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Toni Roldán y los que (no) callan
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Isidoro Tapia

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Toni Roldán y los que (no) callan

La política vivió el lunes uno de los momentos que engrandecen ese oficio ingrato: Toni Roldán dejó de formar parte de Ciudadanos por la política de pactos de la formación

Foto: Toni Roldán, en una intervención en el Congreso de los Diputados. (EFE)
Toni Roldán, en una intervención en el Congreso de los Diputados. (EFE)

En el verano de 2016, muchos dirigentes del Partido Socialista vivieron aquella larga y calurosa canícula con creciente desasosiego. Tiempo después, el que fue presidente de la gestora, Javier Fernández, lo resumiría de esta manera: “Al día siguiente de las elecciones de junio, la inmensa mayoría de los dirigentes de este partido sabíamos lo que había que hacer, lo que no sabíamos era cómo ganar el congreso después de hacerlo”.

Toni Roldán: "No me voy porque yo haya cambiado sino porque Ciudadanos ha cambiado"

En mi opinión, no se trataba de lo que los socialistas sabían o dejaban de saber. Se trataba de lo que hicieron. O, mejor dicho, de lo que no hicieron. De lo que callaron. El verdadero pecado de muchos socialistas fue no hablar. No levantar la voz en los órganos del partido, renunciar a dar la batalla por temor a salir escaldados, y después de agotar todos los cauces internos, no seguir diciendo lo mismo en público. Porque no basta con saber que el rey está desnudo: hay que atreverse a decirlo.

Foto: El diputado de Ciudadanos Toni Roldán, en la rueda de prensa. (EFE)

La política vivió el lunes uno de esos momentos que engrandecen ese oficio ingrato. Toni Roldán es un 'rara avis' en muchos sentidos: economista de sólida formación (ha pasado por las aulas de la Universidad de Columbia y la London School of Economics), socialdemócrata liberal, o liberal progresista, como prefieran llamarlo (esa estirpe de paredes estrechas pero de mirada larga, que en nuestro país ha tenido representantes tan escasos como ilustres, de Garrigues Walker a Solchaga), y político por vocación, porque podría haber elegido prácticamente cualquier otro oficio. Durante los últimos años, aglutinó a su alrededor un grupo de colaboradores que convirtieron Ciudadanos en un laboratorio de ideas, elevando varias alturas el debate sobre las políticas públicas en nuestro país.

El impuesto negativo sobre la renta, el bono-formación, las políticas de fomento de la natalidad, la lucha contra la brecha salarial que se abre entre hombres y mujeres a partir del nacimiento de los hijos o, más recientemente, la lucha contra la despoblación en la España rural son todos debates que se han enriquecido gracias al paso de Toni Roldán por nuestro escenario público. Solo por eso, mi primera reacción es lamentar su marcha, desearle lo mejor, que recupere para su familia las muchas horas que nos ha dedicado a los demás, y también desearle lo peor, es decir, que el virus de servicio público que tiene inoculado (seguramente por herencia genética) no se le apague nunca, y le haga regresar más pronto que tarde al debate político.

Roldán es una 'rara avis' en muchos sentidos: es un político por vocación, porque podría haber elegido desempeñar prácticamente cualquier otro oficio

La salida de Roldán ha abierto en canal un debate en Ciudadanos: ¿debe la formación naranja abrir una vía de negociación con el PSOE o mantenerse fiel a la palabra dada durante la campaña, y permitir que los socialistas negocien con Podemos y los independentistas la formación del próximo Gobierno? Ciudadanos es también un 'rara avis' en la política española: durante los últimos años, en varias ocasiones ha tomado decisiones en aras del interés general, incluso en contra de sus propios intereses, al menos en el corto plazo (como negociar la investidura con Sánchez en 2016 para romper el bloqueo político, o hacerlo pocos meses después con Rajoy). Fue un milagro de la política española que, en algunos momentos, pareciese que los costes para Ciudadanos de tener este comportamiento constructivo eran menos que los beneficios que recolectaba en el medio y largo plazo.

