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Cataluña y la economía: el cóctel que puede poner patas arriba el tablero electoral
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Isidoro Tapia

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Cataluña y la economía: el cóctel que puede poner patas arriba el tablero electoral

Una campaña es un éxito para una formación cuando centra el debate en aquellos temas en los que se siente más fuerte. No es tanto lo que se diga sino sobre qué tema se habla

Foto: El presidente de la Generalitat, Quim Torra, en un discurso este 1-O. (EFE)
El presidente de la Generalitat, Quim Torra, en un discurso este 1-O. (EFE)

Una campaña electoral es un éxito para una formación cuando centra el debate en aquellos temas en los que se siente más fuerte. No es tanto lo que se diga sino sobre qué se hable. No se trata de 'colocar el mensaje' (en un sistema democrático, los votantes siempre reciben varios mensajes competitivos) sino de 'colocar los temas'.

Es archiconocida la frase que el jefe de campaña de Bill Clinton, James Carville, escribió en la pizarra del cuartel general demócrata en las elecciones de 1992 (aunque a menudo se olvida la segunda parte): “¡Es la economía, estúpido! Y no olvides la Seguridad Social”. A menudo se piensa que Carville defendía que las elecciones siempre se resuelven por el tema económico.

En realidad, él mismo lo ha explicado muchas veces, por importante que sea la economía (en efecto, uno de los factores que más pesan para decidir las contiendas electorales), Carville apuntaba a una regla tan obvia en política como en el boxeo: hay que golpear los puntos ciegos de tu rival y evitar los más fuertes.

Foto: Pedro Sánchez presenta la precampaña socialista, este 30 de septiembre en el local La Próxima Estación, en Madrid. (EFE)

George H. W. Bush, presidente en ejercicio entonces, acababa de ganar dos guerras: una, en el campo de batalla en Irak, forjando una de las coaliciones más amplias de la historia; otra, de más de 40 años, la Guerra Fría que enfrentó a Estados Unidos con la Unión Soviética. En ambos casos, Bush padre no solo ganó las guerras, sino que lo hizo con la suficiente inteligencia para preservar el delicado equilibrio político. Evitando que las potencias derrotadas se convirtiesen en polvorines que amenazasen la estabilidad y la seguridad del resto de la comunidad internacional.

Para Clinton, era fundamental evitar que durante la campaña se hablase de política internacional. Él era un joven inexperto gobernador de un estado sureño, y Bush el victorioso comandante en jefe. Había que buscar otros temas: el gran genio de Clinton fue darse cuenta de que, en aquel momento, entre los americanos suscitaban interés temas tan cotidianos como cuántos impuestos pagaban, su seguro sanitario o las dificultades para llegar a fin de mes, en lugar de las grandes cuestiones geopolíticas que habían dominado el debate durante las décadas anteriores.

placeholder El expresidente de Estados Unidos Bill Clinton. (Reuters)
El expresidente de Estados Unidos Bill Clinton. (Reuters)

Clinton, además, se encontró con una feliz casualidad: la economía americana tuvo un constipado (dos trimestres consecutivos de pequeña contracción) justo antes de las elecciones. Y, para dar el golpe de gracia, encontró en la hemeroteca un vídeo de su oponente, de la campaña previa, jurando que no habría subidas de impuestos (“Lea mis labios: no más nuevos impuestos”), promesa que el presidente Bush había incumplido debido precisamente a la necesidad de estabilizar las cuentas públicas durante la ralentización económica. El equipo de Clinton lo convirtió en uno de los primeros vídeos virales de las campañas políticas.

Durante la campaña electoral del pasado mes de abril se habló, sobre todo, de Vox y de los efectos que tendría la irrupción de la extrema derecha en nuestro panorama político. Ya fuese premeditado (Pedro Sánchez apretó el botón del adelanto electoral pocos días después de la foto de Colón) o una feliz coincidencia (los socialistas estaban negociando el apoyo de los partidos catalanes a los Presupuestos pocos días antes con el objetivo precisamente de alargar la legislatura), lo cierto es que a los socialistas les funcionó de maravilla. Nada más convocarse las elecciones, se dispararon en los sondeos hasta los 130-140 diputados y el 30% de apoyo, y solo un irregular desempeño de su candidato en los debates electorales les hizo perder algo de fuelle en los metros finales.

