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¿Y si le ofreciéramos un contrato al Papa?
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Leopoldo Abadía

Desde San Quirico

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¿Y si le ofreciéramos un contrato al Papa?

He repetido muchas veces que lo menos importante de esta crisis es lo económico. Que lo económico es consecuencia de la crisis de decencia que se

He repetido muchas veces que lo menos importante de esta crisis es lo económico. Que lo económico es consecuencia de la crisis de decencia que se extiende por todo el mundo y a todos los niveles.

Y cuando digo “todos los niveles” quiero decir “todos los niveles”. Porque se ha puesto de moda señalar con el dedo a algunos financieros que han sido unos auténticos bandoleros de Sierra Morena -y lo siguen siendo-, pero corremos el peligro de pensar que siempre el otro es el peor y que yo, humilde trabajador, soy una flor de loto en un lodazal.

Pues mira, no. Flores de loto no hay demasiadas. Y a las que hay,  no les va mal, de vez en cuando, un buen lavado y un buen fregado, porque si no, se mustiarán y, como dicen en mi tierra, se pocharán.

Ahora viene el Papa. Está a punto de llegar. Me cae muy bien. Hace unos años, en vida de Juan Pablo II, me encontré al Cardenal Ratzinger paseando por la plaza de San Pedro en Roma. Llevaba un abrigo gris, una boina y alzacuellos. Le paré. Le dije quién  era. Por supuesto, no dijo: “¡hombre, Leopoldo!, ¿qué tal la familia?” Se me quedó mirando, un poco sorprendido, y aproveché para darle las gracias por lo que estaba haciendo por el Papa y por la Iglesia. Me sonrió, con una cierta timidez dijo “gracias” y ahí se acabó nuestra conversación.

(Cuando mis hijos cuentan esto, empiezan diciendo: “el día que el Papa habló con mi padre…”. Ya veis que cada uno escribe la historia como le apetece.)

No creo que el Papa traiga mucho equipaje, porque va a estar un par de días. Lo que me importa es lo que trae en la cartera de mano.

Porque he leído su discurso en Westminster Hall, en Londres, donde al principio decían que no era bienvenido y acabaron tomando nota de lo que decía y pidiéndole que hablara más despacio para no perderse nada.

Necesitamos que venga alguien a recordarnos cosas. Ahora, con Google, tenemos todo lo que buscamos, pero como con frecuencia no buscamos lo que hay que buscar, pues no lo encontramos.

Estudié francés en el colegio y, realmente, aprendí poco. Pero lo de “cherchez la femme”, que, seguramente no me lo enseñaron en el colegio, se me quedó grabado. Lo de cherchez la femme quiere decir que, en caso de asesinato, hay que buscar a la señora de quien estaban enamorados el asesino y el asesinado. Ya sé que no es tan simple la cosa, pero va por ahí. Y, por favor, que no me digan que soy machista, que ahora no toca.

Pues sí, tenemos que chercher  la femme, que, en este caso, quiere decir que tenemos que removernos por dentro para ver qué ha fallado, o mejor dicho, en qué hemos fallado, o, mejor dicho todavía, en qué seguimos fallando.

Porque estamos fallando estrepitosamente. Pero todos. También los de mi partido y los de mi pueblo. Todos.

Necesitamos que el Papa nos recuerde:

1. Que somos personas, no animalicos.

2. Que como no somos animalicos, es bueno:

a. Dominar nuestros instintos.

b. Enseñar a nuestros hijos a dominar los suyos, que, curiosamente, son como los nuestros.

3. Que es bueno no mentir, porque si mentimos, engañamos a alguien. Pero como, a la vez, hay alguien que nos engaña a nosotros, se establece eso del círculo vicioso, que quiere decir que cuanta más gente interviene en algo, más gente miente y así no se puede seguir.

