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Jimmy Carter y el señor que limpiaba el ficus
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Leopoldo Abadía

Desde San Quirico

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Jimmy Carter y el señor que limpiaba el ficus

Me iba de viaje y, al preparar la cartera, me di cuenta de que me había dejado unos papeles en el despacho. Eran las 12 de

Me iba de viaje y, al preparar la cartera, me di cuenta de que me había dejado unos papeles en el despacho. Eran las 12 de la noche y fui a buscarlos.

Mi despacho estaba en un edificio muy bonito, acristalado, muy cómodo. En la puerta me habían puesto un ficus con hojas grandes, que siempre estaban brillantes. Yo suponía que el ficus es una planta que tiene las hojas brillantes.

Aquella noche me abrió el vigilante y me dijo. “Qué, ¿otra vez se le ha olvidado algo?” Pues sí, se me había olvidado, cosa que es muy frecuente en mi familia. Mi mujer dice que mis hijos y yo casi nunca salimos definitivamente de casa. Siempre nos vamos y volvemos porque nos hemos dejado algo.

Llegué a mi despacho y me encontré con un señor que estaba limpiando el ficus, hoja por hoja. ¡Qué sorpresa! No es que el ficus tenga hojas brillantes porque Dios lo hizo así. Dios lo hizo, pero hay que sacarle brillo todas las noches para que tenga buen aspecto.

Con todos los papeles en la cartera -esta vez, sí-, salí y fui encontrándome con personas que estaban limpiando el edificio.

¡Otro descubrimiento! Salí del edificio impactado. O sea, que, mientras yo duermo, hay personas que se ocupan de que yo, mañana, cuando reciba a alguien en mi despacho, pueda presumir.

No sé si os pasa a vosotros. A mí me ocurre con cierta frecuencia. Empiezas a hablar de algo, te acuerdas de otra cosa, la empalmas con otra y llegas lejísimos.

Os explicaré lo que me ocurrió aquella noche, mientras iba a casa. La secuencia lógica os parecerá de todo, menos lógica, pero así fue:

1. Pensé en lo importantes que eran las cosas pequeñas

2. Me acordé de que, en inglés (o en americano, no lo sé), cuando alguien habla de cosas pequeñas en sentido despreciativo, les llama “peanuts”. Que, como todos sabéis, se pronuncia “pínats”, más o menos, y que, realmente, quiere decir “cacahuetes”.

3. Me acordé de que Jimmy Carter, el que fue Presidente norteamericano, tenía un importante negocio de peanuts, o sea, de cacahuetes.

4. Di un salto más y pensé que, a fuerza de peanuts (ahora con el sentido de “cosas pequeñas”), Carter había llegado a ser Presidente de los Estados Unidos.

Menos mal que, a aquellas horas de la noche, había poca circulación y llegué pronto a casa, porque lo que he llamado “secuencia lógica” hubiera degenerado rápidamente en elucubraciones sin sentido.

Lo que pasa es que, a la vuelta del viaje, anoté en un papel “Carter-ficus”. Guardé el papel y, al cabo del tiempo, hoy lo he encontrado y estoy escribiendo esto.

Cosas que me han pasado como consecuencia de lo de aquella noche:

1. Que, cuando leo que XX ha comprado no sé qué empresa por no sé cuantos millones de euros, pienso, en un primer momento, que ese señor es un crack y que, cuando sea mayor, me gustaría ser como él.

2. Que, cuando leo que otro señor ha lanzado un instrumento electrónico que ha hecho que se formen colas a las tantas de la madrugada para comprarlo, pienso, en un primer momento, que ese señor es un crack y que me gustaría ser como él.

3. Y así, sucesivamente, con las noticias que voy encontrando en los periódicos. Siempre me gustaría ser como esos a los que nunca podré alcanzar.

PERO

Salgo a la calle y veo centenares de personas. Y no reconozco a nadie, seguramente porque no he visto su foto en El Confidencial o en otro periódico.

Antes, pasaba a su lado sin darme cuenta. Ahora, desde lo del ficus, pienso: “Esta señora, con esa pinta de mujer poco sofisticada y con poco glamour, ¿habrá contribuido a que XX haya podido recibir a YY en un despacho sensacional y que el despacho, a su vez, haya contribuido a que YY haya entrado con un cierto complejillo y ha facilitado la operación que aparece hoy en primera página y en la que XX se cubre de gloria como hombre de visión estratégica en un mundo globalizado?”

Esto me está sucediendo cada vez más. Los realizadores de trabajos ocultos superan en mucho a los realizadores de trabajos brillantes. Y, a, veces, puede ocurrir que despreciemos, sin querer, a los que hacen “peanuts”. Y, peor todavía, que se desprecien ellos mismos. Por ejemplo, cuando un taxista que te lleva fenomenal, que tiene el coche limpio, con música discreta, que te da conversación amable, te dice: “Como yo no tengo estudios…”

¡¡Y qué!! Nos tenemos que enterar de que EL TRABAJO está compuesto de un poco de trabajo brillante y de un mucho de trabajo oscuro y que, si cualquiera de los dos falla, aquello es una porquería.

Me acuerdo mucho del señor del ficus. Ni sé cómo se llamaba. Estoy seguro de que no leerá esto. Pero, sin tener ningún dato sobre él, cuando hago repaso de las personas que me han enseñado mucho, siempre aparece él en la pole position.

P.S.

Mis hijos y algún amigo me dicen que sí, que les gusta lo que escribo, pero que en cada desayuno nos tomamos una botella de vino. Hablo con mi vecino de San Quirico y se lo explico. Con una sonrisa de niño travieso, me dice que hay dos posibilidades: que no nos tomemos la botella de vino o que no lo diga. Y, como dicen en Cataluña, añade: “Tú mismo”.

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Me iba de viaje y, al preparar la cartera, me di cuenta de que me había dejado unos papeles en el despacho. Eran las 12 de la noche y fui a buscarlos.