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De Guiomar a la vía eslovena: ¿qué pasó con la desinflamación en Cataluña?
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Isidoro Tapia

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De Guiomar a la vía eslovena: ¿qué pasó con la desinflamación en Cataluña?

¿Qué ha salido mal? ¿Por qué el romance veraniego se ha vuelto mustio? ¿Por qué el agua del entendimiento ya no brota fresca y lozana, sino con el marrón turbio del lodo?

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i), enseña al presidente de la Generalitat, Quim Torra (d), la fuente en la que el poeta Antonio Machado se citaba en secreto los fines de semana con Guiomar. (EFE)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i), enseña al presidente de la Generalitat, Quim Torra (d), la fuente en la que el poeta Antonio Machado se citaba en secreto los fines de semana con Guiomar. (EFE)

Cuando el presidente Sánchez recibió al 'president' Torra en el Palacio de la Moncloa, allá por el mes de julio, eran días de vino y rosas para ambos. Una de las fotografías más tiernas que el entonces hiperactivo 'community manager' de La Moncloa hizo circular fue una bucólica estampa a los pies de la fuente de Guiomar, el último amor de Antonio Machado. Un nuevo riachuelo de agua corría por las heridas abiertas entre Madrid y Barcelona.

Por aquel entonces, la celebración de un Consejo de Ministros en Barcelona (previsto para el próximo 21 de diciembre) debía ser la guinda del proceso político llamado desinflamación, el principio de la solución del problema catalán mediante un ungüento taumatúrgico compuesto por una dosis alta de empatía, mucho cariño gestual y una no menos importante (aunque más callada) ración de millones de euros de nuevas inversiones en Cataluña. El Consejo de Ministros de Barcelona debía ser la puesta de largo de los nuevos Presupuestos, rubricados por una nueva mayoría, la de socialistas, Podemos e independentistas, demostrando que efectivamente, como dijo Sánchez en la tribuna del Congreso, el responsable del problema catalán había sido Mariano Rajoy y su Gobierno. Desaparecidos estos, no había ningún motivo para que siguiese existiendo la rabia.

En cambio, para sorpresa de todos, en lugar de recibir con agasajos al presidente Sánchez, el 'president' de la Generalitat se apresta a recibirlo “apretando”, con los CDR bloqueando las calles, y los 'mossos' atados de pies y manos, purgando el pecado de ejercer la “legítima violencia” cuyo monopolio, hasta ahora, era un rasgo distintivo de los estados.

Foto: Pedro Sánchez, este 12 de diciembre durante su intervención inicial en el pleno del Congreso. (Reuters)

En el otro lado del puente aéreo, no solo el 'community manager' de La Moncloa ha perdido la alegría y el espíritu festivo: también el presidente y sus ministros, más taciturnos después de las elecciones andaluzas, hablan menos de empatía mientras amagan con aplicar la Ley de Seguridad Nacional como paso previo para aplicar de nuevo el art. 155, ante la dejación de sus funciones por parte de la Administración catalana.

¿Qué ha salido mal? ¿Por qué el romance veraniego se ha vuelto mustio? ¿Por qué el agua del entendimiento ya no brota fresca y lozana, sino con el marrón turbio del lodo?

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el 'president' de la Generalitat, Quim Torra, en el Palacio de la Moncloa. (EFE) Opinión
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Un resumen muy breve podría ser que el amor nunca fue posible entre los dos gobiernos. Si bajamos a los detalles, habría que añadir que ninguno de los dos presidentes ha hecho nada por remediarlo, sino más bien lo contrario.

Empecemos por lo imposible. El amor nunca pudo ser sencillamente porque el plan de una parte (la de Torra) nunca dejó de ser separarse unilateralmente de España, y el de la otra parte nunca existió, o al menos no lo hemos conocido, porque el presidente Sánchez no ha tenido a bien comunicar sus planes sobre Cataluña a los españoles. Así que daba igual cuánto cariño le pusiesen ambos a la relación: si una parte planea separarse y la otra no tiene plan alguno al respecto, el espacio para el acuerdo es exactamente cero.

