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Vox o la conjura de los chalecos amarillos
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Isidoro Tapia

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Vox o la conjura de los chalecos amarillos

Si hay una variable que sistemáticamente han infravalorado los análisis políticos y las encuestas durante los últimos años son las demandas de cambio de los ciudadanos

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“España se acostó monárquica y se levantó republicana”, diría el almirante Aznar sobre la proclamación de la República. Andalucía se acostó socialista y se levantó siendo de extrema derecha. O seguramente no. Porque si en Andalucía hubiesen surgido de repente 400.000 votantes filofascistas, sería uno de los fenómenos más misteriosos de la historia política. Tan extraño como cuando en las elecciones europeas de 2014 aparecieron en España, de la noche a la mañana, más de un millón de votantes de extrema izquierda, que pedían auditorías de la deuda y el control ciudadano del BCE. Para entender el fenómeno Vox, hay que empezar por distinguir entre la formación política y sus votantes. Y analizar estas dos realidades por separado.

El programa de Vox que ha votado un 11% de los andaluces

Uno de los comentarios políticos más sagaces que he escuchado nunca se lo oí a un analista norteamericano tras unas primarias en 2008 (disculpen la fricada): "La política es más de círculos que de líneas rectas". Entonces me pareció una frase vacía. Pero con el tiempo me he dado cuenta de que encerraba más inteligencia de la que creía: también Vox se explica mejor con círculos que con líneas rectas.

Foto: Susana Díaz comparece en Sevilla tras conocerse los resultados de las elecciones. (EFE)

Empecemos por los 'votantes Vox'. Si hay una variable que sistemáticamente han infravalorado los análisis políticos y las encuestas durante los últimos años, son las demandas de cambio de los ciudadanos. Las demandas de cambio político, de regeneración, de que algo cambie de verdad en nuestra vida política. Fue la espuela que hizo crecer a Podemos, la que llevó a Ciudadanos a ganar las elecciones catalanas y seguramente la que está detrás del crecimiento de Vox. Cada vez que los votantes han tenido ocasión de pronunciarse en los últimos años, han dicho clara y rotundamente 'cambio'. En la última década, hemos vivido una crisis económica sin precedentes, el rescate de nuestro sistema financiero, recortes en los servicios públicos, la abdicación de un Rey y un desafío independentista que estuvo a punto de hacer saltar nuestro país por los aires. Hubo quienes pensaron (entre ellos, el actual presidente del Gobierno) que toda esta corriente de fondo se resolvía mágicamente con la salida de Rajoy del Gobierno, con un 'quítate tú, que me pongo yo'. Quien no quiera entender que en nuestro país existe una demanda de reformas políticas insatisfechas, de regeneración institucional en el más amplio sentido de la palabra, seguirá sorprendiéndose cada vez que acudamos a las urnas.

Porque los 'votantes Vox' son transversales a todas las fuerzas políticas. A la luz de los resultados, Vox ha conseguido un apoyo más amplio entre los votantes urbanos, de mediana edad, con estudios superiores y rentas medio altas. Pero también ha pegado un zarpazo en la Andalucía rural, tradicional feudo de los socialistas, demostrando que el voto del PSOE en estas zonas no era un voto estrictamente ideológico. Es probable que incluso haya habido transferencias de voto directamente desde Podemos a Vox. Los que habíamos anunciado (entre quienes me incluyo) la muerte de la transversalidad política, nos hemos llevado un chapuzón muy refrescante.

Los 'votantes Vox' se parecen a los 'chalecos amarillos' que estos días protestan en Francia en contra de la subida del diésel. Una protesta que une a los hogares de rentas bajas, castigados por una medida que afecta directamente a sus bolsillos (suelen ser los propietarios de vehículos diésel), con los hogares de rentas altas, que también han abandonado, por otros motivos, el orden político. En el fondo, una coalición no muy distinta de la que llevó a Trump a la presidencia. Siempre se dice que Trump ganó entre los votantes industriales del Medio Oeste (los famosos 'perdedores de la globalización'). Lo que a veces se ignora es que también lo hizo entre los 'ganadores', los votantes con más renta. De nuevo, un circulo mejor que una recta para describir un fenómeno político. Por cierto, en nuestro país, los chalecos amarillos tienen una segunda lectura: la revolución en la derecha española ha sido la de los chalecos sin manga, teñidos de amarillo porque, como bien apunta Ignacio Varela, la cuestión catalana lo ha cambiado todo.

Es interesante diseccionar a Vox para entender hacia dónde puede evolucionar: algunos rasgos deberían resultarnos más que familiares

En definitiva, los 'votantes Vox' proceden de tres sitios: del PP, del 'voto protesta' (que en comicios anteriores eligió a Podemos y en menor medida a Ciudadanos) y del voto rural conservador, que en Andalucía, por motivos históricos, era socialista y comunista.

