Desde fuera
Por
Sánchez e Iglesias: enemigos íntimos o amigos acérrimos
¿Por qué Pedro Sánchez no quiere una coalición con Pablo Iglesias? ¿Por qué Iglesias insiste en la misma con tanto ahínco? ¿Cuál de los dos dará su brazo finalmente a torcer?
El mayor acierto táctico de los socialistas durante las pasadas elecciones ha sido combinar dos elementos 'a priori' contradictorios: movilizar al electorado de izquierdas, pero hacerlo sin atarse las manos comprometiéndose a un Gobierno de coalición con Iglesias. La izquierda se ha movilizado a niveles muy altos (parecidos a los de 2004 o 2008) gracias al espantajo de Vox y al fantasma de las 'tres derechas', que ha actuado como un catalizador del voto ideológico. Sin embargo, Sánchez actúa ahora como si su victoria hubiese llegado por el centro político. Su primera decisión tras las elecciones, ni más ni menos, ha sido recibir a Pablo Casado y Albert Rivera. No es de extrañar que Iglesias ande incómodo: después de proclamar la “alerta antifascista”, para beneficio de los socialistas, resulta que los primeros en pisar la alfombra monclovita han sido precisamente los facinerosos.
¿Por qué Pedro Sánchez no quiere una coalición con Pablo Iglesias? ¿Por qué Iglesias insiste en la misma con tanto ahínco? ¿Cuál de los dos dará su brazo finalmente a torcer? Abordemos estas preguntas con orden.
El Partido Socialista se ha encontrado dos veces, en su reciente historia, en la encrucijada de gobernar mirando al centro o a la izquierda. En 1993, Felipe González (con 159 diputados) podía elegir si explorar un acuerdo de investidura con la IU de Anguita (cuyos 18 diputados eran suficientes para alcanzar la mayoría absoluta) o con los partidos nacionalistas catalanes y vascos (CiU tenía entonces 17 diputados y el PNV, cinco). Felipe optó por los segundos. Una década después, Zapatero se encontró ante una decisión similar tras las elecciones de 2004, pero optó en cambio por gobernar con 'la izquierda' (IU y ERC) en lugar de con los nacionalistas más conservadores (CiU y PNV). Hay una línea divisoria entre los socialistas que piensan que se equivocó Felipe y los que creen que fue Zapatero.
¿Estamos ahora ante el tercer caso similar? Sánchez, en realidad, no tiene estas dos opciones. Su mirada al centro, incluida su ronda de entrevistas con Casado y Rivera, es un brindis al sol. Para formar una mayoría parlamentaria, su única opción, al menos en el futuro más inmediato, pasa por sumar a Podemos, cuyos 42 diputados son imprescindibles para los socialistas, una vez que Ciudadanos ha dejado claro que pasará a la oposición. En este caso (no ocurre a menudo), discrepo de Ignacio Varela: Sánchez no tiene la sartén ni tiene el mango. Lo único que tiene (que no es poco) es el control de los tiempos.
Para formar una mayoría parlamentaria, su única opción pasa por sumar a Podemos, cuyos 42 diputados son imprescindibles para los socialistas
Porque las opciones de Sánchez en realidad son también dos, pero bien distintas: o lanzarse a la piscina con sus 123 diputados y confiar en que a Podemos le tiemblen las piernas antes de forzar una repetición de las elecciones (una especie de versión 'redux' de la moción de censura y del Gobierno en el alambre de los últimos meses) o llegar a un acuerdo con Podemos para formar un Gobierno con 165 diputados (sumando los 42 morados).
¿Por qué Sánchez se resiste al Gobierno en coalición? En primer lugar, porque no es suficiente: 165 diputados son sin duda una mayoría más sólida que 123, pero todavía no bastante. Un Gobierno Sánchez/Iglesias necesitaría seguir negociando con otros grupos políticos para alcanzar la mayoría absoluta en el Congreso (situada en 176 diputados). Pero, en mi opinión, lo que realmente incomoda a los socialistas de un Gobierno con Iglesias es algo distinto. Iglesias es un consumado especialista de la mercadotecnia política. Es como uno de esos futbolistas que con el balón en los pies consigue acaparar los focos, pero que pierde todo el brillo cuando no le pasan la pelota. Darle las llaves del BOE es correr el riesgo de resucitarlo políticamente.
Además, hay una serie de efectos colaterales: aunque el sistema político español es en teoría parlamentario, en la práctica es cuasi-presidencialista, debido a los poderes que acumula el presidente (que no por casualidad recibe esta denominación, en lugar de la de 'primer ministro'). En un Gobierno de coalición, en cambio, el presidente del Gobierno vuelve a ser un 'primus inter pares'. Su autoridad es compartida, y su voz deja de ser la única decisiva. Una coalición, además, obliga a compartir la iniciativa política y también los réditos.
