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2019: el año del lobo (populista)
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Isidoro Tapia

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2019: el año del lobo (populista)

Si tuviese que resumir este ejercicio político en una sola frase, diría que 2019 fue el año en el que el populismo triunfó finalmente en España

Foto: Reparten chorizo contra la corrupción del PSOE en un acto de Vox (Efe)
Reparten chorizo contra la corrupción del PSOE en un acto de Vox (Efe)

En estas fechas, es inevitable echar la mirada atrás y hacer balance. En lo político, 2019 ha sido un año vertiginoso. Elecciones generales en abril; autonómicas, municipales y europeas en mayo, y nuevamente generales en noviembre. No se trató además de estaciones de paso, de comicios de transición. Hace un año, Susana Díaz era presidenta andaluza, Vox no tenía representación en el Congreso de los Diputados, y Casado y Rivera se disputaban el liderazgo del centro-derecha.

Definitivamente, 2019 ha sido un año “fugitivo”, de los que aceleran el paso para huir corriendo, aunque todavía esconde cuál será su parada final.

Si tuviese que resumir este ejercicio político en una sola frase, diría que 2019 fue el año en el que el populismo triunfó finalmente en España. Llevaba un tiempo asomando la cabeza, pero 2019 fue el momento en que salió de los arbustos, a codazos, para instalarse entre nosotros haciéndose un hueco en la platea principal.

Foto: Angela Merkel y Pablo Casado hablan durante el congreso del partido alemán CDU. (EFE)

¿A qué populismo me refiero? En primer lugar, al de Vox, la principal novedad del panorama político en 2019. Como todos los partidos de nuevo cuño, sería un error reducir el “fenómeno Vox” a un solo motivo. La formación de Abascal absorbe un espacio político que hasta ahora era minoritario en nuestro país, el de la derecha extrema, ultramontana. Pero por mucho que este rincón del tablero se haya abierto en carne viva por cuestiones puntuales (como el desafío independentista o la exhumación de Franco) es poco creíble (desde luego, no es lo que indican las encuestas) que súbitamente hayan aparecido en España varios millones de votantes de ultraderecha. Así que la única explicación es que Vox está bebiendo de varias fuentes: de agitar temas como la inmigración o la delincuencia (vinculando ambas), del malestar ciudadano por la parálisis política, pero también (algo que a veces se olvida) del monumental fracaso de las promesas de regeneración institucional que alumbraron la eclosión multipartidista en 2014, y que no se han traducido prácticamente en nada tangible a ojos de los votantes.

Como ya le ocurrió a Podemos tras su irrupción aquel año, todos los astros parecen ahora favorecer a Vox, como señalaba Nacho Cardero el pasado lunes. Una legislatura como la que está a punto de arrancar, con PSOE y Podemos compartiendo Consejo de Ministros, con el apoyo de ERC y PNV para alcanzar la mayoría parlamentaria, es el terreno más fértil para que el fenómeno VOX siga germinando.

Hay además varios motivos para tomarse todavía más en serio a Vox de lo que podía preocupar Podemos durante su apogeo: en primer lugar, Vox está demostrando una mayor profesionalización en sus cuadros medios (Cardero señalaba a la Comunidad de Madrid, el grupo parlamentario en el Congreso sería otro ejemplo) frente al coro más indisciplinado, bullanguero y autodestructivo que lideraba Podemos durante sus compases iniciales. En segundo lugar, la enmienda de Vox a algunos de nuestros consensos básicos es más básica y radical, como se vio el otro día en la respuesta tras la sentencia del TJUE en Luxemburgo, que Vox enmarcó en un presunto ataque contra nuestra soberanía, llegando a cuestionar nuestra pertenencia al club europeo (como si el Derecho comunitario fuese extraterrestre al ordenamiento jurídico español).

