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El cartonero y el recuento de escalofríos
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Leopoldo Abadía

Desde San Quirico

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El cartonero y el recuento de escalofríos

Escribir un “Desde San Quirico” en Buenos Aires me da un cierto vértigo, al darme cuenta de que es verdad eso de que el mundo es

Escribir un “Desde San Quirico” en Buenos Aires me da un cierto vértigo, al darme cuenta de que es verdad eso de que el mundo es un pañuelo.

 

Y es más pañuelo cuando la primera cena aquí la hacemos mi hijo Gonzalo y yo con María y Cucho, que tienen casa en San Quirico.

Y más pañuelo todavía cuando hablas con la gente, cuando comentas la situación con periodistas, cuando lees los periódicos o cuando ves la tele, suponiendo que no pongan un partido de fútbol. (Porque tengo la sensación de que en las teles argentinas hay más fútbol, todavía, que en las españolas.)

 

Al venir, un amigo mío me prestó un libro. Realmente, un panfleto, porque el autor, argentino, lo califica así. Y, en la primera página, dice: “Acudo hoy al género del panfleto -eléctrico, insolente, visceral- porque la indignación me tritura el cerebro, la ansiedad me arde en las entrañas y enrojece todo el sistema nervioso”.

 

Acabábamos de despegar de Barajas cuando leí esto y pensé: “Hombre, no se ponga así, que no será para tanto”.

 

Pero, si es verdad lo que dice el panfletista este, es para tanto.

Porque describe lo que, a su juicio, son los males de Argentina. Y me dan escalofríos, porque me acuerdo de otro país que conozco bien y al que quiero mucho: el mío.

Dice que:

  1. Hace años, Argentina “lucía tres pilares de oro: la cultura del trabajo, la cultura del esfuerzo y la cultura de la decencia”. Ahora dice que no los luce.
  2. Esto (lo de los pilares) ocurría cuando Argentina era la octava potencia del mundo: No sé qué pasa. Lo de la octava potencia me suena. Y aunque ya me enteré -y os lo dije- que la octava es California, parece que estas cosas empiezan a suceder cuando uno se cree que sólo hay siete más listos que él.
  3. Esos tres pilares han sido sustituidos por otros tres, a los que no quiero llamar “culturas”, porque no lo son: “la mendicidad, el facilismo y la corrupción”.

Sigue soltando frases:

 

  1. “Hace rato que dejamos de ser un país en serio”.
  2. Hubo “profanaciones extremas de la ley”. 
  3. Se produjo “un tobogán que se desliza siempre hacia abajo, lleno de mugre”. 
  4. Y más, que no añado, porque no tengo espacio y porque me empiezo a encontrar mal. Y no es porque me esté mareando, que en los aviones no me mareo.

Pero luego, como el viaje es largo y ya he comido varias veces y he visto una película de las que me gustan, de esas de tiros en las que el bueno es muy bueno y lo pasa muy mal y el malo es muy malo y al final, el bueno le gana al malo, aunque el bueno también tenía sus cosas, leo el Time, vicio que adquirí en Boston hace muchos años.

Y vuelven los escalofríos, que no se deben al aire acondicionado del avión, aunque también.

Estos escalofríos vienen porque leo que la crisis ninja (no lo dice así, pero como si lo dijera) fue producto de la ignorancia de unos señores que presumían de que sabían mucho y de la avaricia de esos mismos señores. Y me doy cuenta de que ignorancia más avaricia es un cóctel explosivo.

Y, como el vuelo sigue, y sigue, y sigue, porque hay que ver lo lejos que está Buenos Aires de San Quirico, hago el recuento de escalofríos y me sale una combinación todavía peor

Gracias a Dios, llego y duermo abundantemente. Al día siguiente, en la primera página de un periódico, leo que a un cartonero le han dado en Inglaterra el premio al mejor emprendedor del mundo, porque, con cuatro perras (yo creo que sin ellas), creó una radio comunitaria en Ciudad Oculta, que debe ser un sitio al que no iríamos ninguno a veranear.

El premio se lo ha entregado el Príncipe Carlos y lo que han dicho de él es que “no se resignó a su destino, sino que luchó, identificó un mercado y lo atacó con un plan de negocios exitoso”. Mientras tanto, él decía: “hice cuentas. Si en dos semanas de cartoneo me compraba una computadora, en dos años tenía la radio montada”.

Supongo que el cartonero es el que recoge los cartones viejos y los vende. Pero fijaos lo que puede hacer una persona que cree que “con lucha y determinación, se puede conseguir cualquier objetivo, siempre que sea noble y para dar un servicio a los demás”.

P. S:

 

  1. Lo de la “decencia” me ha impactado, porque resulta que yo utilizo la misma palabra y puedo aseguraros que hasta el otro día, no sabía quién era Marcos Aguinis, el autor del panfleto (ahora sé que ganó el Premio Planeta hace unos años.) Y, por supuesto, estoy seguro de que Marcos no sabe que yo existo. Lo cual me anima a pensar que, si todos le echamos un poco de sentido común, llegamos a las mismas conclusiones, aunque estemos tan lejos unos de otros.
  2. Me doy cuenta de que no he citado el nombre del panfleto. Se titula “¡Pobre Patria mía!”
  3. Y pienso que en España, unos cuantos cientos de cartoneros no nos irían nada mal.
  4. Y, quizá, nuestros cartoneros volverían a poner de moda aquellos pilares que tenía Argentina hace años.

 

Escribir un “Desde San Quirico” en Buenos Aires me da un cierto vértigo, al darme cuenta de que es verdad eso de que el mundo es un pañuelo.