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La gran victoria de Pablo Iglesias
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Isidoro Tapia

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La gran victoria de Pablo Iglesias

Iglesias ha conseguido, en primer lugar, recuperar el micrófono que perdió cuando dejó las tertulias de televisión. En España, la iniciativa política la ejerce el Gobierno

Foto: El líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias. (EFE)
El líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias. (EFE)

Lo habíamos enterrado más veces que a Melquíades Estrada. Lo enterramos cuando votó no en la investidura de Sánchez de 2016, y se quedó a las puertas del sorpaso en la repetición electoral pocos meses después; en 2017, le dedicamos un responso tras Vistalegre II; más adelante, en 2018, le dimos el último adiós al menos dos veces: con el chalé de Galapagar, y tras regalarle la presidencia a Pedro Sánchez en la moción de censura. En 2019, los sepelios se multiplicaron: al perder la mitad de sus diputados en abril, tras la fallida negociación de julio y su excéntrica oferta en la tribuna —políticas activas de empleo por Gobierno—, y finalmente le echamos arena cuando el 'spin-off' errejonista desenfundó el puñal antes de las elecciones de noviembre.

Y, sin embargo, sigue en pie. Más que en pie, está en la cima. Porque Pablo Iglesias es el verdadero ganador de la sesión de investidura.

¿Qué ha conseguido? Una vicepresidencia sin contenido y cuatro ministerios descafeinados, dirán sus críticos. Pero que, para empezar, no es poca cosa: se cuentan con los dedos de una mano los partidos a la izquierda de la socialdemocracia que han llegado al Gobierno en Europa.

Foto: Pedro Sánchez (i) y Pablo Iglesias (d) estrechan sus manos durante el acto de firma del acuerdo programático del Gobierno de coalición. (EFE)

Pero es que Iglesias ha conseguido mucho más. Ha conseguido, en primer lugar, recuperar el micrófono que perdió cuando dejó las tertulias de televisión. En España, la iniciativa política la ejerce el Gobierno. A partir de ahora, el proyecto de Podemos tendrá cinco potentes altavoces para desplegar su agenda. Y no son precisamente aprendices cuando se trata de aprovechar hasta el último eco de sus megáfonos.

Iglesias ha conseguido también romper un monopolio histórico: el que ostentaba el PSOE desde que Felipe González le ganó la mano a Carrillo en las elecciones de 1977. Desde entonces, cuando los votantes de izquierda querían gobernar, votaban al PSOE, y cuando querían protestar, lo hacían por otras formaciones, o se iban a la abstención. A partir de ahora, tendrán más de una opción para elegir cuando voten con la cabeza, porque ya hay dos izquierdas de gobierno.

Como se temía Sánchez, habrá dos gobiernos. Pero es que el 'bonito', el nuevo, será el de los ministros de UP. El amarillento será el de los socialistas

Iglesias, además, no solo ha convertido su formación en un ejemplo de seriedad (el silencio de sus dirigentes en las últimas semanas recordaba a la disciplina de los militantes comunistas tras los atentados de Atocha en 1977, clave en su legalización pocos meses después). Iglesias también se ha quedado con los banderines culturales de la izquierda (salvo la transición ecológica). Como se temía Sánchez, habrá dos gobiernos. Pero es que el 'bonito', el nuevo, será el de los ministros de Podemos. El otro, el amarillento, el de las Calviño y Calvo, será el de los socialistas, pues por muchas novedades que introduzca Sánchez, solo podrá conservar su núcleo duro sacrificando frescura, que siempre será inferior a ver a Iglesias y los suyos en el Consejo de Ministros.

No todo será un camino de rosas para Unidas Podemos. Su inexperiencia llevará a sus ministros a cometer errores, que los socialistas amplificarán para exhibir sus quinquenios. Y siempre existirá la amenaza de que Sánchez decida cesarlos para gobernar en solitario. Con todo, creo que electoralmente la nueva fase que ahora empieza le sentará mejor a Podemos que a los socialistas. ¿Por qué? Porque la gran victoria de Iglesias ha sido sobre todo política. Un Gobierno de izquierdas apoyado por los partidos independentistas y nacionalistas era su apuesta después de las elecciones de 2015. Sánchez entonces no quiso, o no le dejaron. Pero ha terminado por aceptar uno a uno todos los postulados de Iglesias.

