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Felicitación de Navidad
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Leopoldo Abadía

Desde San Quirico

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Felicitación de Navidad

Como estamos en Navidad, voy recibiendo felicitaciones, en papel, por e-mail, por whatsapp, por todos los procedimientos. Lo primero que siento es agradecimiento. Ha habido personas que, en un momento, han

Como estamos en Navidad, voy recibiendo felicitaciones, en papel, por e-mail, por whatsapp, por todos los procedimientos. Lo primero que siento es agradecimiento. Ha habido personas que, en un momento, han pensado en mi familia y en mí. Aunque se hayan limitado a enviarme un christmas aséptico, y un par de tarjetas en blanco. O le hayan dicho a su secretaria: “A los de siempre”. Pero han pensado en mí.

He hecho un repaso de las personas que no me felicitan y a las que no les mando felicitación, porque no les conozco “de cerca”, lo cual no quiere decir que no las tenga muy presentes, unas porque influyen directamente en mi vida y otras que no influyen, pero que, por una razón u otra, las siento próximas.

No hablo, por tanto, de mi familia ni de mis amigos, de esos con los que desayuno, como acabo de hacer con mi amigo de San Quirico, a quien le he regalado mi último libro porque, a fuerza de desayunos, le considero coautor.

Me quedo en España, por ahora. Empiezo acordándome del Rey. Escuché su mensaje con mucha atención por primera vez en 38 años. Majestad, ya sé que esto no lo debía decir, pero es la pura verdad. En mi descargo tengo que, como viene mucha gente a mic asa en Nochebuena (43 personas este año), hay mucho jaleo y es más difícil oírle. Pero este año, al grito-orden de “¡el abuelo quiere oír al Rey!”, milagrosamente se callaron todos.

Me gustó el mensaje. Creo que tocó lo que  tenía que tocar, que lo hizo bien de cara a las cámaras, que ha mejorado físicamente y que se maneja bien con el teleprompter, cosa en la que me fijo mucho, desde que estoy metido en este mundillo, porque no sale bien a la primera.

Me gustó que tuviera la Constitución encima de la mesa, en un documento de trabajo, no encuadernada en piel, que no la lee nadie.

Me gustó que citara al Príncipe, porque el futuro está ahí, a la vuelta de la esquina. (Desde que he cumplido 80 años, todo me parece que está a la vuelta de la esquina).

Eché en falta una cosa que dije por radio al día siguiente: que no acabara su discurso “a lo americano”, o sea, diciendo “God bless you”, Dios os bendiga. Y aún me habría gustado más que hubiera dicho “God bless us”Dios nos bendiga, porque él, como todos, también necesita la bendición de Dios. Ya sé que estamos en unos momentos en los que hay que actuar como si Dios no existiera, pero como existe, prefiero que lo digan. Y que no me cuenten eso de que hay mucho agnóstico y mucho ateo en España, y se podrían molestar, porque en Estados Unidos hay más, porque es más grande, y no parece que se molesten.

Sigo por nuestros empleados, los que cobran el sueldo porque se lo pagamos nosotros. (El Rey también está incluido en la nómina, por cierto con una cantidad ridícula, que no le permite hacer demasiados dispendios).

A unos de esos empleados les hemos encargado que gobiernen. Hay muchos gobernando, desde Mariano hasta el alcalde de San Quirico, pueblo imaginario, pasando por todos los que cobran sueldos en la administración central, en las 17 autonomías y en las dos ciudades autónomas.

La prosperidad, normalmente, exige esfuerzo, seriedad en el trabajo, pensar en los demás, darse cuenta de que hay desigualdades sociales terribles y en aumento, injusticias gravísimas

Luego están los otros, a quienes les hemos encargado que no gobiernen y que se opongan.

Hay más gente entre “los otros”, sindicatos, etc., pero no es cuestión de alargar demasiado el artículo.

En general, ni los unos ni los otros se están luciendo demasiado. En cuanto te descuidas, sale Bárcenas, los ERE andaluces, el Palau; el registro, perdón, Mariano, la colaboración durante 14 horas por la noche del PP con unos agentes de la Policía Nacional que fueron a Génova a colaborar; el embargo del edificio de Convergència, y algunas cosas más, cientos de cosas más.

A esos, que son muchos, les quiero felicitar la Navidad también.

Hay una casta social, la financiera, que hace cuatro días, no sabíamos que existía y ahora sí lo sabemos. A esos no le pago el sueldo, pero como si se lo pagara. 

Todos estos señores, desde el Rey hasta el chico de los recados de la Caja de Ahorros de San Quirico, que es el sobrino del de la ferretería, tienen derecho a ser felices, siempre y cuando cumplan con su obligación. Aquí me sirve una frase de una monja que aparece hoy en La Contra de La Vanguardia, entrevistada por mi amigo Víctor Amela, con la que no estoy de acuerdo en alguna cosa que dice, pero en otras, sí, y mucho. Por ejemplo: “No hago cosas para ser feliz. Soy feliz porque hago cosas”.

Esa es la felicidad que yo deseo a todos: que seanfelices porque hagan cosas, porque esas cosas sean buenas, porque cumplan con su deber, porque sean honrados, porque se ocupen y se preocupen por los demás, porque demuestren, con sus hechos, que es falso un mensaje que he recibido: “El simulacro de paz y amor ha finalizado. Guarden los langostinos. Insulten a sus cuñados y disuélvanse”. Tiene una cierta gracia, pero me da una pena enorme, porque si eso es laNavidad, no sé para qué hemos tirado el dinero comprando langostinos.

En las felicitaciones, todos me desean un año 2014 lleno de prosperidad, o sea, de “buena suerte o éxito en lo que se emprende o sucede”.

Yo también se lo deseo a mis empleados. A mis amigos les contestaré personalmente, uno por uno.

Pero, a mis empleados y a mis amigos, les digo que la prosperidad, normalmente, exige esfuerzo, seriedad en el trabajo, pensar en los demás, darse cuenta de que hay desigualdades sociales terribles y en aumento, injusticias gravísimas y en aumento, y que si ellos, cada uno de ellos, y nosotros, cada uno de nosotros, no lo hacemos bien, tendrá razón el que escribió lo de los langostinos.

Y sería una pena.

¡¡Feliz Navidad!!

Como estamos en Navidad, voy recibiendo felicitaciones, en papel, por e-mail, por whatsapp, por todos los procedimientos. Lo primero que siento es agradecimiento. Ha habido personas que, en un momento, han pensado en mi familia y en mí. Aunque se hayan limitado a enviarme un christmas aséptico, y un par de tarjetas en blanco. O le hayan dicho a su secretaria: “A los de siempre”. Pero han pensado en mí.