4. Que es bueno que pensemos en los demás, pero no un ratico, sino constantemente. Y como ahora estamos con lo de la globalización, los demás son:

a. Los de mi familia, que, como los tengo cerca son los que con más frecuencia me fastidian.

b. Los de la familia de mi vecino de arriba, que, en cuanto pueden, riegan las macetas y me mojan.

c. Los de mi equipo de fútbol, que somos los mejores y a los que no me cuesta nada quererles, primero porque les veo muy poco, y segundo, porque cuando cantamos juntos el himno de nuestro club, se nos saltan las lágrimas y eso une mucho.

d. Los del otro equipo de fútbol, compendio de todos los males y de nuestros odios ancestrales, al que una vez le metimos no sé cuántos goles y aún lo celebramos.

e. Los que no son de nuestro pueblo y hablan en un idioma que no es el nuestro.

f. Los que no son españoles, que hablan más raro todavía y que van a lo suyo. No como nosotros, que somos el colmo del desprendimiento y de la generosidad.

g. Los que lo pasan muy mal, pero que muy mal. Ese señor que duerme dentro de un cajero puede ser que sea un sinvergüenza, pero es una persona que seguro que preferiría  dormir en el Ritz de París.

h. Los que lo pasan muy mal muy mal, porque unos cuantos en su país han decidido que hay que odiar a otros cuantos y les han metido en una guerra y se les quedan los suministros y los matan de hambre.

i. Podría seguir con la i, la j y así hasta la z, y pasar después al alfabeto griego.

Necesitamos que nos digan cosas así. Y que nos toquen el corazón. Y que nos demos cuenta de que es bueno que no durmamos pensando en los demás. El otro día, mi amigo Juan Luis me hablaba con ilusión de lo que está haciendo en Sri Lanka y en Nicaragua y pensé: “este lo ha entendido”.

Siempre digo que llevamos un manual de instrucciones dentro, que nos lo puso el que nos fabricó. Y que no me cuenten lo del big bang, porque a mí, el big bang no me puso nada dentro.

Ese manual de instrucciones que me puso Dios no es un manual de prohibiciones. Me dice que seré más persona:

1. Si no robo.

2. Si no mato (y aquí incluyo a tantos niños que se están tirando físicamente a la basura y a tantos embrioncitos que podían ser ingenieros el día de mañana, pero que algunos prefieren que no lo sean).

3. Si no me dedico a corromper a los niños, porque corromper es  enseñarles que lo malo es bueno y lo bueno, malo.

Comprendo que haya personas a las que no les haga ilusión que venga el Papa. Porque, a veces, es molesto que venga un señor y que nos diga que estamos haciendo el besugo. ¡Nosotros, que éramos tan listos y tan guapos!

Pues sí, que venga. Y que hable. Y que los periódicos recojan lo que diga y no unos comentarios de un periodistilla que no acabó primer curso de carrera, pero que ahora se dedica a pontificar (nunca mejor dicho). Y que las teles nos lo pongan. No estoy diciendo que sólo pongan eso, que también tenemos que descansar, porque, a poco que el Papa apriete y a poco honrados que seamos, más de uno nos vamos a poner colorados.

Hace falta que venga el Papa. Mucha falta. Pero no sólo lo necesitamos los católicos, sino todos. Porque todos necesitamos que nos recuerden las cosas buenas que nos enseñaron nuestros abuelos y nuestros padres, que como nos hemos vuelto modernos, las hemos olvidado, o, por o menos, tienen encima una importante capa de polvo.

¡Santidad, quite el polvo, por favor! O mejor dicho, ayúdenos a que lo quitemos nosotros, porque ésta es una labor individual, que para algo somos personas maduras. Un poco distraidillas, pero maduras. Santidad, usted, a soplar el polvo, para que empiece a brillar lo bueno que llevamos dentro. Ya nos ocuparemos nosotros de que no vuelva a perder el brillo.

P.S.

1. Resulta que, además, la venida del Papa es un buen negocio. Dicen que en Barcelona, nos cuesta 1,8 millones de euros y que se calcula que dejará 30 millones.

2. No sé si sería posible ofrecerle un contrato para que viniera todas las semanas. Le pagaríamos el billete de avión en business, le llevaríamos a un buen hotel (me parece que el Palacio Arzobispal no es un ejemplo de lujo asiático) y daríamos a Caritas los euros que él dijera. Y al día, siguiente, a casa.

3. Yo era pariente de un Cardenal, pero se murió y no tengo acceso a la Santa Sede. Pero alguien tendrá acceso y podría hacer la gestión.

He repetido muchas veces que lo menos importante de esta crisis es lo económico. Que lo económico es consecuencia de la crisis de decencia que se extiende por todo el mundo y a todos los niveles.

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