Es noticia
Las cuentas
  1. España
  2. Desde San Quirico
Leopoldo Abadía

Desde San Quirico

Por

Las cuentas

Estuve el otro día en “Espejo público”, con Susana Griso. Me dijo que los datos demográficos eran preocupantes y que si se ha hablado de crisis

Estuve el otro día en “Espejo público”, con Susana Griso. Me dijo que los datos demográficos eran preocupantes y que si se ha hablado de crisis en la Seguridad Social estos meses, no nos podemos ni imaginar lo que puede ser ese déficit cuando aumente de forma sustancial el número de ancianos de este país.

 

En su programa, Susana dijo que la edad promedio de vida de la mujer española es de 84,4 años y la del hombre, de 77,7. Este es un dato que hace que yo me preocupe poco de lo de la Seguridad Social, porque tengo 75,75 años, y pienso: “Total, para lo que me queda…”

 

Como podéis ver, el pensar en sí mismo hace que, de vez en cuando, uno no vea más allá de sus narices y piense que, si a él no le toca, que se fastidien los demás. He leído en La Vanguardia que la natalidad estaba aumentando en España y que ya estábamos en 1,46 hijos por mujer en edad fértil.  En primer lugar, a mí esto del 1,46 y de la mujer en edad fértil, me suena a granja de vacas. (Perdón, pero a veces soy un poquico bruto.)

Cuando leo otras noticias (número de abortos, los inventos de la Sra. Aido sobre el ser vivo y el ser humano, la píldora del día después, etc.), me da la impresión de que, en este país nuestro, hay una filosofía (por llamarle de algún modo) antinatalista. Seguramente, el nombre más exacto sería “absolutamente egoísta”, basada en aquello tan viejo de que la mujer es dueña de su cuerpo y olvidándose de que no es dueña del cuerpo ajeno, por muy enganchado que lo tenga al suyo durante una temporada.

Nos hemos vuelto modernos. Me parece que eso se llama progresismo. Y como los que defienden este progresismo, o sea, los progresistas, lo dicen con cara de aportar algo fundamental a la libertad, a la ciencia, a la sanidad y, si te descuidas, al fútbol americano, pues resulta que los demás nos callamos, pensando que no aportamos nada a ninguna de esas cosas.

Hace poco me encontré con un amigo de mi edad, o sea, un chaval, soltero, al que no había visto hace muchos años. Estaba cenando en la barra de un bar un sábado por la noche. Me acerqué y le saludé. Me preguntó qué era de mi vida y yo le pregunté qué era de la suya. Cuando le dije que tenía muchos hijos, (cosa, por cierto, que no es obligatoria), puso cara de escandalizarse y me dijo “o sea, que tú eres de esos que hacen que haya hambre en el mundo”. Le miré con cara simpática y le dije algo así como: “Ya sabes, la vida”. Y, en cuanto pude, me fui, porque me apetecía decirle algunas otras cosas. Entre otras, que su pensión se la estaban pagando mis hijos.

En España hemos decidido no tener hijos. Pero lo decidimos antes de la crisis, porque parece que en 1990 la tasa de fecundidad apenas alcanzaba 1,1 hijos por señora. O sea, que cuando las cosas marchaban, descubrimos lo bien que se está en casa sin tener que aguantar a esos locos bajitos a los que les da por jugar (no siempre soy bruto) con la pelota y rompen cosas y van al colegio y tienen tutor y hay que hablar con el tutor y se ponen enfermos y hay que llamar al médico a las 4 de la madrugada y luego quieren estudiar, o no quieren, y además tienen novia…¡Qué lío! ¡Con lo bien que se está en casa preparando un viaje a las islas del Egeo con tu mujer o con tu marido o con un mozo o moza que te ha caído bien últimamente!

Y, para colmo, los viejos han decidido no morirse. ¿Os acordáis de antes? Los señores de 50 años tenían barba, habían hecho la guerra de Cuba, tenían gota debido a los excesos cometidos, y duraban muy poco. ¡Aquellos eran tiempos! Ahora, uno de 80 no tiene barba, corre el maratón de Nueva York y de gota, nada. Y, además, de vez en cuando, se pega un lingotazo de Cardhu y cada vez se encuentra mejor.

Así no iremos a ninguna parte. (Ya no estamos yendo). Niños que no nacen y viejos que no se mueren ni a tiros, pueden llevar a este país a la ruina y a los Ministros de Trabajo y de Seguridad Social al Frenopático, Departamento de Políticos Enloquecidos, porque no les salen las cuentas ni poniéndolas al revés.

Me preguntó Susana qué opinaba del cheque bebé. Supongo que debe ser que te dan dinero para que tengas hijos. Yo, que fui hijo único, les quiero mucho a mis padres y les estoy muy agradecido. Pero me hubiera molestado enterarme de que me habían tenido porque les habían dado un cheque bebé.

Sandalio Gómez López-Egea, un profesor del IESE, muy amigo mío, decía hace poco en Expansión que hay dos modelos distintos para  concebir el sistema de pensiones:

El modelo de capitalización, en el que el trabajador va aportando a lo  largo de su vida laboral un porcentaje de su sueldo a un fondo de pensiones, con el objetivo de constituir un capital que le permita, en el momento de su jubilación, asegurar un rendimiento suficiente para cubrir sus necesidades económicas. Simplemente, es “ahorrar hoy para vivir mañana”.

 

En el modelo de reparto, una generación en activo, con sus cuotas a la Seguridad Social, paga el importe de las pensiones a otra generación ya jubilada, que, por tanto, no depende de lo que haya hecho por sí misma, sino de lo que los jóvenes sean capaces de financiar.

El nuestro es éste: un modelo basado en la generosidad. (Ya sé que hay que decir “en la sólidaridad”, con acento en la “o”, pero no lo digo.) Yo trabajo y, con ese esfuerzo, te alimento a ti, que ya no puedes trabajar. Y los chavalillos actuales, que van a crecer pronto, trabajarán para mí, cuando me haya hecho mayor. La idea no es mala. Lo que pasa es que si un modelo basado en la generosidad lo lleva a cabo gente egoísta, animada en su egoísmo por politiquillos/as egoístas, por filosofillos/as egoístas y por teologuetes/as egoístas, pues sale una chapuza, que es lo que nos pasa ahora.

Sigo con mis manías. La crisis económica que sufrimos es una crisis de decencia, pero otras crisis no económicas son también de decencia.

Pocos niños, muchos viejos. De donde se deduce que habrá que cargarse a los viejos lo antes posible, porque el desequilibrio se hace importante.

Dicen que la solución será trabajar más años. Hoy, en el estudio de televisión, le he preguntado a un chaval muy majo que me pone el pinganillo qué opinaba de esto de trabajar más años y el chaval, que tiene menos de 40 años, ha puesto una cara que era todo un poema.

Alguien me ha preguntado también si es justo prolongar la edad de jubilación después de una vida dedicada al trabajo.

No sé si es justo, pero ya se ve que el modelo que hemos inventado no conduce a nada. Ya conozco todos los argumentos que se dan para decir que somos muy avanzados, a nivel planetario. Me los sé de sobra. Ya conozco la mirada de desprecio soberbio con que los dicen. Ya lo sé. Pero también sé el resultado: que las cuentas no salen. ¿Y sabéis por qué? Porque no pueden salir.

 

Estuve el otro día en “Espejo público”, con Susana Griso. Me dijo que los datos demográficos eran preocupantes y que si se ha hablado de crisis en la Seguridad Social estos meses, no nos podemos ni imaginar lo que puede ser ese déficit cuando aumente de forma sustancial el número de ancianos de este país.