Sánchez ha vivido cómodamente mientras aprobaba medidas de carácter social, y poniendo a los grupos parlamentarios (en particular a Podemos) en la difícil tesitura de convalidar los decretos-leyes (reforzando así la imagen del Gobierno) o tumbarlos, cargando en este caso con el coste de aparecer como culpables (como ocurrió con el decreto sobre el mercado de la vivienda). Con un Gobierno de coalición, esta dinámica cambiaría por completo: es más, es muy previsible que los ministros de Podemos adoptasen el papel de los 'ministros sociales', obligando a los socialistas a actuar como los ortodoxos cancerberos de la disciplina fiscal.
En un Gobierno de coalición, el presidente vuelve a ser un 'primus inter pares'. Su autoridad es compartida, y su voz deja de ser la única decisiva
¿Por qué Iglesias insiste en el Gobierno de coalición? Porque él mismo ha comprobado durante los últimos 10 meses que el camino que más rápidamente lo lleva a la irrelevancia es tener un presidente en la Moncloa poniéndose todas las medallas entre el electorado de izquierdas (desde los Presupuestos sociales hasta la exhumación de Franco), reservando a Podemos el sombrío papel de apretar el botón en la convalidación de los decretos-leyes. Para Podemos, el Gobierno de coalición no es una alternativa sino un salvavidas: es el último tren que puede sacarlo del túnel al que sus errores lo han conducido.
¿Y quién acabará llevando el agua a su molino, Sánchez o Iglesias? Como decía, aquí discrepo de que Sánchez tenga la sartén por el mango. Es cierto que controla los tiempos, como también lo es que Podemos ha dado muestras de demasiado nerviosismo en este asunto, lo que podría hacer descarrilar sus pretensiones en cualquier momento.
Sánchez puede tirar hacia adelante, presentándose a una investidura sin mayoría y dejando a Podemos la papeleta de forzar una repetición de elecciones
Pero si ignoramos por un momento las condiciones atmosféricas (que Sánchez anda crecido después de su victoria electoral e Iglesias cabizbajo tras constatar la fuga de gran parte de sus votantes), y nos centramos en cambio en cuáles son las posiciones de fondo, nos encontramos con lo siguiente: Sánchez ha ganado las elecciones movilizando a su alrededor al electorado de izquierda. Aunque quisiera hacerlo, tendría complicado hacer como González en 1993 y no como Zapatero en 2004. Pero es que ni siquiera puede hacerlo: Ciudadanos va a disputar el liderazgo de la oposición, y no entra en sus planes colaborar con los socialistas. Así que los 42 diputados de Podemos son imprescindibles. E Iglesias y el resto de dirigentes morados parecen tener muy claro que la mejor manera de aprovecharlos es entrando en el Gobierno.
¿Qué puede hacer Sánchez? Sin duda, puede tirar hacia adelante, presentándose a una investidura sin mayoría y dejando a Podemos la difícil papeleta de forzar una repetición de elecciones. Pero ¿de verdad es una amenaza creíble? Con 10 diputados menos, el PSOE tendría dificultades para armar cualquier mayoría, y el riesgo de bloqueo sería muy alto. ¿Se va a arriesgar Sánchez a ello? Pero es que, además, si se fuerzan elecciones porque PSOE y Podemos son incapaces de gobernar juntos, la carta del electorado de izquierdas se desinfla. Así que si hubiese un mercado de apuestas, pondría mis ahorros a que en la próxima foto del Consejo de Ministros habrá dos rostros sonrientes, el de Sánchez y el de Iglesias: si son enemigos íntimos o amigos acérrimos, o cualquier otra combinación intermedia, solo lo sabremos con el tiempo.
El mayor acierto táctico de los socialistas durante las pasadas elecciones ha sido combinar dos elementos 'a priori' contradictorios: movilizar al electorado de izquierdas, pero hacerlo sin atarse las manos comprometiéndose a un Gobierno de coalición con Iglesias. La izquierda se ha movilizado a niveles muy altos (parecidos a los de 2004 o 2008) gracias al espantajo de Vox y al fantasma de las 'tres derechas', que ha actuado como un catalizador del voto ideológico. Sin embargo, Sánchez actúa ahora como si su victoria hubiese llegado por el centro político. Su primera decisión tras las elecciones, ni más ni menos, ha sido recibir a Pablo Casado y Albert Rivera. No es de extrañar que Iglesias ande incómodo: después de proclamar la “alerta antifascista”, para beneficio de los socialistas, resulta que los primeros en pisar la alfombra monclovita han sido precisamente los facinerosos.