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Leopoldo Abadía

Desde San Quirico

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Cada uno es único, irrepetible. No hay moldes. Por mucho que se parezcan dos personas, hay que tratarles por separado

Foto: Raphael, durante la entrevista con Bertín Osborne en 'Mi casa es la tuya'.
Raphael, durante la entrevista con Bertín Osborne en 'Mi casa es la tuya'.

Me quedé un rato viendo el programa de Bertín Osborne. El invitado era Raphael, de quien suelo decir que es amigo mío porque una vez coincidimos en otro programa, el de Buenafuente. Modos de presumir que tiene uno.

A mí, Raphael me cae muy bien. Y como también me cae bien Bertín, no me fui a la cama inmediatamente, que es lo que me apetecía de verdad. Y aguanté hasta que me dijeron que volvían dentro de seis minutos, minutos que aproveché para irme a dormir.

Antes, Bertín le pidió a Raphael que definiera a su mujer: "Única".

Después le pidió a Natalia que definiera a su marido: "Único".

Como desde que me metí en la cama hasta que me dormí profundamente pasaron dos o tres minutos, tuve tiempo de empezar a pensar en lo de la unicidad de Natalia y en la unicidad de Raphael, por separado, porque el único es uno, como su mismo nombre indica. O, como dice el DRAE, es "él solo y sin otro de su especie" o "el singular, extraordinario, excelente".

Intenté seguir pensando, pero me quedé grogui. Hoy, con la cabeza más clara, veo lo que siempre he visto: que únicos somos todos. Seguramente, sería más exacto decir que únicos somos cada uno, pero no sé si esa frase es correcta desde el punto de vista gramatical.

Cada uno es único, irrepetible. No hay moldes. Por mucho que se parezcan dos personas, hay que tratarles por separado.

Hay una tentación que sufrimos todos: la de convertirnos en masa, en muchedumbre. Esto nos hace hablar de "nosotros", en vez de decir "yo"

Me parece que hay una tentación que sufrimos todos: la de convertirnos en masa, en muchedumbre. Esto nos hace hablar de "nosotros", en vez de decir "yo". Como si vivir en Fuenteovejuna, donde mataron al comendador todos a una, quizá para facilitar la rima con el nombre del pueblo, fuera más cómodo y no tuviera los inconvenientes de "señalarse". (Hace tiempo que oigo la recomendación de "no señalarme", o sea, de pasar desapercibido entre un montón de gente que se mueve al compás de lo que les diga alguien. Alguien que piensa en singular, pero que transmite sus mensajes en plural, con lo que la sociedad se divide en dos: los que actúan en singular y los que viven, discurren -poco- y funcionan en plural).

Me sucede con frecuencia: oigo cosas que dicen los 'singulares' y tengo diversas reacciones:

1. No entiendo nada, ni en el fondo ni en la forma (no soy el único).

2. Entiendo todo en el fondo, aunque la forma sea absolutamente ininteligible, pero políticamente correcta. ("Compañeros y compañeras", etc.)

3. (Caso menos frecuente). Lo entiendo todo, en la forma y en el fondo.

Este punto 3 se divide en:

1. Lo que entiendo me parece bien, aunque no esté de acuerdo. Tiene "cara y ojos", está bien planteado y forma parte de la libertad de opinión, que no consiste en decir sandeces, buscando las ovaciones de los sandios ("necios" o "simples"), sino en decir lo que es fruto de discurrir, de estudiar, de debatir en serio.

2. Lo que entiendo me asombra, porque es fruto de la sandez o en sí mismo es una sandez, que solo se explica, si el que la dice no es tonto, en los versos de Lope: "El vulgo es necio y pues lo paga es justo, hablarle en necio para darle gusto".

Hablar en necio, poniendo cara muy formal, presentando lo que se dice como un avance "natural", no como un desquicie contra natura.