Pero la política tiene también un componente cíclico, y este 'trade-off' entre costes a corto y ganancias a medio plazo se ha invertido: la eclosión multipartidista ha ido acompañada de la multiplicación de los vetos cruzados. Podemos vetó a Ciudadanos en la negociación de 2016, mientras el PSOE hacía lo mismo con el PP. Ahora Ciudadanos y el PP vetan al PSOE, y todos menos el PP vetan a Vox. La política española se ha convertido en un baile en el que todos quieren bailar solos. En estas circunstancias, fue abriéndose paso en Ciudadanos la idea de que para ser competitivos electoralmente debían dejar de ser la pareja dispuesta a bailar con todos. La 'naranja veleta'. Que para convertirse en aspirantes al trono, debían dejar de ser hacedores de reyes. Como dijo Roldán en su despedida, para alguien que entiende la política a través de las políticas, es decir, como un camino de pasos concretos, esta era una diferencia de criterio difícilmente conciliable.

Hay, no obstante, algunas diferencias importantes con el contexto de 2016. Entonces, Rajoy propuso un Gobierno de coalición a PSOE y Ciudadanos porque entendió que esa era la mayoría más razonable que dibujaba el Parlamento. Sánchez, de momento, no ha hecho nada parecido. Solo pide al resto de partidos que se abstengan y le dejen gobernar en solitario, que al parecer es su fórmula de gobierno preferida. En otro momento habrá que analizar cómo es posible que alguien que ha obtenido 123 diputados sobre un total de 350 se empeñe en gobernar en solitario, y haga muecas de desagrado ante la pretensión de otras formaciones de contar con ministros en su Gobierno. Pero la principal diferencia con 2016 es que entonces el debate dentro del Partido Socialista se produjo entre viejos zorros de la política que nunca dijeron esta boca es mía. Ya pueden rebuscar en la hemeroteca que nunca encontrarán unas declaraciones de Susana Díaz pronunciando la palabra maldita ('abstención').

Habría que analizar cómo es posible que alguien que ha obtenido 123 diputados sobre un total de 350 se empeñe en formar un Gobierno en solitario

Esta vez, el debate dentro de Ciudadanos lo abanderan dirigentes como Luis Garicano, Igea o, hasta ahora, el propio Roldán, que entienden la política como la confrontación de ideas, honesta, abierta y directa. Está por ver que las costuras de Ciudadanos, por muy elásticas que hayan sido en el pasado, sean capaces de aguantar este debate interno. En la película 'Trece días', sobre la crisis de los misiles en Cuba, hay una escena en la que el presidente Kennedy pregunta a su gabinete cuáles son las opciones sobre la mesa: ¿bloqueo o ataque aéreo?, pregunta Kennedy. Adlai Stevenson, embajador en Naciones Unidas, y al que perseguía fama de 'paloma', interviene: “En realidad, presidente, hay una tercera opción. Porque esas dos conllevan un riesgo alto de conflagración nuclear. Si alguien en esta habitación tiene que ser el cobarde, seré yo. La tercera opción es alcanzar un acuerdo bajo cuerda: desmantelar nuestros misiles en Turquía a cambio de que los rusos retiren los suyos en Cuba”. El presidente Kennedy le contesta de manera tajante: “No creo que eso sea posible, Adlai”. Todas las miradas se posan con indulgencia en Stevenson, que se acaba de convertir en un cadáver político.

Cualquiera que mire a día de hoy la composición del Congreso de los diputados y se ponga a sumar, difícilmente encontrará una mayoría más sólida que los 180 diputados que suman PSOE y Ciudadanos. Tal vez las circunstancias no lo permitan hoy. Tal vez solo sea posible dentro de tres meses, o de dos años. Pero Roldán se permitió decir con naturalidad que había un elefante en la habitación, preguntándose retóricamente cuántos países de Europa soñarían con tener esa mayoría fuerte en el centro político.

En 1963, apenas un año después de la crisis en Cuba, Estados Unidos retiró por completo los misiles estacionados en Turquía. La Administración americana negó durante casi 20 años relación alguna entre los dos hechos, hasta que Arthur Schlesinger, una de las figuras clave durante el mandato de JFK, lo reconociese en una biografía de Robert Kennedy. Adlai Stevenson había fallecido varios años antes. Es lo que tienen los que no se callan. Que no lo consiguen ni muertos.

En el verano de 2016, muchos dirigentes del Partido Socialista vivieron aquella larga y calurosa canícula con creciente desasosiego. Tiempo después, el que fue presidente de la gestora, Javier Fernández, lo resumiría de esta manera: “Al día siguiente de las elecciones de junio, la inmensa mayoría de los dirigentes de este partido sabíamos lo que había que hacer, lo que no sabíamos era cómo ganar el congreso después de hacerlo”.

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