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¡Horror! El pensador se puso a predicar
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Leopoldo Abadía

Desde San Quirico

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¡Horror! El pensador se puso a predicar

De vez  en cuando, los periódicos parecen El Caso, que era una revista que salió durante muchos años (quizá sigue existiendo) y que rezumaba  sangre por

De vez  en cuando, los periódicos parecen El Caso, que era una revista que salió durante muchos años (quizá sigue existiendo) y que rezumaba  sangre por la cantidad de asesinatos y desgracias que contaba y los detalles macabros que añadía.

No sé si esta semana ha habido muchas cosas, o, por lo menos, me he fijado más.

He visto que:

1. El Gobierno de Estados Unidos dio cobertura a nazis huidos y que un trozo de la cabellera de aquel chico tan majo, el doctor Mengele, a quien cariñosamente los vecinos le llamaban “el ángel de la muerte” estaba en un cajón del Departamento de Justicia americano (lo cual me parece un asco).
2. A los marroquíes se les ha ido la mano en el Sahara (esto de “la mano” es un decir. La realidad es que se han liado a bofetadas con los que estaban en el campamento y no han estado muy finos con ellos).
3. En Inglaterra han hablado de Guantánamo y Abu Graib, donde parece que no han sido muy educados con los prisioneros, porque eso de que te interroguen con perros, mientras te meten la cabeza  en un retrete o en una bañera y no te dejan dormir en no sé cuánto tiempo, etc., no formaba parte del manual de buenas maneras que a mí me enseñaron en el Colegio del Salvador, de Zaragoza.
4. A una señora le ha matado su marido de una paliza. El marido, que debía ser otro ángel como Mengele, vivía con su mujer, su hermano y dos prostitutas, como ejemplo de lo que ahora se llama una familia “no convencional”. Puestos a hacer ejercicio, este chico les pegaba también a las prostitutas, supongo que para mantenerse en forma.
5. Una oleada  de robos crispa a los vecinos de la Barceloneta. Y parece que no todo acaba en el robo, porque veo una foto de una chica joven, maja, con los ojos morados de las bofetadas que le dieron.
6. A un ciudadano portugués le mataron el otro día de un mazazo en la cabeza.
7. Y menos mal, que han detenido a dos ladrones con las llaves de 21 pisos, antes de que las usaran, porque seguro que pensaban usarlas.

Ya se ve que las cosas andan revueltas. Es posible que siempre haya sido así y que ahora nos enteremos de más cosas y antes. Pero eso es poco consuelo. Hay mucha gente que ha perdido el oremus.

Menos mal que tenemos pensadores profundos que marcan el rumbo. Uno de ellos, antes llamado cariñosamente ZP, y que, ahora, debido a los cambios producidos, se llama Z ex P, ha dicho en Viladecans que “la moral de cada uno se la impone cada uno libremente”. El periódico que da la noticia añade que esta persona “reflexiona” al decir eso.  No lo improvisa, no. Lo reflexiona.

Menos mal que ese pensador no tiene mucho prestigio ni en Viladecans, ni en su pueblo ni, si me apuráis mucho, en su barrio. A pesar de que viaja bastante, las frases que suelta no influyen demasiado, por ahora, en el pensamiento filosófico universal.

Pero, como estamos en lo de la libertad de expresión, reconozco que este mozo tiene derecho a decir esas cosas. Derecho, en el sentido de que puede abrir la boca (es libre), puede proferir sonidos (es libre), puede articular palabras (es libre) y hasta, con esfuerzo, puede poner las palabras en un orden más o menos inteligible (es libre).

Pero yo también soy libre para hacerme preguntas. Y me ha dado por preguntarme:

1. Si el doctor Mengele se había impuesto su moral (libremente,  por supuesto).
2. Si el que ha pegado a su mujer, a las prostitutas y a la madre que le dio a luz se ha impuesto su moral (libremente).
3. Y si puedo ir a ver a la chica joven, maja, la de los ojos morados y decirle: “mira, tienes que comprender: Ese borrico que te dejó así se había impuesto su moral (libremente)”.
4. Y si sigo haciéndome preguntas, igual me pongo a rezar para que los marroquíes, los de Guntánamo, el señor del mazo y los de las llaves no me impongan su moral. Libremente, claro.

Los pensadores tienen que pensar. Ya sé que me diréis que para ese viaje, no hacen falta alforjas.

Pero sí, tienen que pensar, aunque sea por una vez en la vida y sin que sirva de precedente. Porque si se produjera ese caso hipotético y muy poco probable, y el pensador pensase, igual se daría cuenta de que la ley de la selva es un juego de niños comparado con lo que él defiende.
Y que él está pasando de ser un pensador a ser un peligro público.

