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Los 'lobbies', al acecho de Moncloa y los ministerios
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Isidoro Tapia

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Los 'lobbies', al acecho de Moncloa y los ministerios

Los grupos de interés ('lobbies', según su expresión en inglés) funcionan como el colesterol: cuando están bien regulados, mejoran la circulación del debate democrático

Foto: Las ministras de Educación, Hacienda e Igualdad, Isabel Celaá, María Jesús Montero e Irene Montero. (EFE)
Las ministras de Educación, Hacienda e Igualdad, Isabel Celaá, María Jesús Montero e Irene Montero. (EFE)

Los grupos de interés ('lobbies', según su expresión en inglés) funcionan como el colesterol: cuando están bien regulados, mejoran la circulación del debate democrático, cuya espina dorsal consiste en última instancia en reconocer la existencia de intereses contrapuestos. Los 'lobbies' son interlocutores necesarios en el diseño de cualquier política pública, y casi siempre tienen ganadores y perdedores, o partidarios y detractores. En cambio, como el colesterol, cuando los 'lobbies' campan a sus anchas, sin regulación alguna ni transparencia, pueden bloquear las arterias del sistema hasta provocar su colapso.

Es conocido que el origen del término 'lobby' se remonta a los albores del parlamentarismo británico: a principios de siglo XIX ya hay crónicas que detallan cómo los grupos de presión se apelotonaban en los pasillos de la Cámara de los Comunes, intentando establecer contacto con los diputados. En EEUU, los 'lobbies' más famosos se encontraban en los hoteles, tradicional lugar de encuentro entre políticos y grupos de interés.

Foto: El ministro de Consumo, Alberto Garzón, el pasdo lunes en la sede del Ministerio de Sanidad y Consumo. (EFE)

En España, los 'lobbies' nunca han gozado de buena prensa: no tanto por su existencia (existen en todos los sitios) sino por su falta de transparencia: la presión no se ejerce en los 'pasillos' (que al fin y al cabo son un lugar de tránsito), sino en los despachos, en el mejor de los casos, cuando no en lugares más recónditos. Como las gasolineras.

En España, hay un registro de 'lobbies' desde hace unos años en la Comisión Nacional de Mercados y Competencia, pero es voluntario, y sobre todo flaquea la segunda pata de este mecano: la transparencia. Cuestiones tan básicas como con quién se reúnen nuestros responsables políticos no son públicas, ni existe una regulación sobre la interacción entre lobistas y representantes. La ley de transparencia se ha convertido en un obstáculo que utiliza el Gobierno para impedir el acceso a la información, más que al contrario. Los caminos para llegar a los despachos del poder son los mismos de siempre. En esto, España no ha cambiado desde hace varias décadas.

A ello se suman ahora dos hechos novedosos: por un lado, la reconfiguración del poder dentro del Gabinete. Por otro, su debilidad parlamentaria. El efecto combinado de ambos es un terreno fértil para los 'lobbies'. Para el colesterol malo.

placeholder Pablo Iglesias y Pedro Sánchez, en el Senado. (EFE)
Pablo Iglesias y Pedro Sánchez, en el Senado. (EFE)

En primer lugar, la multiplicación del número de ministerios y el refuerzo de la estructura del director del Gabinete del presidente, Iván Redondo (el “primer secretario de Estado”, título oficioso que aunque se utiliza de forma recurrente en las notas de prensa oficiales, desconozco si tiene alguna base administrativa), ha provocado un desplazamiento del centro de gravedad desde los ministerios hasta Moncloa. Y la irrupción de los ministros de Podemos ha provocado un movimiento paralelo. Podemos ha sustituido la mayor parte de los cuadros en 'sus' ministerios, cortocircuitando los canales de acceso tradicionales de los grupos de presión, pero al mismo tiempo abriendo la veda a circuitos de nuevo cuño. Los 'lobbies', con sus maquinarias engrasadas desde hace años, han tenido que improvisar rápidamente nuevas vías de acceso. Pero en esta empresa son consumados especialistas. Como un río caudaloso, encuentran el camino del mar con poderosa facilidad.

