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La última tentación de Pedro Sánchez
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Isidoro Tapia

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La última tentación de Pedro Sánchez

Los caminos del líder socialista son cada vez más inescrutables: quizá sea por su sofisticación. O tal vez por su permanente improvisación. O por las dos cosas

Foto: El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, ante los medios, en Bruselas. (EFE)
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, ante los medios, en Bruselas. (EFE)

Los caminos de Pedro Sánchez son cada vez más inescrutables: quizá sea por su sofisticación. O tal vez por su permanente improvisación. O por las dos cosas. Como escribía Daniel Gascón hace unos días, “no es fácil saber cuál es el propósito del presidente en funciones, más allá de permanecer en el poder”.

Entre regate y regate, de tanto en tanto, conviene tomar una foto panorámica para situar las piezas en el tablero. Y si se mira de lejos, la conclusión es que Pedro Sánchez tiene a tiro su objetivo prioritario desde que llegó a la Moncloa: formar un Gobierno en solitario, con plena capacidad sobre su gabinete. La pregunta más intrigante a día de hoy es por qué no se cobra tan codiciada pieza: si gobernar en solitario ha dejado de interesar a los socialistas, suponiendo que efectivamente haya dejado de hacerlo.

Foto: Pedro Sánchez y Quim Torra hablan tras su reunión en el palacio de Pedralbes, en Barcelona, el pasado 20 de diciembre. (Reuters)

Hagamos memoria. Los socialistas disfrutaron del Gobierno en solitario tras la moción de censura de junio de 2018, gracias al vértigo de aquellos días. Como el objetivo del 'bloque de la moción' era desalojar a Rajoy, lo de menos era la fórmula empleada. Tan cómodo les resultó a los socialistas el Gobierno en solitario (o 'bonito'), que tras las elecciones del pasado mes de abril, se resistieron a negociar un Gobierno de coalición con Pablo Iglesias, hasta que un traspié de Sánchez aquellos días, al señalar 'ad hominem' al líder de Podemos, les obligó a sentarse a negociar con la formación morada, aunque con tal falta de entusiasmo que a nadie pudo sorprender la ruptura del acuerdo y el fracaso de la investidura en julio. Fue también este mismo motivo (la perspectiva de formar un Gobierno en solitario tras la repetición electoral, a la postre un error de cálculo) lo que hizo a Sánchez aguantar impertérrito las sucesivas ofertas de Iglesias durante el mes de septiembre, así como hacer oídos sordos a la propuesta 'in extremis' de Albert Rivera, pocos días antes de que se activase la repetición electoral.

¿Por qué digo ahora que esta posibilidad —la del Gobierno en solitario— está más a tiro que nunca? En primer lugar, por el cambio en Ciudadanos, cuya futura líder, Inés Arrimadas, ha decidido marcar estilo propio en sus primeros días, dando un paso al frente y ofreciendo el (ciertamente disminuido) 'poder duro' de los 10 diputados de Ciudadanos, pero también el todavía valioso 'poder blando' de favorecer, al dar un paso, un efecto reflejo en el PP de Casado.

Arrimadas insiste en el pacto entre constitucionalistas para evitar un "Gobierno del insomnio"

En segundo lugar, están las dudas de Pablo Casado. Viendo su comparecencia el pasado lunes, no se podía sino recordar las tribulaciones del propio Sánchez en 2016, cuando dudaba entre forzar una tercera repetición electoral o permitir la investidura de Rajoy. La situación no es exactamente simétrica: entonces no había una mayoría de gobierno tan clara como existe ahora (por mucho que el voto de ERC incomode a los socialistas), y Rajoy no le hacía ascos a unas terceras elecciones, que seguramente hubiesen sido letales para el entonces líder de la oposición, Pedro Sánchez. Por el contrario, ahora, ni el presidente muestra el menor interés por unas terceras elecciones (su resultado es mucho más incierto para los socialistas) ni unos eventuales comicios tienen por qué significar necesariamente el epitafio político de Pablo Casado.

