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Cataluña: revolución en octubre y Gobierno provisional
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Isidoro Tapia

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Cataluña: revolución en octubre y Gobierno provisional

No es casualidad que la crisis que vivimos en Cataluña coincida con el Gobierno más débil que haya conocido nuestra etapa democrática. Ni viceversa, tampoco lo es en sentido contrario

Foto: Disturbios en Barcelona. (EFE)
Disturbios en Barcelona. (EFE)

A veces abusamos de las comparaciones históricas, demasiado tentadoras. Este martes, en este medio, Jordi Corominas ponía distancia entre los recientes disturbios de Barcelona y la Semana Trágica de 1909.

Aunque también es cierto que a menudo existen poderosas razones para tirar de símiles históricos: la primera, nuestra limitada capacidad cognitiva. Es más fácil entender lo que ocurre a tu alrededor a través de las analogías con otros episodios pretéritos, sobre los que disfrutamos de una perspectiva más amplia. Además, como bien apuntaba Diego Crescente en un artículo hace unos días, la historia tiende a repetirse con mucha frecuencia, especialmente en nuestro país, donde tropezamos demasiadas veces con las mismas piedras.

Foto: Semana Trágica.

Para cualquier aficionado a bucear en los episodios históricos, la violencia vivida la pasada semana en Cataluña, con ramificaciones presuntamente terroristas de acuerdo con la investigación abierta por la Audiencia Nacional, y con elementos cuasi revolucionarios, como apuntaba Ignacio Varela, todos estos episodios de otro octubre maldito en Cataluña, y su coincidencia en el tiempo con un Gobierno español extremadamente débil, en funciones, traen reminiscencias de otro octubre de hace poco más de un siglo: la caída del Gobierno provisional de Kerensky en la Rusia revolucionaria.

No se trata, como es obvio, de que los bolcheviques, u otro grupo político, estén planeando un asalto al poder en España, sino de señalar algo que está en la raíz de lo sucedido en los últimos días: no es casualidad que la crisis que vivimos en Cataluña coincida con el Gobierno más débil que haya conocido nuestra etapa democrática. Ni viceversa, tampoco es una coincidencia el sentido contrario.

En primer lugar, como hacía Carlos Sánchez el pasado domingo, cabe señalar la gigantesca irresponsabilidad de encaminarnos a las urnas en medio de esta vorágine. Quizá no se previese la magnitud de la reacción independentista a la sentencia, pero era un riesgo tan evidente que la imprudencia solo puede responder, en el mejor de los casos, a la inepcia gubernamental (mejor no plantearse siquiera la posibilidad de que haya sido una coincidencia buscada). Nunca la estabilidad de un país estuvo tan a saldo: se ha puesto en riesgo, literalmente, por un puñado de escaños.

placeholder El líder del PSOE, Pedro Sánchez, en un acto de precampaña. (EFE)
El líder del PSOE, Pedro Sánchez, en un acto de precampaña. (EFE)

Pero más allá de preguntarse por cómo hemos llegado hasta aquí, conviene hacerlo por lo que viene a partir de ahora. ¿Qué implica para Cataluña un Gobierno débil en Madrid? ¿Y cómo puede afectar a la fortaleza del próximo Gobierno lo sucedido estos días?

Empecemos por lo primero. En mi opinión, uno de los principales puntos ciegos del conflicto en Cataluña, a día de hoy, es precisamente la debilidad del Gobierno español. No quiero decir, ni mucho menos, que sea el 'responsable', pero sí que ha sido el elemento desencadenante. Ninguno de los acontecimientos que hemos vivido estos días hubiese tenido lugar con un Gobierno que no tuviese las características del actual: en funciones desde el pasado mes de abril, en modo preelectoral al menos desde enero, y cuyo respaldo parlamentario, cabe recordarlo, ni siquiera asciende a los 123 diputados socialistas del Congreso recién disuelto, porque el actual presidente en funciones nunca obtuvo el respaldo parlamentario de esa Cámara, sino de la anterior, la mezcolanza de apoyos, incluidos los independentistas catalanes, que votaron a su favor en la moción de censura.