De algún modo, la situación actual recuerda a la que se produjo durante la primera legislatura de Zapatero. Entonces, la concentración de poder en la Oficina Económica del Presidente fue un efecto combinado de varios factores: de la falta de respaldo del presidente a sus propios ministros, en detrimento de sus colaboradores más cercanos (en el primer Consejo de Ministros tras las elecciones, Zapatero desautorizó la posición del vicepresidente Pedro Solbes sobre el SMI, marcando un rumbo para los siguientes años), al concepto más liviano, o si se prefiere arbitral, del ejercicio del poder por parte del propio Solbes, y finalmente al empuje del director de la Oficina Económica del Presidente, Miguel Sebastián. El resultado fue que durante la primera legislatura de Zapatero, Sebastián fue ocupando cada vez más parcelas de influencia. Los 'lobbies', que detectan estos movimientos subterráneos en las parcelas del poder con una intuición asombrosa, se adaptaron rápidamente, y empezaron a tocar a la puerta de la Moncloa para ventear todo tipo de planes y actuaciones. La opa de Gas Natural sobre Endesa marcó un (muy desafortunado) hito en aquella relación.

A menudo se piensa que los gobiernos con mayor potencial son aquellos que disfrutan de amplias mayorías. Pero la política no es lineal

El segundo elemento de interés es la debilidad parlamentaria del Gobierno. A menudo se piensa que los gobiernos con mayor potencial (constructivo o destructivo) son aquellos que disfrutan de amplias mayorías. Pero la política no es lineal, y un Gobierno hiperminoritario como el actual tiene también una notable capacidad, al menos en lo que se refiere a cometer errores. Un Gobierno débil, sin contrapesos internos, que busca con la desesperación del hambriento alguna iniciativa política a la que agarrarse, es pasto fácil de los grupos de interés. Sobre todo, como indicábamos más arriba, cuando los diques tradicionales han desaparecido y el poder se ha desplazado de una forma tan súbita que solo los muy avezados saben bien a qué ventanilla tocar para encontrar respuestas.

No es por ello una sorpresa que en los últimos días se hayan acumulado varias noticias, todas en la misma dirección. Nacho Cardero apuntaba en este medio el pasado lunes cómo la batalla por el 5G se libra, además de entre las compañías implicadas, en los 'pasillos' (mejor dicho, en los despachos) de la oficina de Ivan Redondo en Moncloa.

placeholder El ministro de Consumo, Alberto Garzón. (EFE)
El ministro de Consumo, Alberto Garzón. (EFE)

Por otro lado, en algunos círculos de Podemos cayó con sorpresa la 'descafeinada' regulación del juego presentada por el ministro de Consumo, Alberto Garzón, pero quizá se entienda mejor en el contexto de la importancia de la publicidad de las casas de apuestas, y el impacto que podría tener una regulación restrictiva en los grupos de comunicación que explotan los derechos televisivos de los eventos deportivos. Cuando el presidente Sánchez presentó su catálogo de propuestas en la mesa de diálogo en Cataluña, pudo sorprender que entre las mismas apareciese de rondón la de analizar la deducibilidad del IVA de las actividades de la radiotelevisión pública catalana.

Una medida con tanto detalle solo puede salir de la pluma de un empresario con tanto ánimo por cauterizar Cataluña como su cuenta de resultados. Y, finalmente, va siendo el momento de señalar que nunca ha vivido con más comodidad el 'lobby' por excelencia, el eléctrico, como en los últimos 18 meses: mientras la política energética del Gobierno se dirija exclusivamente a los grandes temas planetarios, como el horizonte 2050 (un objetivo muy loable, por otra parte), pero se preserve el modelo de retribución de la distribución eléctrica, se siga retrasando el desarrollo reglamentario del autoconsumo o no se convoquen subastas de nueva potencia renovable, el sector eléctrico seguirá respirando tranquilo. Menos dados a la grandilocuencia, manejan mejor los registros más prosaicos: como Keynes, seguramente piensen que, en el largo plazo, todos estaremos muertos. En algunos casos, me temo, será culpa del colesterol.

Los grupos de interés ('lobbies', según su expresión en inglés) funcionan como el colesterol: cuando están bien regulados, mejoran la circulación del debate democrático, cuya espina dorsal consiste en última instancia en reconocer la existencia de intereses contrapuestos. Los 'lobbies' son interlocutores necesarios en el diseño de cualquier política pública, y casi siempre tienen ganadores y perdedores, o partidarios y detractores. En cambio, como el colesterol, cuando los 'lobbies' campan a sus anchas, sin regulación alguna ni transparencia, pueden bloquear las arterias del sistema hasta provocar su colapso.

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