En este contexto, el apetito de Casado por unos terceros comicios es la mayor incógnita. Tal vez no acaben con él, pero se arriesga a que Vox capitalice el descontento general por el bloqueo político. Son seguramente estos elementos (las dudas sobre si Casado iría a unas terceras elecciones o flaquearía, y la certeza de que estas podrían castigar a los socialistas) lo que explica que Sánchez se moviese tan rápido tras la noche electoral, aceptando el sapo de incluir a Iglesias en su Gobierno. Una segunda razón para la premura fue probablemente levantar un cortafuegos antes de que Casado o Arrimadas señalasen su cabeza (la de Sánchez) como salida al desbloqueo político. En ese sentido, el acuerdo exprés Sánchez-Iglesias fue un movimiento defensivo del primero, un enroque en términos ajedrecísticos.

placeholder Pablo Casado, ante la prensa tras su último encuentro con Pedro Sánchez. (EFE)
Pablo Casado, ante la prensa tras su último encuentro con Pedro Sánchez. (EFE)

¿Qué ha ocurrido después? Pues que, una vez más, Sánchez ha convertido una táctica puntual en estrategia política. Porque al pactar con Iglesias, el líder socialista se autoimpuso unos grilletes que excluían tanto a PP como a Ciudadanos. Ninguna de estas formaciones va a permitir la investidura de un Gobierno con Iglesias de vicepresidente. Así que el único camino para los socialistas, una vez rubricada la coalición con Podemos, era explorar el apoyo de los partidos nacionalistas, incluyendo a ERC.

¿Cómo explicar entonces las citas de esta semana con Casado y Arrimadas? Los más cínicos pensarán que eran una cortina de humo para envolver la llamada del día siguiente con el 'president' Torra. Y es probable que algo de postureo hubiese en las mismas, a la vista de sus resultados. Pero creo también que respondían a una duda más profunda: la última tentación de Pedro Sánchez. ¿En qué consiste? En preparar el terreno por si algo hace descarrilar finalmente el acuerdo con ERC. Sánchez no puede romper su acuerdo con Iglesias, salvo que una causa sobrevenida le obligue a ello. ¿Cuál podría ser? Hay varias posibilidades: que las demandas de ERC sean inasumibles para los socialistas (por ejemplo, al romper el delicado equilibrio de los barones territoriales), o que el Tribunal de Justicia europeo reviente el tablero electoral en Cataluña, abriendo la puerta a que Puigdemont se presente como candidato, o que en el último momento —no sería la primera vez— a ERC le tiemblen las piernas para decidirse. En tal caso, ¿no podría Sánchez concluir que el portazo de ERC imposibilita también la vía del Gobierno de coalición con Podemos?

Foto: El cómico Gila, en televisión. Opinión
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¿No podría anunciar —con gran disgusto— que la presencia de ministros de Podemos es el tapón que bloquea el arranque de la legislatura, y que explorada hasta el límite la vía de ERC, sin éxito, debe pasar página a la coalición con Iglesias, para poder explorar otras vías —léase PP y Ciudadanos—? Y con Ciudadanos habiendo aceptado negociar, ¿podría resistirse Casado a una abstención técnica, ya sin Iglesias en la ecuación, para facilitar la investidura?

En este juego de tahúres y engaños de la investidura, bien pudiera suceder que los socialistas estuviesen cruzando los dedos para que la Justicia europea reconozca la inmunidad de Puigdemont, y que esto haga a ERC romper la baraja, liberando a los socialistas de los grilletes que ellos mismos se impusieron. Solo contemplarlo como una hipótesis verosímil da una medida de dónde estamos. Tal vez nunca habíamos caído tan bajo.

Los caminos de Pedro Sánchez son cada vez más inescrutables: quizá sea por su sofisticación. O tal vez por su permanente improvisación. O por las dos cosas. Como escribía Daniel Gascón hace unos días, “no es fácil saber cuál es el propósito del presidente en funciones, más allá de permanecer en el poder”.

Pablo Casado Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) Moncloa
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