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Cuando diseñas tu casa para molestar al vecino
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Isidoro Tapia

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Cuando diseñas tu casa para molestar al vecino

Coordinar los equipos de PSOE y Unidas Podemos requerirá dotes de gestión formidables, desde luego mucho mayores de las que hasta ahora hemos visto en el ejecutivo de Sánchez

Foto: Pedro Sánchez y Pablo Iglesias al presentar su acuerdo de coalición. (Reuters)
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias al presentar su acuerdo de coalición. (Reuters)

Estamos repitiendo estos días que echa a andar el primer Gobierno de coalición de la democracia y no es verdad. No es estrictamente verdad. Porque todos los gobiernos de la democracia (todos, diría, salvo uno) han sido en realidad Gobiernos de coalición.

Foto: La consejera canaria Carolina Darias, nueva ministra de Política Territorial, este 11 de enero en el comité regional del PSOE regional, en Las Palmas. (EFE)

Lo fueron los gobiernos de Suárez y Calvo-Sotelo porque UCD era en realidad una coalición de partidos: democristianos, liberales y socialdemócratas. Pío Cabanillas, José María de Areilza, Álvarez de Miranda o Garrigues Walker, cada uno representaba una sensibilidad política distinta dentro del gabinete. De hecho fueron las dificultades de Suárez primero y Calvo-Sotelo después para mantener unida esta heterogénea coalición la que provocó, entre otros motivos, el batacazo electoral de UCD en 1982.

También los gobiernos de Felipe González fueron gobiernos de coalición. Solía decir Alfonso Guerra de aquellos ejecutivos que eran una “coalición entre el PSOE y el Ministro de Hacienda”. Que era una manera de decir que había ministros 'guerristas' y otros 'liberales' (liderados primero por Miguel Boyer y luego por Carlos Solchaga). También hubo siempre un tercer grupo, el de los 'felipistas', como José María Maravall, Jorge Semprún o, más adelante, Juan Alberto Belloch.

placeholder Rajoy, Zapatero, José María Aznar y Felipe González, junto al rey Felipe VI. (EFE)
Rajoy, Zapatero, José María Aznar y Felipe González, junto al rey Felipe VI. (EFE)

Del mismo modo lo fueron los gobiernos de Aznar (Rato en la parcela económica, Álvarez Cascos, Arenas y Rajoy, sucesivamente, en el área política), los de Zapatero (como inspirados en su concepción nacional, fueron una coalición de coaliciones, con la parcela económica dividida entre Solbes y Sebastián, y la política entre Fernández de la Vega, Rubalcaba y Pepe Blanco) y también los de Rajoy (ministros sorayistas frente al denominado G5). En realidad, el primer Gobierno de nuestra historia que no fue de coalición fue el de Pedro Sánchez tras la moción de censura: porque no había "familias políticas" dentro del gabinete, y porque tampoco respondió a “cuotas territoriales”, gracias a que la victoria en primarias de Sánchez, frente a la totalidad del aparato socialista, le permitió montar una Ejecutiva sin contrapesos, y a continuación transformar el PSOE en un partido presidencialista-asambleario, en el congreso socialista celebrado inmediatamente después (cuyo lema fue "el PSOE de los militantes").

Lo novedoso del Gobierno que ahora arranca es en realidad lo siguiente: por un lado, que será una coalición sin árbitros (Suárez, González o Rajoy lo eran); Sánchez, en cambio, es juez y parte, lo que augura más dificultades para la convivencia dentro del gabinete. Y la segunda novedad es que será el primer gobierno de coalición... para Pedro Sánchez. El anterior, como señalaba, no lo fue. Y es por tanto el líder socialista el primero que debe acostumbrarse a compartir el ejercicio del poder. Sus movimientos en los últimos días llevan a sospechar que no lo ha hecho.

El diseño del Ejecutivo (con cuatro vicepresidencias y veintitrés ministros) parece pensado más bien como respuesta a la presencia de Podemos que para mejorar la eficiencia del mismo (solo un gobierno de Suárez tuvo más ministros, otra muestra por cierto de que aquel era un gobierno de coalición).