El acuerdo firmado entre los socialistas y ERC (la mesa de diálogo, la “validación democrática” de los acuerdos) se parece mucho más al discurso territorial de Podemos que al histórico 'federalismo' de los socialistas. Y lo mismo podría decirse del acuerdo firmado entre Podemos y los socialistas. Cuando el propio presidente del Gobierno (“Pedro”, se refería a él Iglesias desde la tribuna) da la razón política en casi todo a su principal competidor (ahora vicepresidente), no es de extrañar que los votantes antes o después tomen el mismo camino.

Electoralmente, la nueva fase que ahora empieza le sentará mejor a UP que a los socialistas. ¿Por qué? Porque la gran victoria de Iglesias ha sido política

Pasemos del qué al cómo. ¿Cómo ha conseguido Iglesias dar la vuelta a la tortilla, esquivar un camino que parecía irreversible hacia la insignificancia política? En primer lugar, con paciencia. Dejando pasar la investidura fallida de julio, armándose de razones en septiembre para evidenciar que era Sánchez y no él quien buscaba la repetición electoral, lo que le permitió sobrevivir en las urnas. Y resistiendo al acoso errejonista gracias a su solidez orgánica (sobre todo, al apoyo de Cataluña y Andalucía) pese a que muchas veces se ha dicho que Iglesias no controlaba a sus confluencias.

Pero, en mi opinión, el mayor acierto de Iglesias ha sido entender mejor que nadie la figura política de Pedro Sánchez.

Tanto PP como Ciudadanos han larvado durante el último año y medio una oposición a Sánchez no solo frontal, sino también normativa: Sánchez, decían, quiere subir impuestos, hacer cesiones a los independentistas, intervenir la economía. A fuerza de atribuirle planes, lo han convertido en algo real, cuando no lo era. La clave para convivir con Sánchez es no tomárselo en serio (normativamente). Porque Sánchez, así lo ha demostrado, no tiene plan económico (puede ser socioliberal o antiglobalización), ni territorial (jacobino o cantonalista) ni prácticamente de ningún tipo. Su único plan es su 'manual de supervivencia'.

Pedro Sánchez, elegido presidente del Gobierno por mayoría simple

Iglesias ha sido el primero en advertir esto. Al principio, también había cometido el mismo error. En 2016, votó en contra de su investidura porque los socialistas tenían “las manos manchadas de cal viva”, porque el PSOE, como partido “de la casta”, representaba el proyecto que Podemos había nacido para combatir.

Pero con el paso del tiempo, Iglesias concluyó que Sánchez no representaba en realidad ningún proyecto. O que podía representar cualquiera. Que, como sustancia gaseosa, no hay que intentar atraparlo sino aprovecharlo. Inspirar y espirar. Y eso es precisamente lo que ha hecho Iglesias.

La velocidad de la política española se ha acelerado tanto que es casi imposible anticipar por qué lado vendrá la próxima curva. En esta investidura han pasado muchas cosas: la polarización máxima del hemiciclo, un Gobierno que echa a andar entre amenazas de la portavoz de ERC, augurando una debilidad parlamentaria desconocida (incluso peor que el Gobierno en solitario con 85 disputados de los socialistas, que se podía permitir una cierta transversalidad), el desdibujamiento de una oposición demasiado distinta en el fondo y parecida en las formas y una coalición, la primera de nuestra etapa democrática, entre rivales políticos y socios circunstanciales. Pero, por encima de todo, destaca una estrella política que se había apagado y que de repente ha vuelto a brillar.

Lo habíamos enterrado más veces que a Melquíades Estrada. Lo enterramos cuando votó no en la investidura de Sánchez de 2016, y se quedó a las puertas del sorpaso en la repetición electoral pocos meses después; en 2017, le dedicamos un responso tras Vistalegre II; más adelante, en 2018, le dimos el último adiós al menos dos veces: con el chalé de Galapagar, y tras regalarle la presidencia a Pedro Sánchez en la moción de censura. En 2019, los sepelios se multiplicaron: al perder la mitad de sus diputados en abril, tras la fallida negociación de julio y su excéntrica oferta en la tribuna —políticas activas de empleo por Gobierno—, y finalmente le echamos arena cuando el 'spin-off' errejonista desenfundó el puñal antes de las elecciones de noviembre.