Vayamos ahora al 'partido Vox'. Como apuntaba, no es que su apoyo se explique por su programa electoral, ni siquiera seguramente por quiénes son sus candidatos. Algo parecido ocurría con Podemos. Pero aun así es interesante diseccionar sus entrañas para entender hacia dónde puede evolucionar en los próximos meses. De nuevo, algunos rasgos de Vox deberían resultarnos más que familiares.

Foto: Imagen de promoción de la lista de difusión de Vox en WhatsApp.

- Autenticidad. "Hay mucha gente en las ciudades —decía Santiago Abascal hace unos días en un mitin— que no sabe distinguir una paloma de una tórtola". Vox, en cambio, llama a las cosas por su nombre (como Pablo Iglesias se jactaba de hacerlo cuando recorría las tertulias de televisión hablándole 'a la gente'). Vox habla sin las ataduras de la corrección política. Llama al pan, pan y al inmigrante, extranjero.

- Identificación de un enemigo común. La casta y los enemigos de España. La irrupción de Podemos se construyó a partir de la identificación de un enemigo común: la casta, presunta responsable de todos los males de nuestro país: la crisis financiera, las políticas de austeridad, la corrupción o las puertas giratorias. Vox utiliza una estrategia parecida, aunque ha cambiado el término 'casta' por el de 'enemigos de España'.

- Un liderazgo hipercalórico. Como bien apuntaba Jorge Bustos hace unos días, las dos formaciones también tienen liderazgos parecidos: dos dirigentes personalistas, machos alfa de la política, que han construido a su alrededor proyectos de masas. Las dos figuras, además, tienen otras semejanzas circunstanciales: aunque se presentan como 'outsiders' de la política, proceden en realidad de lo más profundo del 'statu quo': Iglesias, de la universidad (seguramente una de las instituciones más conservadoras de nuestro país); Santiago Abascal, de la cantera del PP vasco, donde hizo carrera, antes de buscar el cobijo de Esperanza Aguirre en Madrid durante varios años.

Las campañas en las redes sociales de Podemos y Vox guardan muchas semejanzas entre sí. Son masivas, organizadas y están bien ejecutadas

- Tácticas de guerrilla en las redes digitales. Las campañas en las redes sociales de Podemos y Vox guardan muchas semejanzas. Son masivas, organizadas y bien ejecutadas. Hasta comparten un punto en común de 'matonismo', siendo habitual que señalen directamente a periodistas poco afines.

- Intervencionismo económico y antieuropeísmo. Vox y Podemos comparten no solo las formas y la estrategia. También el fondo. Hace unos meses, el exlíder de IU Julio Anguita y el diputado de Podemos Manolo Monereo publicaron un artículo en el que defendían al nuevo Gobierno italiano, poniéndolo como ejemplo de "rebelión popular contra la UE" y sus políticas neoliberales. Son muchas las coincidencias de ese artículo (o de las propuestas originales del programa con el que Podemos concurrió a las elecciones europeas) con las propuestas de Vox en relación con la UE (propuestas 96 a 100 de su programa político), incluido un nuevo tratado europeo en la línea del llamado Grupo de Visegrado (Hungría, Polonia, la República Checa y Eslovaquia).

Habitualmente, se representa la escala ideológica como una línea recta que va del 1 (extrema izquierda) al 10 (extrema derecha). Pero el espectro de ideologías estaría en cambio mejor representado con un círculo: no solo es que los extremos se toquen, es que en ocasiones representan exactamente lo mismo. No es la primera vez que una formación nueva introduce sus cantos de sirena por las grietas de una demanda insatisfecha de cambio político. ¿Ultraderecha? Sí, también. Pero más que un fenómeno ideológico, la irrupción de Vox es una muestra más de una picadura que lleva más tiempo entre nosotros y se llama populismo.

“España se acostó monárquica y se levantó republicana”, diría el almirante Aznar sobre la proclamación de la República. Andalucía se acostó socialista y se levantó siendo de extrema derecha. O seguramente no. Porque si en Andalucía hubiesen surgido de repente 400.000 votantes filofascistas, sería uno de los fenómenos más misteriosos de la historia política. Tan extraño como cuando en las elecciones europeas de 2014 aparecieron en España, de la noche a la mañana, más de un millón de votantes de extrema izquierda, que pedían auditorías de la deuda y el control ciudadano del BCE. Para entender el fenómeno Vox, hay que empezar por distinguir entre la formación política y sus votantes. Y analizar estas dos realidades por separado.

Vox Extrema derecha Santiago Abascal