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Carlos Prieto

Diario de la pandemia

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Día 1. Traedme la cabeza de Lorenzo Milá

Hemos pasado en tiempo récord de la pachorra a la histeria. Ahora todos queremos linchar a alguien para sentirnos mejor, pero el malestar neuronal seguirá mientras dure la saturación informativa

Foto: Abastecimiento de productos en Milán. (EFE)
Abastecimiento de productos en Milán. (EFE)

Hola. Yo soy Mad Max, y usted, no lo es. Bienvenidos al diario de la pandemia.

El presidente del Gobierno ha declarado el estado de alarma. Una vez más, las instituciones a rebufo del Pueblo: la alarma ya se declaró por su cuenta hace tiempo. Llevamos días subiéndonos por las paredes, comprando bidones de gasolina a lo loco ("¡Pero si no tienes ni coche ni carnet, IDIOTA!") y con ganas de linchar a Lorenzo Milá (corresponsal de TVE en Italia) por haber sugerido que solo era una gripe peleona. "Un bichito tan pequeño que, si se cae de la mesa, se mata", como dijo el ministro del aceite de colza.

Si ahora todo el mundo carga contra Pedro Sánchez por llegar más tarde que un tren extremeño, antes celebrábamos los discursos de los periodistas que pedían no caer en el alarmismo. Sí, amigos, España ha cambiado de humor en tiempo récord, yo el primero, y lo que antes era "esto es poca cosa" ahora es ¡sálvese quién pueda! y ¡queremos la cabeza de Lorenzo Milá en una pica!

Dicho lo cual, 'spoiler'. Este diario ligero no se ocupará de los aspectos médicos, científicos o físicos del coronavirus, sino de los costumbristas (culturales, psicológicos e informativos). Del castigo mental. Porque, por mucho que linchemos a Milá o a Sánchez para sentirnos mejor, el malestar/desparrame neuronal seguirá mientras no cese el bombardeo informativo de la pandemia.

La infodemia

Cuando uno está nervioso, tiende a la verborrea. Primero, porque se trata de un virus desconocido y abonado a las especulaciones. Segundo, porque Twitter, la televisión y el 'wasap' se han convertido en la mayor concentración de expertos en microbiología de todos los tiempos. Todos tertulianos. Expertos de los que te pillan jugando al Quimicefa con tus hijos, y te dicen: “Dame, anda, que te explico cómo se juega”. Y acto seguido vuela tu casa por los aires.

Desatado el pánico, no es que no sea fácil dejar de opinar a voleo, es que somos muy vulnerables al chorreo informativo. Lo peor quizá no sea la desinformación —el aluvión de teorías disparatadas sobre el virus— sino el exceso de información. La madre de todas las saturaciones informativas. O cuando información relevante se mezcla con información no falsa, pero que no viene a cuento y solo sirve para ponernos de los nervios.

O cuando información relevante se mezcla con información no falsa, pero que no viene a cuento y solo sirve para ponerte de los nervios

Es la otra pandemia: la infodemia. Gente enganchada a la última hora corriendo a comprar 20 kilos de congelados. Presentadores que dicen "no hay que ser alarmista"... y aparecen en pantalla cifras gigantes de infectados. Un tertuliano que dice una cosa, y media hora después, la contraria. A la era de la comunicación 24/7 le falta mucha finura para tratar el coronavirus sin taladrarnos la cabeza. Y nosotros —pegados al móvil— no podemos dejar de informarnos compulsivamente.

En muchas teles, el coronavirus recibe el mismo tratamiento (espectacular) que los disturbios en Cataluña o la Final de la Champions, una narrativa épica que perfora cerebros. Medios y redes informan: "¡Se han acabado los pepinos en el Mercadona de Pitis!", y una voz en 'off' en nuestro cerebro nos dice: VE AHORA MISMO AL SUPER Y COMPRA 4.000 ROLLOS DE PAPEL HIGIÉNICO. Y una vez en el súper, la voz sigue: ESA SEÑORA SE LLEVA EL ÚLTIMO BASTONCILLO PARA LAS OREJAS. ACABA CON ELLA. Y una vez en la calle: COGE ESTE BATE, ROMPE EL ESCAPARATE, LLÉVATE LA TELE DE PLASMA.

Es mejor tomarlo a risa, sí, pero cuando la sobreinformación hace más daño a la cabeza que la desinformación, igual tenemos un problemilla. Buenas noches y saludos cordiales.

Hola. Yo soy Mad Max, y usted, no lo es. Bienvenidos al diario de la pandemia.