hoy va camino de conseguir toda la lista de demandas que reclamó en aquella involvidable rueda de prensa en la Zarzuela. Va camino de ser vicepresidente, de controlar el CNI o RTVE. Incluso está a punto de nombrar vocales en el CGPJ con el mayor de los sigilos. La gran habilidad del Pablo Iglesias de hoy ha sido cambiar el ruido por las nueces. Consigue mucho más, aunque acapare menos portadas. Es como si hubiese recibido una transfusión de paciencia, la virtud política que nunca tuvo. Iglesias parece haber decidido que la batalla por la hegemonía en la izquierda ya no pasa por asaltarla, sino por difuminar los contornos del PSOE hasta hacerlo indistinguible del proyecto de Podemos. Y, mientras tanto, ir acumulando poder, influencia y tinta impresa en el BOE.

A esta jugada está colaborando, tal vez de forma inadvertida, el propio Pedro Sánchez. Su primer instinto fue nombrar varios ministros con un irreprochable perfil profesional. Parecía entonces que Sánchez quería dar la batalla en el terreno de la gestión. Pero ya fuese porque sus ministros han estado por debajo de las expectativas o porque la realidad parlamentaria de un Gobierno con 84 diputados es la que es, los 'ministros Calviño' han dado un paso atrás a favor de los 'Montero', Borrell parece en retirada mientras la vicepresidenta Calvo gana presencia. O por decirlo de otra manera: el Ejecutivo de Sánchez ha aparcado sus pretensiones de presentarse como buen gestor y se ha tirado sin disimulo al monte del populismo.

Foto: Protesta por la sentencia del Supremo que da la razón a los bancos. (EFE)

La semana pasada fue un ejemplo palmario de ello. La reacción a la decisión del Supremo sobre el impuesto hipotecario podía haber sido (debería haber sido) remitirse a la Ley Hipotecaria, en tramitación parlamentaria. Abrir un periodo de discusión con el resto de formaciones, y buscar la calidad técnica legislativa que evitase problemas como el que ha dado lugar al guirigay en el Supremo. En cambio, pocas veces se ha visto una reacción más genuinamente populista desde el atril de La Moncloa: Sánchez atacó al Supremo pidiéndole autocrítica (dijo el cazo a la sartén), improvisó un RD-ley con tantos agujeros que antes de entrar en vigor ya hay que modificarlo, todo ello empaquetado en una liturgia acicalada con los peores ribetes demagógicos (“los ciudadanos nunca más pagarán impuesto hipotecario”, “la democracia es que no paguen siempre los mismos”).

Si los asuntos de los próximos meses van a ser los pérfidos banqueros y la osamenta del dictador, los ciudadanos elegirán al original de Podemos

El problema para los socialistas es que una máxima de la política es saber elegir los temas. Si los asuntos de los próximos meses van a ser los pérfidos banqueros y la osamenta del dictador, corren el riesgo de que los ciudadanos terminen eligiendo el original de Podemos a la copia de los socialistas. No sería la primera vez que los votantes acaban decantándose por la versión más auténtica.

Hay indicios de que la pecera electoral se ha dividido en dos estanques. A un lado, los votantes de PSOE y Podemos. Al otro, los de PP y Ciudadanos. Los vasos comunicantes entre uno y otro se están reduciendo al mínimo. Las próximas elecciones pueden jugarse en dos escenarios paralelos, como si se tratase de las semifinales de un torneo deportivo.

Pedro Sánchez Emmanuel Macron Barómetro del CIS Ciudadanos