Los cuatro vicepresidentes (más el presidente) formarán un mini-consejo de ministros

Existen pocos ejemplos comparados de un gobierno con cuatro vicepresidencias: en Alemania (también un gobierno de coalición) existe solo una. Lo mismo ocurre en Suecia. Los únicos ejemplos parecidos son Holanda (donde hay una coalición de cuatro partidos) y la Comisión Europea (donde la coalición es de tres partidos y veintiocho Estados). Y este es el motivo de preocupación: en ambos casos, la multiplicación de vicepresidencias es un “mal necesario” (y que perjudica la eficiencia en la acción de gobierno) para acomodar los equilibrios políticos. En España, en cambio, es un “mal gratuito”. Los cuatro vicepresidentes (más el presidente) formarán un mini-consejo de ministros. Por ende, la reunión de los ministros se convertirá prácticamente en una comisión delegada. Y a ello hay que sumar el órgano de seguimiento del acuerdo entre PSOE y Podemos. Coordinar estos equipos requerirá dotes de gestión formidables, desde luego mucho mayores de las que hasta ahora hemos visto en el ejecutivo de Sánchez.

Todo ello, por supuesto, es independiente de los méritos de Teresa Ribera para ser vicepresidenta (que los tiene) o de la importancia de la transición energética (que también). Pero es que una casa no se puede diseñar ni para molestar al vecino, ni para contentar a uno de los hijos. Se construye para que dentro viva una familia.

Un segundo elemento de análisis es la combinación entre perfiles técnicos y políticos. En su primer Gobierno, Sánchez apostó claramente por los técnicos. Curiosamente ahora ha vuelto a hacerlo. Digo curiosamente no porque tenga una opinión contraria de los perfiles técnicos, más bien al contrario. Como decía Carlos Solchaga, un “técnico es un político que además sabe de algo”. Pero si algo se achacó al primer gobierno de Sánchez fue precisamente su falta de empaque político.

Si el eje de la discusión política termina centrándose en Cataluña o en Vox quedará claro que Iglesias se ha rodeado de mejor equipo

Sánchez llenó el gobierno de técnicos para al final dedicarse a la exhumación de Franco. Es lo que ocurre cuando la falta de mayoría parlamentaria impide gobernar: da igual si el Gobierno está formado por buenos o malo es gestores, porque no hay gestión alguna, solo ruido y batallas culturales. El Gobierno que ahora nace vivirá una situación parecida en cuanto a su mayoría parlamentaria. Y Sánchez incluso ha rebajado el perfil político de sus ministros, al perder a Borrell. A eso se añade el perfil hiper-político de los ministros de Podemos. En definitiva, si el eje de la discusión política termina centrándose en Cataluña, en Vox o en cualquier otro tema hiperpolitizado, quedará claro que Iglesias y los suyos se han pertrechado mejor que los socialistas para estas batallas.

Un último apunte sobre el área económica, un ejemplo de cómo un conjunto de decisiones acertadas pueden convertirse en una equivocación si falta coherencia en las mismas: Sánchez anunció durante la campaña que Nadia Calviño sería vicepresidenta económica (una decisión atinada, en mi opinión). Pero al nombrar portavoz a María Jesús Montero (con mejores dotes comunicativas que Celáa) y nombrar una cuarta vicepresidenta, la capacidad de coordinación de Calviño queda diluida. Todavía más con el nombramiento de Escrivá como ministro de Seguridad Social (otra buena noticia, aunque lo sea menos su salida de la AIReF). Crear equipos no consiste solo en atraer talento, sino en saber organizarlos. Que se lo pregunten a Zidane, Luis Enrique o Guardiola.

Estamos repitiendo estos días que echa a andar el primer Gobierno de coalición de la democracia y no es verdad. No es estrictamente verdad. Porque todos los gobiernos de la democracia (todos, diría, salvo uno) han sido en realidad Gobiernos de coalición.

Pedro Sánchez Teresa Ribera Nadia Calviño