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La campaña más rara de nuestra historia
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Isidoro Tapia

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La campaña más rara de nuestra historia

Vivimos una campaña rara. Si esto se traducirá en un resultado sorprendente o, en cambio, el que predicen las encuestas, es algo que solo sabremos en los próximos días

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Foto: EFE

Hace unos años, cuando un buen amigo se disponía a entrar en política, le envié de regalo 'Todos los hombres del rey', la novela de Penn Warren (que tuvo una magnifica adaptación cinematográfica en 1950, 'El Político', y otra más mediocre hace pocos años). La obra de Warren, una de las grandes novelas políticas del siglo XX, narra el ascenso de un ambicioso político sureño en EEUU a la cima de la política durante la década de 1930, al mismo tiempo que se produce su descenso a los infiernos humanos. La metáfora era muy obvia ("No te vuelvas mal tío"), pero la novela es tan buena que pensé que valía la pena por sí misma; en el peor de los casos, mi amigo disfrutaría de una descripción trepidante de la sociedad y la política americana en la primera mitad del siglo XX.

El libro lo compré por Amazon casi sin mirar. Debí equivocarme al elegir, porque lo que mi amigo recibió en su casa, también con el título 'Todos los hombres del rey', fue un álbum de fotos de fans de Elvis Presley. Eran fotos de tipos con largos tupés, bufandas de lana, anillos y chaquetas blancas. Cada uno vestido con un atuendo diferente, a imagen y semejanza del rey del rock.

Mi amigo nunca ha sabido contarme exactamente qué pensó cuando abrió el libro (o mejor dicho, qué pensó que yo pensaba), pero con el paso del tiempo he terminado por pensar que el libro de Elvis era en realidad un regalo más apropiado que la novela de Warren, al menos para describir algunos de los acontecimientos vividos en los últimos años en la política española.

Recordaba esta anécdota a cuenta de la campaña electoral que ahora comienza. Porque si de alguna manera me atrevería a describirla es como una campaña rara. Anómala, distinta a las anteriores. Si esto se traducirá en un resultado sorprendente, o en cambio el que predicen las encuestas, es algo que solo sabremos en los próximos días.

Es una campaña rara en el cuándo. Porque las dos semanas de campaña se cruzan con la Semana Santa, una festividad que muchos españoles aprovechan para hacer una escapada, o volver a su tierra de origen. Muchos votantes dejarán de escuchar la televisión y la radio estos días, se informarán de las noticias a través de su móvil, pero con mucho menos interés, porque tendrán otras (mejores) ocupaciones. Adolfo Suárez legalizó el Partido Comunista un Sábado Santo por un motivo muy simple: era el día que menos españoles se iban a enterar de ello.

La campaña ha arrancado a mil por hora y pegará un frenazo el miércoles. Cuando volvamos a saber de ella, será para hablar del único debate, el próximo martes 23 de abril. Por decisión de los socialistas habrá solo uno, en una televisión privada y con cinco candidatos. Es un desatino que la decisión sobre los debates electorales en España siempre dependa del capricho del partido que encabeza los sondeos, que como es lógico siempre responde en función de sus propios intereses. Esta vez no ha sido una excepción. Ojalá cuando finalice la campaña, no se nos vuelva a olvidar que si se deja este tema al albur de los partidos durante la siguiente convocatoria electoral, volveremos a tropezar en la misma piedra: en su lugar, debería acordarse una regulación estableciendo el formato y el número mínimo de debates. En EEUU la comisión de debates presidenciales decide todo esto con un año de antelación.

Será una campaña rara también en el cómo. Las campañas, como los partidos de fútbol, suelen tener dos partes de 45 minutos, lo que abre la puerta a giros en el guion. Como el efecto 'underdog' de Felipe González en 1993, cuando perdió el primer debate y reaccionó ganando el segundo. O la remontada que Podemos protagonizó en las elecciones de 2015 (el CIS preelectoral le daba poco más del 10%). Esta vez será un partido con gol de oro. El primero que haga bingo, se llevará la victoria. Los partidos disponen de una sola bala en la recámara.

Durante la semana de verdadera campaña viviremos además a oscuras, por el apagón demoscópico que decreta nuestra regulación electoral para los días anteriores a las elecciones. Una regulación que siempre me ha parecido anacrónica, pero que a la vista de la impúdica utilización de las encuestas del CIS durante los últimos meses como instrumentos de agitación política, seguramente tiene bastante más sentido del que a priori parece.

Es también una campaña rara en el dónde: porque la competición ha entrado de lleno en la 'España vaciada'. Con las provincias del interior ha habido una paradoja en las últimas décadas: por un lado, estaban sobrerrepresentadas en nuestro sistema electoral (ganar un escaño en estas provincias era mucho más barato en votos que hacerlo en las grandes capitales). Sin embargo, debido a la aritmética electoral, los diputados en estas provincias del interior estaban prácticamente adjudicados de antemano. Y el resultado era que las campañas "pasaban" de algunas provincias (¿para qué iba a ir un candidato a Soria si el resultado era un diputado popular y otro socialista?). El primero que advirtió que esto cambiaba en un entorno de varios partidos fue Rajoy en 2016, cuando se fue a hacer campaña a un campo de alcachofas, para regocijo de sus adversarios.

placeholder Santiago Abascal y el presidente de Vox en Asturias, Rodolfo Espina, durante una ofrenda floral a la Santina en Covadonga. (EFE)
Santiago Abascal y el presidente de Vox en Asturias, Rodolfo Espina, durante una ofrenda floral a la Santina en Covadonga. (EFE)

Y, finalmente, es una campaña rara en el quién: la competición electoral se ha convertido en una especie de 'First Dates', el programa de televisión de citas a ciegas, en el que todo hubiese salido al revés. Se da la curiosa paradoja de que Iglesias quiere gobernar con Sánchez, pero Sánchez prefiere hacerlo con Rivera, quien a su vez quiere hacerlo con Casado. Casado probablemente se sintiese más cómodo gobernando con Abascal. Y Abascal… parece que no quiere gobernar con nadie. De hecho, el momento más loco hasta ahora fue cuando Abascal, el musculado candidato carpetovetónico, el mismo que arrancó su campaña a la sombra de la estatua de Blas de Lezo y se fue a Covadonga a iniciar allí la Reconquista, fue a casa de Bertín Osborne, para presentarse a todos los españoles en la primera entrevista que condecía, y llevó como regalo a su anfitrión un plato de… ¿rabo de toro?, ¿callos?, ¿tortilla española? No, lo que llevó fue un plato de pimientos rellenos con quinoa. Quinoa. Tan fácil de explicar como el libro de Elvis.

Hace unos años, cuando un buen amigo se disponía a entrar en política, le envié de regalo 'Todos los hombres del rey', la novela de Penn Warren (que tuvo una magnifica adaptación cinematográfica en 1950, 'El Político', y otra más mediocre hace pocos años). La obra de Warren, una de las grandes novelas políticas del siglo XX, narra el ascenso de un ambicioso político sureño en EEUU a la cima de la política durante la década de 1930, al mismo tiempo que se produce su descenso a los infiernos humanos. La metáfora era muy obvia ("No te vuelvas mal tío"), pero la novela es tan buena que pensé que valía la pena por sí misma; en el peor de los casos, mi amigo disfrutaría de una descripción trepidante de la sociedad y la política americana en la primera mitad del siglo XX.

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