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Leopoldo Abadía

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Catexit (XV): la tropa

En la acción política, no existen sorpresas sino incompetencia

Foto: El presidente de JxS en el Parlament, Lluís Corominas (2i), momentos antes de la rueda de prensa para presentar la Ley de Transitoriedad. (EFE)
El presidente de JxS en el Parlament, Lluís Corominas (2i), momentos antes de la rueda de prensa para presentar la Ley de Transitoriedad. (EFE)

"Antes de mirar al futuro, hay que contemplar el pasado". Ha dicho el representante de la UE, Michel Barnier, en las negociaciones con el Reino Unido en lo que se ha llamado Brexit.

Contemplar el pasado es una manera amable de recordar que el Reino Unido, antes de irse, ha de pagar sus deudas, que no son moco de pavo, porque he leído cifras de hasta 100.000 millones de euros.

Entiendo que la posición de Barnier es simple, sencilla, de sentido común. Págame lo que me debes y, una vez comprobado que el cheque tiene fondos, hablamos de lo que quieras.

Cuando empecé a escribir sobre las ganas que tienen algunos catalanes —no todos, ni mucho menos— de irse de España, dejé claro que el Brexit y el Catexit son cosas distintas. En el Brexit, uno se quiere ir de un club. En el Catexit, un trozo de un miembro del club se quiere ir de ese miembro. En común, el 'exit': yo me voy porque no me interesa estar con vosotros.

Pero hay puntos en el Brexit que me sirven. El primero, que no se puede hacer un 'simpa'. Que antes de irse de un restaurante hay que pagar. Que cuando me presentan la factura, no puedo decir que por dónde se va a mi casa, que me recomienden un pintor bueno porque hay desconchados, que voy a comprar la gasolinera donde cargo, etc. El dueño del restaurante dirá: "Sí, sí, pero pague, y luego, si hace falta, le llevo en mi coche a su casa, le meto en la cama, le arropo y le canto una nana. Pero PAGUE".

Y si el dueño del restaurante mira sus cuentas y ve que tengo atrasos, peor. Y si esos atrasos suman mucho dinero, pero que mucho, no le tranquilizará nada enterarse de que he ido diciendo por ahí que, en cuanto me haga independiente, le va a pagar su padre.

Ya tenemos borrador de la Ley de Transitoriedad. He leído comentarios de mucho nivel, a los que puedo añadir muy poco. Como siempre, me fijo en detallicos tontos, pero es que soy así. Veo una foto de tres mozos y una moza acudiendo, creo que al Parlament, a entregar el documento. De todos ellos, solo hay uno que se haya vestido adecuadamente para pisar unas alfombras que no son cualquier cosa. Los otros van 'casual' o de excursión, aunque están presentando un borrador de la ley que, si hay referéndum y si sale que sí, que nos vamos, va a garantizar el tránsito desde la actual pertenencia al Estado español hasta un nuevo Estado independiente.

Lo va a garantizar a través de 89 artículos y tres disposiciones finales, que no sé si garantizan algo a todos o mucho a unos pocos.

Todo ello, en un ambiente continuo de desobediencia, que a algunos les puede hacer ilusión —por ejemplo, a mí, porque hacer lo que me da la gana me entusiasma—, pero que, por otro lado, me da miedo, porque estos que desobedecen me exigen que les obedezca. Sin ir más lejos, sacan un anuncio de una página en 'La Vanguardia' hablándome de las virtudes de la Agencia Tributaria catalana, cuyas funciones me cuesta poco imaginar. Y cuando veo que se han gastado el dinero en una página de ese periódico, que no es barata, me gusta menos todavía, porque las 800 personas que van a trabajar allí querrán amortizar el gasto.

Menos mal que, aunque no aparezca en la Ley de Transitoriedad, todos van a ser muy honrados en el nuevo Estado. Joan Tardà se ha erigido en portavoz de esa actitud: "¿Qué cree, que somos imbéciles, que queremos una Cataluña corrupta?"

Esta frase me tranquiliza, porque me asegura que eso de la injerencia del ejecutivo en el legislativo que se deduce del artículo 66.4 y del 72 no tiene importancia, por la honestidad que impregna todo el documento y, fundamentalmente, por lo serio que estaba Tardà cuando hablaba de la imbecilidad y la corrupción. Lo del 3% (o más, según un amigo mío, que lo pagó) es agua pasada, fruto de locuras de otros tiempos, que, gracias a Dios, pasaron a la historia. Ja.

Y me tranquiliza también que la amnistía no sea para los malos, sino para los que desobedecieron al malvado Estado español, a causa de su defensa del proceso soberanista. A partir de ahora, ni amnistía ni gaitas.

Oculto entre la espesura y casi al final, aparece el artículo 82, que dice que el nuevo Estado sucederá al Reino de España en los derechos y obligaciones de carácter económico y financiero. Un derecho del actual Estado es cobrar lo que le debe la Generalitat. Con lo que —sigo con mis manías— antes de empezar a hablar hay que arreglar las cuentas.

Y cuando están así las cosas y los expertos examinan el borrador, llega Puigdemont y dice que "no hemos de tener complejos, hemos de tener una política de defensa moderna". Y que, en consecuencia, un ejército es "absolutamente indispensable" para una Cataluña independiente.

Para ello, habría que expulsar de Cataluña al Ejército español durante el periodo de transición si ganase el sí el 1-O.

No sé qué funciones y responsabilidades tendría el futuro Ejército catalán.

Improvisando, se me ocurre proponer un artículo en la próxima Constitución del nuevo Estado independiente:

"Las Fuerzas Armadas, constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de Cataluña, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional".

Con esta redacción, totalmente original, temblarán los de Batea, el pueblo que se quiere ir de Cataluña a Aragón, porque la primera orden que podría dar el mariscal Puigdemont, sería invadirles.

Josep Oliver, en su artículo "Brindis al sol", en 'La Vanguardia' del 30 de agosto, cita a Sean McMeekin, que, por el Sean y el Mc, debe ser irlandés, y que, en un libro, ha dicho que, en la acción política, no existen sorpresas, sino incompetencia.

Es posible que, si yo hubiera sido irlandés, hubiera dicho lo mismo.

¡Qué tropa, Dios mío, qué tropa!

"Antes de mirar al futuro, hay que contemplar el pasado". Ha dicho el representante de la UE, Michel Barnier, en las negociaciones con el Reino Unido en lo que se ha llamado Brexit.

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