Desde fuera
Por
'13 monedas de plata': la maldición de ERC
Decía Carmen Calvo que ERC es "un partido histórico". Es una afirmación tan rigurosamente cierta en lo temporal como totalmente desatinada cuando hablamos en términos políticos
“Reconozcamos que Cataluña tiene esta virtud imponderable: la de convertir a sus revolucionarios en puros símbolos, ya que no puede hacer de ellos perfectos estadistas”.
(Manuel Chaves Nogales, diario 'Ahora', el 3 de marzo de 1936)
Afirmaba hace unos días Carmen Calvo que ERC era un “partido histórico”, una manera de quitarle hierro a la negociación entre socialistas y republicanos. Es tan rigurosamente cierta esta aseveración en lo histórico, como desatinada en lo político. Porque si se pretende transmitir sosiego, no es precisamente la trayectoria de ERC el mejor lugar para encontrarlo. A lo largo de su intensa historia, ERC se ha comportado muchas más veces como pirómano que como bombero. En varias ocasiones, a ERC le tocó ocupar un papel central en el escenario político. En todas ellas, ERC eligió cruz. La decisión más dañina para sus propios intereses, para los catalanes y para el resto de españoles. Es la maldición de ERC.
ERC se fundó en los albores de la República, a partir de la unión de los partidos catalanistas republicanos de Lluís Companys y de Francesc Macià. ERC pondría fin al predominio hegemónico de la Lliga regionalista, el catalanismo conservador que había actuado como uno de los sostenes políticos de la monarquía. Sería solo una pausa efímera: porque los errores de ERC, a veces trágicos, otras simplemente patéticos, condenarían a los republicanos a un papel siempre vicario en la política catalana. Un traje que todavía siguen vistiendo.
En 'Con permiso de Kafka', el historiador Jordi Canal repasa algunos de estos episodios, desde la proclamación del Estado catalán por Macià el 14 de abril de 1931 (al que renunciaría pocos días más tarde tras la visita a Barcelona de varios ministros del Gobierno provisional de la República) a la revuelta de octubre de 1934, que culminaría en la proclamación del “Estado catalán dentro de la República federal española”, y la posterior declaración del estado de guerra en Cataluña. ERC tuvo un papel protagonista en estos episodios, caóticos, barulleros, que mezclaron en dosis parecidas el populismo nacionalista y el republicano.
Cuando en septiembre de 1977, el presidente del Gobierno español, Adolfo Suárez, mediante decreto ley, restablece la Generalitat de Cataluña, su presidente en el exilio, Josep Tarradellas, de ERC, regresa a Barcelona para asumir el cargo. ERC podía haber optado entonces por ocupar el centro del tablero catalán (el propio Tarradellas dijo al aterrizar en España que él de “rojo” no tenía ni “el color de la corbata”), pero dirigidos por su secretario general, Heribert Barrera, en ERC triunfaron las tesis más extremas, defendiendo el no en el referéndum constitucional. Cuando en marzo de 1980 se celebraron las primeras elecciones autonómicas en Cataluña, ERC quedó en quinto lugar. Sus 14 escaños, eso sí, resultaron decisivos para que fuese elegido presidente de la Generalitat Jordi Pujol, quien pese a ello, o gracias a ello, según se mire, decidió formar Gobierno en solitario. Convergencia estaría al frente del Gobierno durante 23 años.
Para poner fin a este larguísima hegemonía convergente, ERC entraría en el Gobierno tripartito de Maragall en 2003, y posteriormente en el de José Montilla. A los pocos meses de acceder al cargo, el entonces líder de ERC y vicepresidente catalán, Carod-Rovira, se reunió en secreto con dirigentes de ETA en Perpiñán para negociar por su cuenta y riesgo una tregua “en Cataluña”. El vicepresidente (de hecho, el presidente en funciones, porque Maragall se encontraba de viaje oficial) viajó con los ojos vendados en un coche facilitado por los terroristas.
