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La política del hortelano: ni gobierna ni deja gobernar
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Isidoro Tapia

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La política del hortelano: ni gobierna ni deja gobernar

Sánchez ha llevado la frontera varios pasos más allá, hasta inventar una nueva forma de hacer política: la del hortelano. Ni gobierna ni deja gobernar

Foto: Ilustración: Raúl Arias.
Ilustración: Raúl Arias.

Un compañero de otro medio me comentaba el pasado fin de semana que nunca sabremos qué hubiese ocurrido si Pablo Iglesias llega a aceptar la oferta de coalición (la vicepresidencia y los tres ministerios) que le hicieron los socialistas en julio. Lo más probable, me decía, es que se hubiese convertido en papel mojado antes de llegar al BOE. No se trata de que Pedro Sánchez haga promesas que luego no cumpla (una cualidad inmanente a la política), o de que cambie de criterio con demasiada frecuencia, o que defienda una cosa y al mismo tiempo la contraria. Sánchez ha llevado la frontera varios pasos más allá, hasta inventar una nueva forma de hacer política: la del hortelano. Ni gobierna ni deja gobernar. Sus propuestas tienen una vigencia tan efímera que cuando propone algo, lo retira tan pronto como la otra parte lo acepta. En ese mismo momento, cambia la oferta aceptada para sustituirla por otra de imposible cumplimiento.

Sus propuestas tienen una vigencia tan efímera que cuando propone algo, lo retira tan pronto como la otra parte lo acepta

El lunes, el presidente del Gobierno en funciones se encontraba en Albacete, apurando las últimas horas antes de la convocatoria de unas nuevas elecciones, haciendo lo que no ha dejado de hacer desde que se cerraron las urnas el pasado mes de abril: estaba de campaña electoral. Sánchez hizo unas declaraciones genéricas, apelando a la responsabilidad de los partidos para evitar la repetición electoral, y volvió a pedir la “abstención técnica” de Ciudadanos y PP para poner en marcha la legislatura (en la particular terminología monclovita, 'técnica' significa 'gratuita').

Casi al mismo tiempo, la política española daba uno de esos volantazos a los que nos ha acostumbrado en los últimos años. Albert Rivera proponía a Pablo Casado una abstención conjunta si Sánchez asumía tres condiciones: en primer lugar, la ruptura del acuerdo de gobierno en Navarra entre socialistas y nacionalistas, que contó con la abstención de Bildu. Segundo, una mesa para "planificar" la "eventualidad" de la aplicación del artículo 155 en Cataluña (ante las previsiones de un otoño caliente tras la sentencia) y el compromiso de que no haya indultos a los líderes del 'procés'. Y, por último, el compromiso de que no se subirán los impuestos a “familias" y “autónomos”.

La vía propuesta por Albert Rivera, cerrada en 24 horas

¿Cuál de estas medidas no es asumible por Sánchez? En realidad, ninguna. Las tres están formuladas en términos que deberían ser aceptables: Chivite no debe dejar la presidencia navarra, sino 'romper' con los nacionalistas radicales. No se pide la aplicación del 155, sino su previsión. Y se pide que los impuestos 'no suban', no que bajen. La respuesta de Sánchez a Rivera, en cambio, ha sido una obra maestra de orfebrería 'hortelana': los socialistas se han negado a negociar las condiciones de Ciudadanos porque dicen que ya cumplen todas. Poco entusiasmo para quien llevaba meses pidiendo la abstención de Ciudadanos. Cuando no quieres que algo suceda, lo mejor es no pedirlo como deseo. Si lo haces, corres el riesgo que el genio de la botella te lo conceda.

Se puede discutir si la oferta de Rivera tiene como verdadero objetivo desbloquear la investidura (en cuyo caso, seguramente, debería haberla planteado hace tiempo, por ejemplo, cuando descarriló la investidura en julio) o retratar a Sánchez en sus contradicciones. Hay quien piensa que lo ha hecho por pánico a unas nuevas elecciones, y otros, al contrario, por puro cálculo electoral. Me da igual. Es indiferente cuál fuese el motivo: Sánchez debería haber recogido el guante y sentarse a negociar las condiciones propuestas, explorar la única vía abierta para evitar la repetición electoral una vez que él mismo había cerrado la vía de Podemos. El que no lo haya hecho, sino que se haya limitado a contestar con un argumentario más propio de un adolescente (“yo ya cumplo lo que me estás pidiendo”) demuestra la gran farsa en la que él mismo ha convertido desde hace tiempo su propia investidura.

