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Leopoldo Abadía

Desde San Quirico

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¡A debatir!

A mí me gustan mucho los toros. Me encanta cuando un torero corta las dos orejas. Me encanta cuando la plaza se llena de almohadillas porque

A mí me gustan mucho los toros. Me encanta cuando un torero corta las dos orejas. Me encanta cuando la plaza se llena de almohadillas porque la faena ha sido un desastre.

Me da mucha pena cuando hay silencio después de una faena. Me parece que el silencio es un desprecio. Es como decirle al torero: “mira, no estoy para perder el tiempo ni abucheándote. Que para hacer lo que has hecho no hace falta vestirse de luces”.

D. José Luis, nuestro ex Presidente, dice que va a adelantar las fechas del debate sobre el estado de la nación.

Supongo que D. Mariano ya ha empezado a prepararse para ponerle verde.

D. Mariano es muy libre de hacer lo que quiera. Además de su olfato político, tiene sus asesores. No les conozco. Supongo que serán buenos.

Pero yo, que no tengo ni olfato ni asesores, no me prepararía nada. Le dejaría a D. José Luis que dijera cosas, que gesticulara, que sonriera, que soltara frases tales como aquella famosa de Copenhague (“La tierra no pertenece  a nadie, sólo al viento”), que sus chicas y sus chicos le aplaudieran y que se sentara esperando mi contestación.

Y luego, yo, no me levantaría. Y cuando el Presidente del Congreso me mirara y me diera la palabra, le sonreiría, le haría un gesto negativo, luego una semi-reverencia y me callaría.

Porque lo que ha hecho este señor que vive en la Moncloa no merece ni el abucheo. No merece ni que se diga de él que ha sido un Presidente nefasto. Porque para ser un Presidente nefasto, antes que nada, hay que ser un Presidente. Y como este chico no lo ha sido, sólo se le puede llamar nefasto. Y como prefiero no insultar, lo mejor es callarse.

Sigo.

Y cuando se hayan terminado los aplausos de las mozas y de los mozos de D. José Luis, lo que usted, D. Mariano, debería hacer es esperar a que hable alguien, y, cuando acaben las intervenciones, usted se levanta y, educadamente, se va. Por supuesto, con la venia de D. José Bono.

Que ya lo sé, que eso no es un debate. Pero es que el torero no es  un torero. Y el toro es mucho toro. Y este pobre chico ha intentado hacer de Don Tancredo, que era aquel que, con la cara pintada de blanco, se ponía encima de un taburete y, mirando fijamente al toro, se quedaba quieto. Y el toro se iba.

Lo que pasa es que a D. José Luis el toro no se le ha ido. Y le ha pegado una cornada seria.

Me parece que fue Agustín de Foxá, Embajador de España en Buenos Aires, quien dijo que alguien le había pegado una patada a Franco en sus posaderas (las de Foxá).

Pues a D. José Luis la malvada crisis, los malvados mercados, la supermalvada Merkel (super  por lo de los pepinos, que ha sido toda una faena), todos ellos le han pegado una patada seria en nuestras posaderas.

Y a mí, que le peguen a él no me importa. Al contrario, me gusta. Pero a mis posaderas les tengo mucho cariño.

P.S.

1. D. Mariano: si en vez del ex Presidente Rodríguez Z. aparece el Presidente Rubalcaba, haga lo mismo. Porque D. Alfredo intentará defender lo indefendible, que para eso está y para eso cobra su sueldo.

2. Usted, esta vez, a callarse. Que para eso está y para eso cobra su sueldo.

A mí me gustan mucho los toros. Me encanta cuando un torero corta las dos orejas. Me encanta cuando la plaza se llena de almohadillas porque la faena ha sido un desastre.