Es noticia
La infraestructura
  1. España
  2. Desde San Quirico
Leopoldo Abadía

Desde San Quirico

Por

La infraestructura

Yo salía del colegio bastante tarde, mi madre se sentaba en frente de mí y yo me ponía a estudiar. A los 20 minutos me preguntaba: "¿Te lo sabes?". Porque, entonces, las cosas se sabían o no

Foto: Cultura del esfuerzo.
Cultura del esfuerzo.

Me acostumbré de pequeño a trabajar. Mi madre se dio cuenta del peligro que corría su hijo único: creérselo.

Porque llegaba lo que en mi colegio se llamaba "la promulgación de dignidades" y a mí me ponían medallas y bandas y me aplaudían. Supongo que alguno de mis compañeros me tenía una cierta envidia y la mayoría pensaba que Abadía (nos llamábamos por el apellido) era un niño repelente, que estudiaba mucho.

Eso sí. Estudiaba un montonazo. Salía del colegio bastante tarde, mi madre se sentaba en frente de mí y yo me ponía a estudiar. A los 20 minutos, más o menos, me preguntaba: "¿Te lo sabes?". Porque, entonces, las cosas se sabían o no se sabían. Me parece que ahora no es así. Maneras distintas de aprender, cada una con sus ventajas y sus inconvenientes. Como todo.

Al cabo de un rato, un poco largo, llegaba la hora de cenar. Mi padre ya había llegado y cenábamos. Al acabar, si no 'me sabía' todo, otra vez a estudiar hasta que mi madre daba luz verde y me iba a dormir.

Supongo que alguno de mis compañeros me tenía una cierta envidia y la mayoría pensaba que Abadía era un niño repelente

Supongo que, si hubieran conocido mi plan de vida, los pocos que me tenían envidia habrían sustituido inmediatamente la envidia por la compasión. Y los que pensaban que era repelente, también.

Acabé el colegio. Se acabaron las 'dignidades', pero quedó la idea de que, en la vida, había que pencar.

Para colmo, fui a vivir a un colegio mayor en el que mi vecino, el de la habitación 236 —yo estaba en la 234— pencaba mucho más que yo. Y se apuntaba las horas de trabajo. Y alguna vez me dejaba ver sus apuntes. Y eran desmoralizantes. Me ganaba por goleada. Iba muy bien en su carrera, claro.

Luego trabajé con él. Viajábamos mucho. En cuanto podía, desplegaba la mesita del avión y se ponía a trabajar. Pensé que quizás alguien le tendría envidia y alguien pensaría que era repelente. Todos equivocados.

Foto:  Opinión
TE PUEDE INTERESAR
Cuatro escalones
Leopoldo Abadía

Lo he contado alguna vez. Alguien me habló muy bien del IESE, donde llevaba unos meses trabajando. Me hizo ilusión y se lo conté a Antonio Valero, el director. Sonrió y me dijo: "Mira, el éxito del IESE no es más que la demostración de lo que puede hacer un grupo de personas normalmente inteligentes, trabajando en serio ocho horas diarias".

En aquel momento, todo coincidió: los esfuerzos que me exigía mi madre, la lista de horas trabajadas por mi amigo, la frase de Antonio Valero.

Daba clase en el máster. Al acabar el primer trimestre, me encontré con el padre de un alumno: "No quiero preguntarte cómo va mi hijo. Quiero agradecerte que en tres meses le habéis enseñado a trabajar".

Con demasiada frecuencia oigo hablar a mis nietos de personas que "se han forrado". Conozco a alguna de ellas y sé la cantidad de horas de trabajo que hay detrás del 'forre'. Veo a mis amigos de la farándula echando horas y horas a sus programas.

Cansándose. Porque, al principio, el hombre tenía que ganarse el pan. Se portó mal y vino el castigo: "... con el sudor de tu frente". Por eso nunca he admitido que alguien me diga que, después de trabajar, está agotado. O que me pregunten: "¿Pero usted se cansa?". ¡Claro, hombre, claro, muchísimo! Pero no voy a ir por ahí repitiendo lo del sudor de la frente y todas esas cosas.

Con frecuencia oigo hablar a mis nietos de personas que "se han forrado". Conozco a alguna de ellas y sé las horas de trabajo que hay detrás

Al final, tengo una cierta manía: cuando veo a alguien pronunciando un discurso, pienso en las horas de trabajo bien hecho que hay detrás. Cuando veo a una chica muy mona con un vestido que le sienta fenomenal, pienso en la cantidad de horas de trabajo bien hecho que hay detrás de ese vestido.

Cuando veo a Iniesta, a Messi, a Ronaldo o a cualquier jugador del Real Zaragoza, que ahora está en 'play-off' y que igual sube a Primera División, veo la cantidad de horas de trabajo bien hecho que hay detrás de esos éxitos.

He repetido tres veces lo de 'bien hecho'. No todos saben trabajar bien. Yo, sí, por mi madre. Mi amigo el del colegio mayor también, y seguramente por la misma razón. Mis colegas del IESE también, porque cuando se crea ese clima en una institución, el que juega a algo que roce la chapucería 'canta' demasiado.

¡Qué labor más bonita para un gobernante meter en la nación la filosofía del trabajo bien hecho!

P.S.

  1. Repaso el artículo, y consulto el DRAE, porque no sé si me ha salido una prédica ("sermón o plática, perorata, discurso vehemente").
  2. Es posible que sí. Pero pienso que el trabajo bien hecho es una infraestructura, en el sentido de "estructura que sirve de sustentación a otra".
  3. Y una buena sustentación para todo lo que hacemos en este país nos iría muy bien.

Me acostumbré de pequeño a trabajar. Mi madre se dio cuenta del peligro que corría su hijo único: creérselo.