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Los no tontos y la revolución individual
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Leopoldo Abadía

Desde San Quirico

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Los no tontos y la revolución individual

Le veo venir andando. Su despacho queda muy cerca del bar donde desayunamos. Viene despacio. En estos pueblos aun puedes permitirte el lujo de andar despacio

Le veo venir andando. Su despacho queda muy cerca del bar donde desayunamos. Viene despacio. En estos pueblos aun puedes permitirte el lujo de andar despacio y de irte parando con la gente, echando pequeños capazos, como dicen en Aragón.

Mi amigo de San Quirico viene risueño. Dice que cada vez ve las cosas más claras. Que en el momento que piensas un poco todo se entiende.

Y que le sorprendió oír a un economista muy bueno en la tele, cuando dijo que creía que los españoles todavía no estábamos preparados para lo que se avecina.

Mi amigo, que es la sabiduría andante, dice que para prepararse para lo que se avecina, hay que saber qué es lo que se avecina. Y que él ya lo sabe.

Y que eso lo tiene que explicar el próximo presidente del gobierno, despacito, con palabras muy claras, para que la gente lo entienda. Que, por supuesto, primero lo tiene que entender él (el presidente). Pero que supone que ya lo entiende.

Además, no puede decir nada que no sea cierto, porque la gente -dice mi amigo- no es tonta.

Para que esta afirmación quede más clara, levanta un poco la voz y me dice: “¡mira los que estamos desayunando aquí!. ¿Tú crees que hay algún tonto?”

Disimuladamente, echo una ojeada y veo que, realmente, no hay ni un tonto. Seguramente no tienen estudios (en lo que se parecen a algunos políticos. El otro día vi que un parlamentario de un determinado parlamento de una determinada comunidad autónoma tenía “estudios de Geografía e Historia”. O sea, como mi nieto el de 6 años, que ya sabe dónde está Tarragona y quién fue Wifredo el Velloso).

Pues sí, que en nuestro bar no hay tontos. Y estoy seguro de que en otros bares de España, en los que el público es muy parecido, tampoco los hay.

Mi amigo se lanza y dice que los no tontos entienden lo que pasa y entienden sus consecuencias. O sea:

Saben que, durante unos años, hemos acumulado deuda sobre deuda.

Saben que eso no puede acabar bien en una familia y, por tanto, no puede acabar bien en esa familia grande que se llama España. Si, además, esa deuda es para pagar tonterías y alguna locura que otra, peor.

Saben que, además, los suministradores de deuda -los bancos- ya no pueden suministrarla, porque están muy mal. (Mi amigo de San Quirico no sabe por qué estamos preocupados con lo del Banco malo, si todos los bancos son malos. Le he tenido que explicar que se trata de hacer un banco malísimo que haga bueno a los demás.)

Saben que, como están tan mal, esos bancos no sueltan un euro.

Saben, por tanto, que la situación es fea.

Entienden que Merkel y Sarkozy, por este orden, han tomado el mando en Europa. Y que han decidido que nos portemos bien.

Ese “portarse bien” quiere decir que no tenemos que gastar más de lo que ingresamos (o muy poco más).

Y que, si nos pasamos, nos pondrán sanciones.

De ahí, el no tonto deduce que, si los ingresos del Estado tienen que subir y los gastos tienen que bajar, será un milagro que no le pille alguna de esas subidas o alguna de esas bajada. Y a algunos, a bastantes, las dos.

Mi amigo vuelve al economista que decía que no estamos preparados y, como siempre, baja de lo general a lo particular en un vuelo rápido.

Está asombrado ante esas noticias que salen de vez en cuando en los periódicos que dicen que, para evitar los puentes (estamos en un super-puente), lo mejor sería trasladar las fiestas entre semana al lunes.

Mi amigo piensa que, con la cantidad de fiestas que tenemos, vamos a fabricar unos superfines de semana, de viernes a media tarde a lunes por la noche, que le empiezan a entusiasmar, solo de pensarlo.

Y se le ha ocurrido que se deberían trasladar las fiestas al domingo, porque puestos a mejorar la productividad, vamos a mejorarla. Y puestos a trabajar más, vamos a trabajar más. Dice que empezaría por poco, trasladando:

El 1 de Mayo, al primer domingo de Mayo.

El día de la Constitución, al primer domingo de Diciembre. (Mi amigo, que es un pillo, sonríe y dice que quizá habría que celebrar también las modificaciones a la Constitución, como la que hemos hecho en un plis plas hace poco, sin que se enterase nadie. Ni nosotros.)

Toda fiesta autonómica, al domingo anterior.

Para no ser menos, yo me lanzo y le propongo a mi amigo que añada a la lista el 5 de Marzo, fiesta que se celebra en Zaragoza para conmemorar que los zaragozanos evitaron la toma de la ciudad por los carlistas en 1838. Esa iría al primer domingo de Marzo (o a la papelera, que también podría ser.)

Dice mi amigo que la Iglesia Católica ya dio ejemplo. Paso al domingo el Corpus, la Ascensión, en Cataluña eliminó el Jueves Santo, quitó la fiesta de San José,..

Pues que cunda el ejemplo. Mi amigo dice que menudo ejemplo daríamos a Europa, e incluso a Estados Unidos. Y que todos estos señores verían que nos habíamos enterado y que íbamos a trabajar más.

Mi amigo dice y dice y dice…

Y yo casi no le escucho, porque pienso que la gente normal es así, como mi amigo, y que si conseguimos que haya mucha gente que piense, que discurra, que trabaje en serio, igual tendríamos futuro y, desde Bruselas, ya no nos verían como periféricos y de los PIIGS quitarían la S. Que, para ser trabajadores, no hace falta haber nacido en sitios fríos. También podemos ser trabajadores los que hemos tenido la suerte de nacer aquí.

¡Menuda revolución civil! ¡Esta sí que me gusta! La revolución individual de cada uno para tener más criterio, para matarse de trabajar, para buscar empleo por el mundo, para aprender inglés, para saber que todo depende de MÍ, y para entender que lo de Estado del bienestar nos gusta a todos, pero que eso cuesta dinero, bastante, y ahora no hay.

Y así, a fuerza de muchas revoluciones individuales, un día nos despertaríamos viendo que habíamos hecho LA revolución, sin ruido, que es como se hacen de verdad las grandes revoluciones.

Le veo venir andando. Su despacho queda muy cerca del bar donde desayunamos. Viene despacio. En estos pueblos aun puedes permitirte el lujo de andar despacio y de irte parando con la gente, echando pequeños capazos, como dicen en Aragón.