Foto:  Iván Espinosa de los Monteros, Santiago Abascal, Javier Ortega Smith y Rocío Monasterio celebran los resutlados electorales. Opinión
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No ha sido Vox sin embargo la única muesca que el virus populista ha dejado en nuestro país en 2019. PP y Ciudadanos también tuvieron sendas erupciones. Su historia conjunta, demuestra, una vez más, la importancia del “timing” en política. Casado se dejó llevar por los cantos de sirena de las “esencias” en el mes de abril y salió con un severo rasguño. Rivera se tomó demasiado en serio su resultado y terminó ardiendo en la pira de la repetición electoral. No está claro que uno se equivocase más veces que el otro. Pero su suerte no ha podido ser más dispar.

El gran mordisco populista, sin embargo, lo ha dado el actual Presidente en funciones,Pedro Sánchez. Que Sánchez era un político mutable, ventoso, era conocido. Pero en 2019 ha marcado un hito difícil de superar. Después de pasarse meses justificando la repetición electoral para no tener “dos Gobiernos en uno”, tardó apenas 48 horas en firmar un acuerdo de coalición con Iglesias, aceptando incluso la presencia de este como Vicepresidente. Después de pasarse la campaña electoral exhibiendo su lado más duro con el independentismo catalán (“¿De quién depende la Fiscalía?”, se pavoneaba Sánchez tras prometer que pondría a Puigdemont a disposición de la justicia), ahora lleva días en un reservado con ERC, ofreciendo los dictámenes de la Abogacía del Estado como una prebenda más en una negociación que por el simple hecho de estar produciéndose ha trillado años de trabajo de nuestra diplomacia para contrarrestar la eficaz propaganda independentista en el exterior.

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Sánchez ni siquiera se ha molestado en explicar qué ha cambiado en tan poco tiempo para que, ahora sí, esté dispuesto a ser presidente “a cualquier precio”. Hasta su trato a la prensa, a la que apenas permite preguntar y le recrimina cuando lo hace, empieza a parecerse al que dispensan Donald Trump o Boris Johnson. Sánchez se ha convertido en el verdadero líder del populismo español. Da igual si su verdadera cara es la de ahora, la que fuerza la mano de la Abogacía del Estado para pedir una excarcelación que en ningún modo se deriva de la sentencia del Tribunal de Justicia, o la de antes, la que prometía encarcelar fugados cuando tampoco estaba en su mano hacerlo. Cuando se tienen mil caras, no se tiene ninguna. Eso es el populismo.

No sé si el Gobierno Frankenstein será el desastre que auguran sus más aterrados apocalípticos. Lo que sí sé es que cuando un gobernante derriba todas las barreras, tanto las internas como las externas, para mantenerse en el poder, la política se vacía hasta convertirse en un molusco seco, una cáscara yerma que no sirve ni para entretener nuestras más volubles pasiones. El populismo es exactamente eso: convertir la forma en el fondo, la táctica en la estrategia, o los afanes cotidianos en el principio y el fin de la actuación política.

Curiosamente, el político español que menos se ha dado a la agitación populista en este año que acaba es Pablo Iglesias. Uno se lo imagina estos días con una sonrisa imborrable en el rostro, mientras acaricia los lomos de un gato que descansa en su regazo.

Y una pregunta final: ¿alguien sabe dónde está el teórico líder de la oposición, Pablo Casado, mientras se mercadea hasta con el último trozo del Estado para sacar adelante la investidura?

En estas fechas, es inevitable echar la mirada atrás y hacer balance. En lo político, 2019 ha sido un año vertiginoso. Elecciones generales en abril; autonómicas, municipales y europeas en mayo, y nuevamente generales en noviembre. No se trató además de estaciones de paso, de comicios de transición. Hace un año, Susana Díaz era presidenta andaluza, Vox no tenía representación en el Congreso de los Diputados, y Casado y Rivera se disputaban el liderazgo del centro-derecha.

Vox Pedro Sánchez Pablo Casado