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Leopoldo Abadía

Desde San Quirico

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Ahora, a mis amigos les ha dado por cumplir 80 años. Debe ser la moda, porque yo les veo tan jóvenes como siempre.En dos semanas, un

Ahora, a mis amigos les ha dado por cumplir 80 años. Debe ser la moda, porque yo les veo tan jóvenes como siempre.

En dos semanas, un amigo y una amiga han celebrado su cumpleaños en dos fiestas sorpresa, organizadas por sus familias.

Primera característica: un cariño enorme por parte  de  cada una de las familias. Los homenajeados son personas muy distintas y sus familias muy distintas, pero el cariño se desbordaba por las escaleras. En uno de los dos casos, salía por la Diagonal. En el otro, por el Eix Macià, de  Sabadell.

Yo ya soy mayor, pero si llego a los 80 años y me hacen eso, me muero de golpe y, además, cuando llegue al Cielo, le digo a Dios que quiero que me deje volver una temporada aquí para dar las gracias a la gente. Y le diré que necesito que la temporada sea larga, porque  a cada uno le tendré que dar las gracias largo y tendido y todo el mundo sabe -y Dios, el primero- que me gusta enrollarme.

Segunda característica: la  cara de los homenajeados. En una de las celebraciones estábamos sólo tres matrimonios. La otra fue más  multitudinaria. Pero la cara de los dos era la misma: una mezcla de desconcierto, de alegría, de agradecimiento, de ¿por qué, si yo no he hecho nada?, de ¡Dios mío, gracias!...

Tercera característica: las caras  de las familias. Otra mezcla: de ilusión, de  que no falle nada, de que el homenaje sea completo, de  cariño, de decir ¡te lo has  ganado!, ¡gracias por tantos años de generosidad!

Cuarta característica: los  invitados, por supuesto, llorando como Magdalenas. Mayores, pequeños, altos y bajos,  importantes y menos importantes. Todos llorando.

Tengo un amigo, muy amigo, con el que fui al Colegio y que tiene fama de ser muy brutico. Muy buena persona, muy inteligente, muy competente, pero brutico. Nos parecemos mucho en muchas  cosas. Yo sé que si algo me  emociona a mí le emociona a él. Hay un tema muy nuestro que nos emociona a los dos. Y cuando alguna vez ha salido ese tema en algún acto público, mi amigo me ha dicho: “me voy al otro rincón, a llorar tranquilamente”.

Mi amigo estaba en la fiesta que he llamado multitudinaria. Miré por los rincones, pero no le vi. Seguramente porque el que lloraba era yo y no veía bien.

He hablado alguna vez  del Elogio de la Normalidad.

¡Qué cosas! ¡Pensar que nos emociona lo normal! Supongo que debe ser porque emocionarse con lo normal debe ser normal. Y lo de ser generoso debe ser normal.  Y lo de querer a la familia debe  ser normal.  Y lo de  ser fiel a tu mujer/marido debe ser normal. Y lo de ser agradecido debe ser normal. Y lo de pensar en los demás, debe ser normal. Y lo de  que los padres quieran a los hijos y los hijos a los padres y todos juntos a los abuelos debe ser normal…Y si queréis, sigo.

Cosas  que veo.

Veo ahora comportamientos anormales, aberrantes en muchos casos, que se  producen con frecuencia, que se exhiben públicamente y de los que, por si fuera poco, se presume.

Esto hace que, a veces, la gente ponga cara  de resignación y diga: “Ya sabes que ahora esto es lo normal”.

Y esa cara de resignación encierra muchas veces un cierto complejo de inferioridad, porque piensan que ellos lo ven claro, pero que si hay mucho anormal suelto y gritando, debe ser que se han quedado anticuados.

Pues mirad, majos, no. Una parte importante  de la revolución civil a la que estoy convocando hace tiempo consiste en saber que lo anormal que se hace muchas veces, no se convierte en normal, sino en anormal frecuente.

Y a esos anormales frecuentes hay que decirles -les  digo- que les  quiero mucho, que les respeto mucho, que intento comprenderles.

Pero que una vez dicho lo anterior, tengo que decirles  con muchísimo cariño: “Chicos/as, sois anormales”

Y lo que tenemos que saber también -lo sabemos de sobra- es que lo normal es un ejemplo para todos y lo anormal no es un ejemplo para nadie.

Y ya lanzados, tenemos que saber también -lo sabemos de sobra- que lo anormal no es una opción. No puedo decidir en un momento determinado ser normal o anormal, ser señor/a o elefante/a. Si Dios me hizo señor o si Dios te hizo señora, hay que ser  el mejor señor posible o la mejor señora posible.

Y así, cuando cumplamos 80 años, podremos llorar todos tranquilamente.

Ahora, a mis amigos les ha dado por cumplir 80 años. Debe ser la moda, porque yo les veo tan jóvenes como siempre.