Haciendo de la necesidad virtud, Sánchez aplicó desde su llegada a la Moncloa una de las peores recetas para la resolución de conflictos: pensar que todo es un problema de 'empatía', y que aplicando las necesarias dosis de 'ibuprofeno' los conflictos latentes se resolverían por sí solos.

Foto: El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez. (EFE) Opinión

Al contrario, la debilidad de las partes en una negociación es uno de los principales escollos para alcanzar un acuerdo. Como los tiburones que huelen sangre, cuando una de las partes olfatea debilidad en la otra, los puntos de encuentro se alejan. Ahora nos encontramos en el peor de los escenarios: un Gobierno débil en Madrid y otro en Barcelona. Ninguno de los dos garantiza la menor fiabilidad en un eventual diálogo. Cualquier movimiento que ensayasen haría crujir los goznes de sus propias contradicciones.

Si sombría es la respuesta a la primera pregunta, no lo es menos la segunda. ¿Cómo puede afectar al futuro Gobierno lo sucedido estos días? La incapacidad de preservar el orden público es uno de los corrosivos más potentes contra la estabilidad de los gobiernos: ya me he referido al Gobierno provisional de Kerensky, pero podría citarse también el invierno del descontento en el Reino Unido, que se llevaría por delante el Ejecutivo de James Callaghan y trituraría el respaldo a los laboristas durante más de 15 años. O a Jimmy Carter en Estados Unidos, incapaz de sobreponerse al secuestro de los rehenes.

Entre nosotros, la lista es larguísima: las dos repúblicas, la zozobra de los últimos meses del Gobierno de Suárez o, más recientemente, el propio Gobierno de Rajoy, cuyo apoyo se hundió en las encuestas después de la caótica gestión del pseudo referéndum del 1-O, origen también del surgimiento político de Vox a costa de los populares.

placeholder Quim Torra y Pedro Sánchez, en un encuentro en Moncloa. (EFE)
Quim Torra y Pedro Sánchez, en un encuentro en Moncloa. (EFE)

Sea cual sea el resultado de las próximas elecciones, la principal lección aprendida debería ser la necesidad de formar un Gobierno fuerte. Es decir, un Gobierno de coalición entre partidos que alcancen, al menos, la mayoría en ambas cámaras. Si para ello es necesaria la participación de tres partidos, así sea. Y si es imprescindible que alguno de los candidatos dé un paso al lado para hacer viable este acuerdo, como sería la salida del actual presidente en funciones, deberán ser sus propios correligionarios quienes así se lo exijan. La experiencia que hemos tenido, desde las elecciones de 2015, de gobiernos en minoría ha sido un desastre sin paliativos.

Me van a permitir un último inciso, aunque sea para salirme del carril habitual del análisis y entrar en el de la especulación. Hay que ser muy ingenuo para pensar que la ola de violencia que hemos visto en Barcelona es una reacción espontánea a la sentencia del Tribunal Supremo. En las manifestaciones ha habido, por supuesto, muchos simpatizantes independentistas individuales, pero el nivel de violencia y organización de los ataques violentos presupone la existencia de células organizadas, con un nivel muy alto de planificación e importantes recursos materiales para la ejecución de sus ataques.

El 16% de los detenidos por los disturbios en Cataluña son menores de edad

No hay que tener una mente muy calenturienta para ver un trazo familiar al de otros intentos en los últimos años de desestabilizar gobiernos democráticos en diferentes rincones del planeta. El propio ministro del Interior así lo declaraba hace unos días. Que desde hace dos años viva atrincherado en Bruselas un fugitivo de la Justicia española, reuniéndose de manera habitual con algunos de los elementos más subversivos de la comunidad internacional, tampoco, cabe conjeturar, puede ser ajeno a la cadena de acontecimientos. Después de todo, me va a disculpar Jordi Corominas, pero quizás en este caso la referencia con el país de los Urales tiene más coincidencias que las meramente ornamentales.

A veces abusamos de las comparaciones históricas, demasiado tentadoras. Este martes, en este medio, Jordi Corominas ponía distancia entre los recientes disturbios de Barcelona y la Semana Trágica de 1909.

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