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La última escapada de Pedro Sánchez
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Isidoro Tapia

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La última escapada de Pedro Sánchez

Solo hay una explicación para el vertiginoso acuerdo anunciado por Pedro Sánchez y Pablo Iglesias: la extrema debilidad del primero tras el resultado electoral del pasado 10-N

Foto: Pedro Sánchez, tras firmar el preacuerdo con Pablo Iglesias. (EFE)
Pedro Sánchez, tras firmar el preacuerdo con Pablo Iglesias. (EFE)

Solo hay una explicación para el vertiginoso acuerdo anunciado ayer por Pedro Sánchez y Pablo Iglesias: la extrema debilidad del primero tras el resultado electoral. Solo así se explica que acepte ahora todo lo que le había dado escalofríos en julio, incluyendo la participación en el gabinete del propio Iglesias. Aunque los dos partidos cayeron ligeramente en las elecciones del domingo, la caída no fue simétrica. Sánchez se quedó sin alternativas (debido al desplome de Ciudadanos). Y Podemos resistió en las urnas pese al desafío fratricida de Íñigo Errejón. Debido a ello, la mano de Iglesias era mucho más firme, y la de Sánchez más temblorosa. Sánchez convocó elecciones para tener un Gobierno en solitario que no dependiese de los independentistas. El resultado ha sido que dos tazas. O cuatro, o veinte. Tuvo su gracia que al final de su comparecencia, Sánchez agradeciese la “generosidad” de Iglesias. Por lo menos, le faltó decir, me has dejado los calcetines.

Se ha escrito mucho sobre los volantazos del actual presidente en funciones. Esta vez ni se tomó la molestia en explicar este último. Podía haberlo justificado en la “emergencia antifascista”. Pero poco más. La coalición que no era viable en julio cuando sumaban 165 diputados porque no alcanzaban la mayoría absoluta, lo es ahora que tienen 10 diputados menos entre ambas formaciones. La participación de Iglesias en el gabinete, “el gran escollo” para el acuerdo, se ha diluido milagrosamente. Las “diferencias insalvables” en temas de Estado se han esfumado por arte de magia, aunque los “políticos presos” (o “presos políticos” según sea el socio de gobierno) ahora sean condenados en firme. El apoyo imprescindible de ERC, que antes se desdeñaba porque planeaba la sombra de la sentencia, se cortejará ahora que su principal dirigente está condenado en firme por un delito de sedición. La lista de contradicciones podría alargarse sin fin.

Pero más que escarbar en el baúl de las contradicciones (que en el caso de Sánchez ya asumimos como inmanentes), interesa preguntarse por las consecuencias a futuro de este Gobierno.

En primer lugar, por su viabilidad. Para sacar adelante la investidura, necesita el apoyo de nacionalistas vascos, ERC y algún otro diputado minoritario. La principal dificultad podría estribar en ERC, atenazada por un posible adelanto electoral en Cataluña y el coste que entre el electorado independentista tendría el apoyo a Sánchez. Tal vez los diputados de ERC busquen algún compromiso más explícito a favor del diálogo que el que ya aparece en el decálogo rubricado ayer por Sánchez e Iglesias (que se limita a proclamar que “se buscarán fórmulas de entendimiento y encuentro, siempre dentro de la Constitución”). Pero más bien apostaría a que finalmente ERC dará su beneplácito al acuerdo, lo que seguramente se traduzca en que una vez más cumpla la maldición que lo aleja de ser la primera fuerza en Cataluña, por muy cerca que acaricie esta posibilidad.

Las dificultades para que el Gobierno resultante sea operativo serán máximas, tanto por la desconfianza incubada entre sus socios durante los últimos meses como por su debilidad parlamentaria (cada iniciativa tendrá como contrapartida necesaria una cesión ante los independentistas catalanes, con el consiguiente coste político). Es prácticamente imposible que este Gobierno aguante la legislatura completa, sobre todo con un presidente tan rápido para desenfundar como el actual, y que en todo momento contará con dos piezas clave: la de convocar elecciones o la de cesar a los ministros de Podemos e intentar gobernar en solitario.

Foto: Pedro Sánchez el día que afrontó la segunda y definitiva votación de investidura, fallida. (EFE)

La segunda lectura política es que este Gobierno será pólvora para Vox. La presencia de Iglesias y de varios ministros de Podemos, unida a la importancia decisiva de los votos de ERC en el Congreso, serán el cóctel más favorable para que el crecimiento de Vox sea explosivo. Desconozco si este es uno de los resultados buscados por los socialistas, que hubiesen decidido que su mejor estrategia es reventar el tablero política de la derecha. La irresponsabilidad de hacer esto sería gigantesca.