Foto: El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, de camino al despacho de Pablo Casado en el Congreso. (EFE)

Constatado el fracaso de los últimos movimientos, cabe preguntarse por su efecto en las elecciones que previsiblemente (salvo sorpresa de última hora) se celebrarán en el mes de noviembre. Si el objetivo de Rivera era poner en evidencia a Pedro Sánchez, se puede decir que lo ha conseguido. La negativa de este a explorar el camino abierto por el líder de Ciudadanos es un torpedo en la línea de flotación socialista de la inminente campaña electoral: si en abril el grito de la tribu era “que vienen los fachas”, el que ya se estaba mandando a la imprenta para los nuevos comicios era presentar a los socialistas como baluartes de la estabilidad política, frente a una izquierda inmadura y una derecha cerril. Pero de poca estabilidad puede presumir quien rechaza acuerdos a diestra y siniestra, convirtiéndose en el elemento objetivo más inestable de nuestro panorama político. El único que ha estado en todas las situaciones de bloqueo que ahogan nuestra democracia desde 2015.

La propuesta de última hora coloca en una situación incómoda a Casado, retratando su falta de agilidad cuando las aguas se agitan

La propuesta de última hora de Ciudadanos coloca también en una situación incómoda a Casado, retratando la falta de agilidad del líder popular cuando las aguas se agitan, y revela la naturaleza de cartón-piedra de la marca España Suma, que tanto revuelo ha generado últimamente.

En tercer lugar, cabe señalar los riesgos de la propuesta para el propio Ciudadanos de cara a las urnas: la formación naranja lleva meses intentando 'ser fiable' entre el electorado de derecha, sellando a cal y canto cualquier rendija de acercamiento a los socialistas. La propuesta de Rivera (pese a involucrar a Casado en la misma) constituye la primera grieta en este muro, y tiene el riesgo de que sea mejor entendida por los votantes de centro-izquierda que ya nunca volverán a Ciudadanos, al menos en el corto plazo, que por los que ahora constituyen el núcleo de su apoyo electoral.

Lo que enlaza con la última clave de la propuesta, tal vez la de mayor repercusión: ¿qué implica la propuesta de Ciudadanos de cara a una futura repetición electoral? El 'no a Sánchez y no al PSOE' con el que Ciudadanos concurrió a los anteriores comicios tiene visos de ir mutando en un 'no a Sánchez'. Y no faltan los motivos para que así sea. Porque si Sánchez no puede gobernar con Iglesias porque les separa demasiado en Cataluña; ni tampoco con Rivera, porque no les separa nada; si Sánchez lleva meses pidiendo una abstención técnica, y la ignora cuando esta se pone a tiro; si no gobierna cuando gana las elecciones, ni deja gobernar cuando pierde, solo cabe hacerse la pregunta que tanto temen los matrimonios en crisis: ¿no te pasará otra cosa, cariño?

Un compañero de otro medio me comentaba el pasado fin de semana que nunca sabremos qué hubiese ocurrido si Pablo Iglesias llega a aceptar la oferta de coalición (la vicepresidencia y los tres ministerios) que le hicieron los socialistas en julio. Lo más probable, me decía, es que se hubiese convertido en papel mojado antes de llegar al BOE. No se trata de que Pedro Sánchez haga promesas que luego no cumpla (una cualidad inmanente a la política), o de que cambie de criterio con demasiada frecuencia, o que defienda una cosa y al mismo tiempo la contraria. Sánchez ha llevado la frontera varios pasos más allá, hasta inventar una nueva forma de hacer política: la del hortelano. Ni gobierna ni deja gobernar. Sus propuestas tienen una vigencia tan efímera que cuando propone algo, lo retira tan pronto como la otra parte lo acepta. En ese mismo momento, cambia la oferta aceptada para sustituirla por otra de imposible cumplimiento.

Pedro Sánchez