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La Familia Real no tiene fisuras
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Matías Vallés

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La Familia Real no tiene fisuras

Se olvida a menudo que la Familia Real es una familia, con sus efusiones y sus tiranteces. De ahí que el posado anual en Marivent no

Foto: La Familia Real no tiene fisuras
La Familia Real no tiene fisuras

Se olvida a menudo que la Familia Real es una familia, con sus efusiones y sus tiranteces. De ahí que el posado anual en Marivent no sirva sólo como una exhibición de su poder simbólico en la variante bronceada, sino también a modo de 'tour de force' para comprobar si el Rey consigue presentar la alineación completa. El pleno es más difícil de lo que una estructura monárquica permite presagiar. Basta remontarse a unos veranos atrás, cuando Don Juan Carlos acudió –una vez finalizada la jornada marinera– a la presentación de un velero en el que tenía un especial interés. Según viene sucediendo desde su incorporación a La Zarzuela, la máxima ilusión de los organizadores del acto era contar con la presencia de Letizia. Como se demorara la llegada de los Príncipes, el Monarca pidió a los responsables de la empresa náutica si habían sido invitados, y le respondieron afirmativamente. Ni corto ni perezoso, agarró el móvil y telefoneó a su hijo. Este se hizo el remolón y comentó a su padre que ya estaban duchados, y sin demasiadas ganas de seguir derramando su poder simbólico.

Sin embargo, en la situación actual no hay excusas que valgan. Se habían montado 'porras' periodísticas para adivinar el número de miembros de la Familia Real que acudirían al posado que tiene lugar en los jardines frente a la entrada de Marivent. Pues bien, triunfo irreprochable del Rey, sin maniobras extrañas de la escudería que pilota. No ha hecho falta recurrir al 'photoshop' para incluir a ausentes –recuerden el 'christmas' de 2005-, ni suplantar la foto familiar por una estampa marina –recuerden el 'christmas' nevado de 2006–. Sobre un máximo de 16 participantes, los 16 se hallaban presentes, al margen de disquisiciones sobre su humor o estados de ánimo.

En satisfacción de un protocolo tácito, sólo los miembros de la Familia Real participan en el posado anual. Sin embargo, hubo excepciones. En los tiempos en que vivía Lady Di y sobrevivía su matrimonio con Carlos de Inglaterra, durante los numerosos veranos en que Sofía de Grecia intentaba adiestrar a la inglesa sobre las tareas a sobrellevar cuando se comparte el trono, los príncipes de Gales compartían la sesión fotográfica, que en alguna ocasión tuvo lugar a lomos del anciano 'Fortuna'. En su actual configuración, los allegados del jefe del Estado ofrecen una frondosidad suficiente para saturar la imagen.

La retaguardia está compuesta por Sus Majestades, de cancerberos. En la línea de medios, conviven sin demasiado entusiasmo los tres hijos y sus cónyuges. En la vanguardia, hasta ocho nietos. Letizia y Cristina se sitúan en los extremos opuestos de la fotografía, como siempre. La disposición en las antípodas no asombrará a los seguidores de esta sección con memoria histórica, pues el año pasado ya aclaramos la naturaleza de las relaciones entre ambas. La segunda generación no prodigaba precisamente las sonrisas, a excepción de los príncipes de Asturias. Los mecanismos de sucesión monárquica suelen olvidar el drama de los no sucesores.

En varias de las fotografías, el brillante hombre de negocios Iñaki Urdangarín mira fijamente al suelo, con un interés casi geológico. Poco importa, el Rey ha impuesto su autoridad patriarcal, despertando la envidia de un Rijkaard incapaz de lograr que el Barça entrene al completo. En una sesión de Semana Santa, las órdenes regias provocaron el célebre incidente de los Príncipe en Miami, a cuenta de un registro de Letizia Ortiz. Además, la estampa familiar es una fenomenal excusa para dar paso a la dispersión de los congregados, que pueden viajar a otros destinos bajo el supuesto de que permanecen en la indolente Mallorca.

Se olvida a menudo que la Familia Real es una familia, con sus efusiones y sus tiranteces. De ahí que el posado anual en Marivent no sirva sólo como una exhibición de su poder simbólico en la variante bronceada, sino también a modo de 'tour de force' para comprobar si el Rey consigue presentar la alineación completa. El pleno es más difícil de lo que una estructura monárquica permite presagiar. Basta remontarse a unos veranos atrás, cuando Don Juan Carlos acudió –una vez finalizada la jornada marinera– a la presentación de un velero en el que tenía un especial interés. Según viene sucediendo desde su incorporación a La Zarzuela, la máxima ilusión de los organizadores del acto era contar con la presencia de Letizia. Como se demorara la llegada de los Príncipes, el Monarca pidió a los responsables de la empresa náutica si habían sido invitados, y le respondieron afirmativamente. Ni corto ni perezoso, agarró el móvil y telefoneó a su hijo. Este se hizo el remolón y comentó a su padre que ya estaban duchados, y sin demasiadas ganas de seguir derramando su poder simbólico.