Oigo hablar a un señor sobre lo que van a hacer en los colegios de Valencia con los pobres críos que no saben si son críos o crías, permitiéndoles llamarse como quieran, vestirse como quieran e ir al lavabo que quieran, y, aunque lo diga un señor muy serio, no puedo dejar de pensar en dos personas:

1. En Lope de Vega, por lo de la supuesta estulticia del vulgo, dentro del cual me siento incluido. Supuesta estulticia, porque ese señor puede pensar que diciendo unas cosas con cara seria, yo me voy a creer que esas cosas falsas pasan a la categoría de verdaderas.

2. En el médico de mi familia en Zaragoza, sobrino de Ramón y Cajal, catedrático de la Facultad de Medicina, que empezaba su curso diciendo: "Lo raro es raro. Lo normal es normal". Con eso pretendía que, cuando alguien llegaba con dolor de cabeza, el médico le diera una aspirina antes de empezar a actuar como si aquel paciente estuviera en situación terminal, con un cáncer de cerebro.

Lo raro se trata con medidas individuales, para tratar al raro. No con medidas generales que hagan que los no raros piensen que los raros son ellos

Y lo raro se trata con medidas individuales, para tratar al raro. No con medidas generales que hagan que los no raros piensen que los raros son ellos.

Natalia y Raphael, dos únicos. Como mi mujer y yo. Como cada uno de los hijos de Raphael y Natalia, o como su consuegro José Bono. O como mis hijos. O como mis nietos, incluido el que ha anunciado que viene en junio. Ese, también único, irrepetible.

Criterio. Nos hace falta, para no hacer caso del primer cantamañanas que vaya a la tele a decir una cantamañanada, que abundan. Criterio que nos haga distinguir a la primera lo raro de lo no raro, lo bueno de lo malo, lo anormal frecuente de lo normal, que nos haga decir ¡no! al "informal, fantasioso, irresponsable, que no merece crédito", buena definición del cantamañanas.

Criterio que nos haga discurrir con la cabeza, que para algo nos la puso Dios sobre los hombros. Que nos haga ver que aunque a muchos les parezca bien lo malo y aceptable lo inaceptable, yo, a eso, no juego.

La unicidad tiene otra característica fundamental, que a algunos nos gusta y a otros les gusta menos, sin duda por aquello de que sobre gustos no hay nada escrito. Hablo de la responsabilidad, de hacernos mayores, de madurar. Esto sirve para los niños, los adolescentes, los maduros y nosotros, los viejos. Los más urgentes, los viejos, porque nos queda poco y no nos podemos distraer. Estamos -lo he dicho muchas veces- corriendo los 195 metros finales de los 42,195 kilómetros de nuestro maratón particular, o mejor, de mi maratón individual, del tuyo y del tuyo, maratones paralelos, que cada uno corre como puede, porque aquí no se trata de llegar primero, pero hay que saber llegar, como cantaba José Alfredo Jiménez.

Criterio que nos haga distinguir a la primera lo raro de lo no raro, lo bueno de lo malo, lo anormal frecuente de lo normal, que nos haga decir ¡no! al "fantasioso"

Revolución civil, una de mis manías. Que va por dentro de cada uno. Que no sale en la tele ni cuesta dinero al partido, porque en esto no hay partidos. Se puede ser de Podemos y luchar por hacer mi revolución civil, la mía, y se puede ser del Frente Nacional francés y no hacer mi revolución porque ya la hará Marine le Pen. Y como Marine pensaba pedir un crédito a un banco ruso y ese banco ha desaparecido, yo puedo quedarme muy tranquilo diciendo que yo ya quería, pero que con estos rusos no hay quien se entienda.

Y me quedo tan tranquilo y pienso que para únicos, ya están Natalia y Raphael. Y que yo, en la manada, vivo tranquilo, pudiendo echar la culpa de mi inacción al gobierno o al partido. O a las luchas internas en mi partido. O al banco ruso. O a Putin. O a Wall Street.

Todo, excepto echarle la culpa al único culpable.

Yo.

¡¡FELIZ AÑO 2017!!

Me quedé un rato viendo el programa de Bertín Osborne. El invitado era Raphael, de quien suelo decir que es amigo mío porque una vez coincidimos en otro programa, el de Buenafuente. Modos de presumir que tiene uno.

Bertín Osborne