Una pregunta final: ¿había alguna alternativa? Ayer mismo, antes de conocer el contenido del acuerdo, preparaba un artículo diferente, en el que repasaba los diferentes escenarios poselectorales. Concluía que efectivamente la “coalición dura” entre PSOE y PP no era viable ni seguramente deseable (dejaría la oposición en manos de Vox y Podemos) y la “blanda” (una abstención técnica de los populares) seguramente tampoco: el buen resultado de Vox haría que los populares exigiesen a cambio condiciones difícilmente aceptables para los socialistas, como la retirada de Sánchez que ya habían empezado a insinuar algunos dirigentes populares. Me inclinaba por pensar que nos dirigíamos a una coalición con Podemos, como efectivamente ha sucedido. Entonces ¿no había otra alternativa? En el nonato artículo proponía una, algo rocambolesca. Voy a transcribir a continuación lo que había escrito:

Ábalos: "Un Gobierno progresista no es de coalición con las derechas"

“Déjenme conjeturar con una: la solución Josep Borrell. Después de un período de reflexión, el actual presidente en funciones se da cuenta de que se ha convertido en un tapón para el bloqueo político. Piensa que ninguno de los caminos es transitable para nuestro país. Todos pueden conducir al cortocircuito. También del suyo propio. Así que decide dar un paso al lado. Manuel Conthe sugería hace unos días a Nadia Calviño como una suerte de solución tecnocrática, de 'Gobierno Prodi' a la española. Pero basta mirar a Italia para darse cuenta de los riesgos de las soluciones tecnocráticas cuando los populismos están a flor de piel. La situación requiere de una salida política. Elegir a alguien reconociendo la clara victoria socialista en las elecciones. Y nadie mejor para hacerlo que el actual ministro de Exteriores en funciones, Josep Borrell.

Es un 'pata negra' socialista, los militantes no tendrán dudas porque muchos de ellos lo auparon al liderazgo socialista a finales de los noventa. Borrell tiene además credenciales contrastadas en la batalla contra el independentismo. Y formación económica más que suficiente para responder a un deterioro de la coyuntura. Borrell se encuentra además en la última etapa de su carrera política, lo que evita el riesgo de que soluciones provisionales se conviertan en permanentes. Borrell podría nombrar algunos ministros de Ciudadanos, para garantizarse el voto favorable de esta formación, también como movimiento estratégico para evitar que el centro político se vaya completamente por el desagüe.

Y en tercer lugar para facilitar una abstención del PP, que tendría así varios argumentos para justificar el sentido de su voto: no solo no sería un Gobierno de Sánchez, sino tampoco un gobierno monocolor socialista. No habría más negociaciones, ni con partidos nacionalistas ni regionalistas. La investidura saldría adelante con el voto de socialistas, Ciudadanos y Navarra Suma, y la abstención de los populares. 132 votos a favor, 88 abstenciones, 128 en contra.

Foto: Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, durante la firmada del acuerdo. (Reuters) Opinión

En estas circunstancias, y con el compromiso inequívoco del Gobierno de hacer frente a cualquier escalada en Cataluña, Vox perdería varios de sus banderines de enganche. El PP ganaría espacio para negociar al menos los dos próximos presupuestos. Incluso se podría fijar de antemano la fecha de las próximas elecciones. Digamos para abril de 2022. Tiempo suficiente para hacer algunas reformas. Pero no demasiado para que Pedro Sánchez se retire definitivamente del tablero político.

Si lo desease, podría volver a escena entonces. ¿Y qué haría mientras tanto? Tal vez sea rizar demasiado el rizo, pero la salida de Borrell dejaría vacante una silla en la próxima Comisión Europea, que le garantiza a Sánchez no solo una salida más que digna, sino la posibilidad de mantener encendida su llama política, de regresar triunfalmente en 2022, con varios centímetros de más de estatura política.

Sánchez asegura que esta vez "sí o sí" habrá Gobierno progresista

¿Existe un precedente parecido? Hay varios. Pero quizás hay uno que da la verdadera medida de cómo pueden recompensar los ciudadanos una retirada voluntaria para sacar el país de una situación de emergencia. Charles de Gaulle dejó la presidencia francesa en 1946, harto de la fragmentación y el bloqueo político. En 1958, un clamor ciudadano le hizo presentarse a las elecciones, en las que arrasó con el 78% del voto. A continuación reformó la Constitución, fundando la V República. Gobernaría durante diez años”.

En fin, solo quería compartir esta reflexión antes de tirar a la papelera ese artículo. Y concluir diciendo que, una vez más, cuando se trataba de elegir entre lo que era mejor para su país o para sus intereses particulares, el actual presidente en funciones ha vuelto a elegir lo que es peor... para ambos.

Solo hay una explicación para el vertiginoso acuerdo anunciado ayer por Pedro Sánchez y Pablo Iglesias: la extrema debilidad del primero tras el resultado electoral. Solo así se explica que acepte ahora todo lo que le había dado escalofríos en julio, incluyendo la participación en el gabinete del propio Iglesias. Aunque los dos partidos cayeron ligeramente en las elecciones del domingo, la caída no fue simétrica. Sánchez se quedó sin alternativas (debido al desplome de Ciudadanos). Y Podemos resistió en las urnas pese al desafío fratricida de Íñigo Errejón. Debido a ello, la mano de Iglesias era mucho más firme, y la de Sánchez más temblorosa. Sánchez convocó elecciones para tener un Gobierno en solitario que no dependiese de los independentistas. El resultado ha sido que dos tazas. O cuatro, o veinte. Tuvo su gracia que al final de su comparecencia, Sánchez agradeciese la “generosidad” de Iglesias. Por lo menos, le faltó decir, me has dejado los calcetines.

Pedro Sánchez Josep Borrell
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