Menos mal que ya no manda.

De vez  en cuando, los periódicos parecen El Caso, que era una revista que salió durante muchos años (quizá sigue existiendo) y que rezumaba  sangre por la cantidad de asesinatos y desgracias que contaba y los detalles macabros que añadía.

No sé si esta semana ha habido muchas cosas, o, por lo menos, me he fijado más.

He visto que:

1. El Gobierno de Estados Unidos dio cobertura a nazis huidos y que un trozo de la cabellera de aquel chico tan majo, el doctor Mengele, a quien cariñosamente los vecinos le llamaban “el ángel de la muerte” estaba en un cajón del Departamento de Justicia americano (lo cual me parece un asco).
2. A los marroquíes se les ha ido la mano en el Sahara (esto de “la mano” es un decir. La realidad es que se han liado a bofetadas con los que estaban en el campamento y no han estado muy finos con ellos).
3. En Inglaterra han hablado de Guantánamo y Abu Graib, donde parece que no han sido muy educados con los prisioneros, porque eso de que te interroguen con perros, mientras te meten la cabeza  en un retrete o en una bañera y no te dejan dormir en no sé cuánto tiempo, etc., no formaba parte del manual de buenas maneras que a mí me enseñaron en el Colegio del Salvador, de Zaragoza.
4. A una señora le ha matado su marido de una paliza. El marido, que debía ser otro ángel como Mengele, vivía con su mujer, su hermano y dos prostitutas, como ejemplo de lo que ahora se llama una familia “no convencional”. Puestos a hacer ejercicio, este chico les pegaba también a las prostitutas, supongo que para mantenerse en forma.
5. Una oleada  de robos crispa a los vecinos de la Barceloneta. Y parece que no todo acaba en el robo, porque veo una foto de una chica joven, maja, con los ojos morados de las bofetadas que le dieron.
6. A un ciudadano portugués le mataron el otro día de un mazazo en la cabeza.
7. Y menos mal, que han detenido a dos ladrones con las llaves de 21 pisos, antes de que las usaran, porque seguro que pensaban usarlas.

Ya se ve que las cosas andan revueltas. Es posible que siempre haya sido así y que ahora nos enteremos de más cosas y antes. Pero eso es poco consuelo. Hay mucha gente que ha perdido el oremus.

Menos mal que tenemos pensadores profundos que marcan el rumbo. Uno de ellos, antes llamado cariñosamente ZP, y que, ahora, debido a los cambios producidos, se llama Z ex P, ha dicho en Viladecans que “la moral de cada uno se la impone cada uno libremente”. El periódico que da la noticia añade que esta persona “reflexiona” al decir eso.  No lo improvisa, no. Lo reflexiona.

Menos mal que ese pensador no tiene mucho prestigio ni en Viladecans, ni en su pueblo ni, si me apuráis mucho, en su barrio. A pesar de que viaja bastante, las frases que suelta no influyen demasiado, por ahora, en el pensamiento filosófico universal.

Pero, como estamos en lo de la libertad de expresión, reconozco que este mozo tiene derecho a decir esas cosas. Derecho, en el sentido de que puede abrir la boca (es libre), puede proferir sonidos (es libre), puede articular palabras (es libre) y hasta, con esfuerzo, puede poner las palabras en un orden más o menos inteligible (es libre).

Pero yo también soy libre para hacerme preguntas. Y me ha dado por preguntarme:

1. Si el doctor Mengele se había impuesto su moral (libremente,  por supuesto).
2. Si el que ha pegado a su mujer, a las prostitutas y a la madre que le dio a luz se ha impuesto su moral (libremente).
3. Y si puedo ir a ver a la chica joven, maja, la de los ojos morados y decirle: “mira, tienes que comprender: Ese borrico que te dejó así se había impuesto su moral (libremente)”.
4. Y si sigo haciéndome preguntas, igual me pongo a rezar para que los marroquíes, los de Guntánamo, el señor del mazo y los de las llaves no me impongan su moral. Libremente, claro.

Los pensadores tienen que pensar. Ya sé que me diréis que para ese viaje, no hacen falta alforjas.

Pero sí, tienen que pensar, aunque sea por una vez en la vida y sin que sirva de precedente. Porque si se produjera ese caso hipotético y muy poco probable, y el pensador pensase, igual se daría cuenta de que la ley de la selva es un juego de niños comparado con lo que él defiende.
Y que él está pasando de ser un pensador a ser un peligro público.

Menos mal que ya no manda.