Foto: Pedro Sánchez y Pablo Casado, en un encuentro en Moncloa. (EFE) Opinión

Cuanto más se hablaba de Vox en aquella campaña, más ganaban los socialistas, encantados de convertir los comicios en una gran batalla ideológica. El PSOE ganó la partida sobre el qué se hablaba.

Ahora, en cambio, nada podía ser igual. Desinflado Vox y después del esperpento de la negociación con Podemos, los socialistas no podían presentarse a las elecciones enarbolando de nuevo la bandera de la izquierda. Esta vez, el relato tenía que ser distinto: los socialistas se pusieron sus mejores galas de partido de gobierno, y plantearon su estrategia apuntando a los votantes cansados por el bloqueo político.

Se trataba de infantilizar a Podemos (“no dormiría por la noche si los tuviese en el Gobierno”) y de atacar a Albert Rivera por el veto a los socialistas (“no se pone al teléfono”). La estrategia era arriesgada: a estas alturas, es difícil defender que Sánchez sea más parte de la solución que del problema del bloqueo político que vive nuestro país desde hace años. Pero con lo que no contaban los socialistas es con que les explotasen dos minas en plena precampaña. Una, la situación en Cataluña. Otra, la economía. Especialmente la primera, tiene visos de convertirse en ciclogénesis política durante el periodo preelectoral.

placeholder El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez. (EFE)
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez. (EFE)

La situación en Cataluña puede acelerarse de forma incontrolada en cualquier momento. Se unen varias circunstancias: la relativa pérdida de fuelle social, como se ha visto en las menguantes manifestaciones populares, se une a la 'kaleborrokización' de los elementos más radicales del independentismo. A ello se añade la sucesión de hitos en el horizonte, especialmente la sentencia del Tribunal Supremo.

La reacción del Gobierno catalán es impredecible; y lo cierto es que tampoco invita a la mesura la previsible sobrerreacción del Gobierno en periodo preelectoral: Sánchez ha mencionado más veces el artículo 155 de la Constitución en los últimos días que en su casi año y medio en la Moncloa.

El segundo elemento que se ha salido del guion de los socialistas es la situación económica. El INE acaba de estimar que la economía española creció en el segundo trimestre del año a una tasa interanualizada del 1,6%, muy por debajo del ritmo de los últimos años. El consumo privado se ha frenado en seco, y solo el sector exterior y el consumo público han conseguido salvar los muebles.

Foto: El director general de la Organización Mundial de Comercio (OMC), Roberto Azevedo. (Reuters)

Además, se han producido en las últimas semanas episodios preocupantes en los mercados financieros (hace 15 días, el mercado de repos en EEUU se disparó hasta el 10%, siendo necesarias varias inyecciones extraordinarias de liquidez para devolver la tranquilidad de los mercados) que guardan sombrías semejanzas con los episodios previos a la crisis financiera. Los cisnes negros se acumulan al acecho en el horizonte: el desenlace del Brexit, la guerra comercial entre China y EEUU, el 'impeachment' al presidente de EEUU o los ataques contra las instalaciones petrolíferas de Arabia Saudí, todavía no aclarados.

Y no se puede decir que la situación de la economía española sea la mejor para hacer frente a una crisis sobrevenida: en 2008, antes de la crisis, España disfrutaba de un superávit de alrededor del 2%, y una deuda de alrededor del 35%. Esto nos permitió gastar varias balas en amortiguar los efectos de la crisis, y acometer un rescate bancario con solo una intervención parcial de nuestra economía. Ese margen de maniobra no existe en la actualidad.

La atención mediática actúa como el ojo de un huracán: se traga todo lo que tiene a su alrededor. Hasta la inminente exhumación del dictador Franco, una noticia que a principios de este año hubiese monopolizado la campaña electoral (a través de todas sus derivadas, como la reacción de Vox, o la subsiguiente del resto de partidos) está pasando relativamente desapercibida. Es difícil prever cómo se va a desarrollar una campaña que solo acaba de empezar: pero ni en la peor de sus pesadillas, los socialistas podían imaginar que pondrían rumbo a las urnas hablando de Torra y de los nubarrones económicos. No siempre las tormentas terminan en huracanes políticos. Pero siempre empiezan de la misma manera.

Una campaña electoral es un éxito para una formación cuando centra el debate en aquellos temas en los que se siente más fuerte. No es tanto lo que se diga sino sobre qué se hable. No se trata de 'colocar el mensaje' (en un sistema democrático, los votantes siempre reciben varios mensajes competitivos) sino de 'colocar los temas'.

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