El amor nunca pudo ser porque el plan de una parte nunca dejó de ser separarse unilateralmente de España, y el de la otra parte nunca existió

¿Podrían ambos dirigentes haber modificado las posiciones de fondo, aunque fuese en los márgenes, hasta encontrar alguna rendija para el entendimiento? En realidad, tampoco: porque para hacerlo ambos gobiernos hubiesen necesitado un capital político del que carecen. Ambos gobiernos (el español y el catalán) son ultradébiles, quizá los más precarios que han existido en nuestro país en los últimos 40 años. Ambos se sostienen en el alambre. El de Sánchez levita sobre apenas 84 diputados, y es incapaz siquiera de presentar unos Presupuestos a las cámaras salvo para que se los rechacen. Por qué Sánchez, sosteniéndose sobre apoyos tan magros, se lanzó en solitario a la aventura de (intentar) resolver el desafío soberanista, solo tiene dos respuestas posibles: temeridad o supervivencia.

O verdaderamente Sánchez pensaba que con 84 diputados podía poner patas arriba el edificio constitucional para dar satisfacción a las demandas independentistas, o realmente no lo pensó nunca, pero se lo hizo creer a sus socios catalanes para intentar arrancarles el apoyo a los Presupuestos, con los que prolongar su estancia en La Moncloa y afrontar en mejores condiciones unas futuras elecciones. Un famoso editorial de un medio nacional describió una vez a Sánchez (en realidad, al Sánchez anterior al presidente Sánchez) como un “insensato sin escrúpulos”. Seguramente fue una calificación desafortunada, pero al menos en el tema catalán, solo cabe concluir que Sánchez o no ha demostrado sensatez o no ha tenido escrúpulos.

El Gobierno de Torra, por su parte, no tiene un solo gramo más de solidez: su Gabinete se sostiene sobre una coalición antinatura (convergentes y republicanos), depende de un partido antisistema (la CUP) y disfruta de una mayoría que es solo virtual por la negativa de los diputados fugados a entregar sus escaños. Tan precaria es la situación de los dos presidentes, Sánchez y Torra, que seguramente ninguno de los dos sobreviviría a una cuestión de confianza si decidiesen preguntar a las cámaras si mantienen su confianza parlamentaria.

Foto: Quim Torra, este martes, en la conferencia política 'El nostre moment'. (Reuters) Opinión
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Si todo era tan imposible, ¿qué es lo reprochable en el comportamiento de ambos presidentes? A Torra hay que reprocharle su incontinencia verbal. Incluso en un proceso tan hiperventilado como el soberanista, cuando se habla de la vía eslovena, cuando se dice que “los eslovenos decidieron tirar hacia delante en el camino de la libertad con todas sus consecuencias: hagamos como ellos”, en definitiva, cuando se habla con tal ligereza de poner muertos sobre la mesa, se cruza una línea que ningún dirigente político debería jamás traspasar.

¿Y qué es lo reprochable en Sánchez? Algunos piensan que es su política flip-flop, sus frecuentes cambios de rumbo. Pero hay algo peor que cambiar de criterio: los motivos para hacerlo. Este Gobierno nos lo está poniendo muy fácil a los analistas políticos, porque antes de poner en práctica una estrategia la anuncia a bombo y platillo. Hace unos días, desayunamos con la noticia de que el Gobierno se disponía a “virar al centro” y “visibilizar la ruptura con los independentistas catalanes”. Menos de 24 horas después ya había ministros sacando a pasear la amenaza del 155 por las declaraciones de Torra.

Pero lo cierto es que fue el mismo Torra quien a principios de septiembre declaró: “No puedo aceptar ni aceptaré ninguna sentencia que no sea la libre absolución”. El que prometió el pasado 1 de octubre "defender la independencia hasta el final”. Que el oráculo electoral del Gobierno sea una ruleta rusa, que tan pronto apunte a la extrema izquierda como al centro, es algo con lo que podríamos convivir. Pero que la respuesta del Gobierno a nuestra mayor crisis constitucional en décadas dependa de esa brújula loca que marca su rumbo demoscópico, es algo sencillamente inexplicable.

Cuando el presidente Sánchez recibió al 'president' Torra en el Palacio de la Moncloa, allá por el mes de julio, eran días de vino y rosas para ambos. Una de las fotografías más tiernas que el entonces hiperactivo 'community manager' de La Moncloa hizo circular fue una bucólica estampa a los pies de la fuente de Guiomar, el último amor de Antonio Machado. Un nuevo riachuelo de agua corría por las heridas abiertas entre Madrid y Barcelona.

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