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Woody Allen, Gramsci y nuestra revolución
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Leopoldo Abadía

Desde San Quirico

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Woody Allen, Gramsci y nuestra revolución

Woody Allen y Antonio Gramsci no tienen mucho en común. De Woody sabemos muchas cosas por los periódicos. De Gramsci, menos. El pobre pasó años en

Woody Allen y Antonio Gramsci no tienen mucho en común. De Woody sabemos muchas cosas por los periódicos. De Gramsci, menos. El pobre pasó años en la cárcel, en muy malas condiciones, con muy mal trato y con la salud muy deteriorada.

Según Wikipedia, era filósofo, teórico marxista, político y periodista,

Leo que el fiscal, en su juicio, dijo que “debemos impedir que este cerebro funcione durante 20 años”.

El que dijo esto no se lució y demostró que, en el mundo, hasta los cenutrios (según el Diccionario, “hombres lerdos, zoquetes, estúpidos”) pueden ocupar puestos de responsabilidad. (Digo “ocupar puestos” y no “desempeñar responsabilidades”).

Pero, a pesar de eso, el cerebro de Gramsci siguió funcionando.

También el cerebro de Woody, en condiciones físicas muy diferentes, ha funcionado.

Me encuentro con dos frases que me gustan:

Una de es de Woody Allen: “El 90 % del éxito se basa simplemente en insistir.”

Otra es de Antonio Gramsci: “Al pesimismo de la inteligencia hay que oponer, a veces, el optimismo de la voluntad”.

Ayer di una conferencia a 400 chavales, majos, que estuvieron con cara de atención todo el rato, aunque estoy casi seguro de que los tuits volaban por el ambiente, porque esto es algo que estos críos hacen de maravilla: decir al mundo lo que opinan de ti (que puede ser bueno y puede ser muy malo) mientras, con cara muy atenta, parece que te animan: “siga, siga, que lo está haciendo muy bien”.

El coloquio, muy agradable. Los chavales, diciendo cosas sensatas. (Como todos los públicos con los que me he encontrado, lo que me hace pensar que hay dos Españas: la de los sensatos, que constituyen una mayoría aplastante y la de los insensatos, minoría no menos aplastante, pero que con sus tonterías y sus sinvergonzonadas pueden fastidiar -y de hecho fastidian mucho- a la sociedad.)

Las preguntas, de lo más variado:

Voy saliendo de las preguntas como puedo y, con frecuencia, digo que no tengo ni idea, que, a veces, es la respuesta más honrada que puedes dar.

Pero insisto en lo de Allen y Gramsci: insisto en que hay que insistir, que no hay que permitir el pesimismo de la inteligencia, sino el optimismo de la voluntad. (Pensar que esto lo dijo Gramsci, en  el estado en que le habían dejado, tiene su mérito).

Tenemos que instaurar la legislatura del optimismo. Esto es responsabilidad del gobierno, de la oposición, de la patronal, de los sindicatos, de los bancos y, sobre todo sobre todo…de cada uno de los normales, que somos muchos. (A mí me parece  que yo soy normal. Por eso me incluyo. Si no lo soy, por uno menos no va a pasar nada malo.)

Ya sé lo de que “siempre pagamos los mismos”. Ya lo sé. Pero si me quedo en eso, seguiré siendo toda la vida “de los mismos”. Y hay que ser “de los otros”, pero en bien.

Insisto una y mil veces en que este período es un tiempo influenciado, impregnado, manchado, sucio, de falta de decencia. Un tiempo que exige soluciones técnicas, porque hay problemas técnicos. Un tiempo en el que discutiremos todo lo que haga falta, y un poco más, sobre si el BCE tiene que echar dinero o vigilar la inflación, en el que discutiremos si habrá eurobonos (¡cuánto me gustan!) o hispanobonos (¡cuantísimo me gustan!), si habrá techo de gastos para todos (me entusiasma), si habrá…si habrá…si habrá.

Pero una cosa que no podemos hacer los que somos mayores (o sea, desde los 16 años a los 110) es engañarnos y pensar que con una solución técnica se arreglan todos los problemas. No se arregla ninguno, porque la situación de la sociedad es mala, no por razones técnicas, sino porque muchos de los  individuos que formamos esa sociedad nos hemos creído que todo el monte es orégano, que podemos hacer lo que queramos y que ya está.

Y, señores, no está. Por eso esta época es larga y dura y dolorosa. Y cuando digo que la tenemos que convertir en apasionante, quiero decir que los primeros que tenemos que ser apasionantes somos nosotros. Ser apasionante quiere decir saber distinguir lo que está bien de lo que está mal (porque hay cosas que están bien y cosas que están mal) y, una vez sabido, hay que vivirlo. Y se vive con unidad de vida, o sea: siendo leal a tu mujer/marido y siendo leal a la empresa, trabajando mucho (insistiendo, dirían Allen y Gramsci) para que tu familia sea fenomenal, para que la empresa en la que trabajas  sea fenomenal y para que el parque al que sacas a pasear a tu perro sea fenomenal, lo cual quiere decir que tendrás que recoger lo que el perro vaya dejando.

Porque si no, nuestra sociedad es un conjunto de chalaos, en el que somos muy buenos en casa -hasta cierto punto- y unos cretinos en el trabajo, y pensamos que en el trabajo vale todo y que business is business. Y así nos va. Y venga a protestar de la situación, de los sindicatos, del gobierno y de la oposición, sin darnos cuenta de que lo que tendríamos que hacer es poner un espejo grande en la Puerta del Sol en Madrid, otro en la plaza de Cataluña en Barcelona y otro en la plaza de España de Zaragoza (aquí sería más difícil por las obras del tranvía), mirarnos todos en el espejo correspondiente y hacer una manifestación contra nosotros mismos.

P.S.

8. Pero que no se nos olvide lo importante: la solución está en las personas individuales, en este, aquel, en el otro y el otro y el otro (aquí me pongo yo también), madurando, insistiendo, trabajando mucho, yéndonos al extranjero si hay trabajo allí, olvidándonos de la fuga de cerebros, porque los cerebros van allí donde se les recibe bien. Ya volverán un día. Y, además, lo que descubran por allí se lo contarán a sus amigos de aquí y nos enriqueceremos todos con su fuga, que no es fuga, sino irse al barrio de al lado de nuestra aldea global.

Woody Allen y Antonio Gramsci no tienen mucho en común. De Woody sabemos muchas cosas por los periódicos. De Gramsci, menos. El pobre pasó años en la cárcel, en muy malas condiciones, con muy mal trato y con la salud muy deteriorada.