ERC fue durante aquellos años uno de los partidos más activos en la defensa de un nuevo estatuto de Cataluña. Su postura sobre el mismo fue cambiando a lo largo del proceso, aunque finalmente se decantaría por el no después de que José Luis Rodríguez Zapatero convocase en la Moncloa al entonces líder de la oposición en Cataluña, Artur Mas. El no de ERC no impidió que el estatuto saliese adelante, pero al romper la unanimidad del nacionalismo, crearía el caldo de cultivo que, después de la sentencia del Constitucional, permitiría al soberanismo catalán reescribir la historia y convertir el accidentado parto del nuevo estatuto en el punto de partida de un nuevo ciclo de reclamaciones, esta vez un tornado político que se convertiría en huracán.
El último ejemplo de la errática historia de ERC tuvo lugar en el otoño de 2017, cuando el entonces presidente Carles Puigdemont sopesaba un adelanto electoral que evitase la declaración unilateral de independencia, salida que se cortó de cuajo cuando el diputado de ERC Gabriel Rufián publicó su tuit más celebre: “155 monedas de plata”. Y Puigdemont debió pensar lo mismo que comentaría Companys a uno de sus colaboradores en 1934: “Perdiendo, Cataluña gana, puesto que necesita sus propios mártires, que le asegurarán mañana la victoria definitiva”. Que antes mártir que 'botifler'.
La historia de ERC nunca ha sido lineal. A veces, dentro de la formación, han ganado los más 'duros', otras los 'pactistas'. El único patrón que se repite en su historia es su comportamiento errático, fruto de la improvisación y el cortoplacismo más militante. Como escribió José Antonio Zarzalejos hace unos días, si algo caracteriza a ERC es que es un partido “insensato”.
La última vuelta de tuerca en el proceso de contagio vírico de la política española por las toxinas catalanas es que la formación del Gobierno español depende ahora de las zancadillas ente los partidos soberanistas. Puigdemont amaga con convocar elecciones si ERC facilita la investidura de Sánchez. Y ERC, que ve venir la emboscada, intenta postergar la investidura hasta el mes de enero, hasta tener al menos claro cuál será la situación procesal de su líder, Junqueras, o del propio Puigdemont. La principal preocupación de ERC en estos momentos es evitar que alguien pueda acusar a sus 13 diputados en Madrid de ser '13 monedas de plata'.
En la banalización apresurada de la política española, se normalizan decisiones que hace apenas unas semanas hubiesen provocado espasmos. El servicio exterior español lleva meses haciendo pedagogía diplomática para explicar la sentencia del 'procés'. Es imposible defender ahora que una condena penal de la mayor gravedad no implique también la inhabilitación en el juego político, si no de unas siglas, al menos de los dirigentes condenados. No es cuestión de que existan los mecanismos institucionales para que la negociación entre socialistas y republicanos no desborde los límites constitucionales. Faltaría más. Ni tampoco de buscar una fórmula para que algún incauto sustituya en la investidura a ERC, si después se pretende seguir contando con los independentistas catalanes para gobernar desde 'el bloque de la moción de censura'.
Lo trágico de la política española es que los socialistas lleven ya dos semanas sentados a una mesa con ERC hablando de presos, de mesas y de naciones, y de no sé cuántas otras astracanadas, mientras el presidente en funciones no ha respondido todavía a la llamada que le hizo el líder de la oposición en la noche electoral. Lo preocupante es que el líder de la oposición no haya vuelto a insistir. Mientras los socialistas sigan prefiriendo sentarse con ERC, con la 'insensata' ERC, a hacerlo con PP y Ciudadanos, mientras estos dos partidos no se dejen la voz para conseguirlo, solo cabe concluir que España padece una enfermedad que es lenta, pero dolorosa y casi siempre mortal. Se llama sectarismo.
“Reconozcamos que Cataluña tiene esta virtud imponderable: la de convertir a sus revolucionarios en puros símbolos, ya que no puede hacer de ellos perfectos estadistas”.
- Puigdemont quiere entrar en la foto y carga contra el posible acuerdo entre ERC y PSOE Nacho Alarcón. Bruselas
- ERC y PSOE se plantean una negociación larga dentro de un marco complejo Marcos Lamelas. Barcelona
- PSOE y ERC avanzan en la "definición" de la mesa de negociación del futuro de Cataluña Juanma Romero Marcos Lamelas. Barcelona